❝ Dónde Jeongin es el hijo de Blancanieves, y HyunJin, el hijo de la Reina Malvada, lo corrompe. ❞
ㅤ☪︎⠀𖫲 HyunIn - Top HyunJin - Jeongin Bottom. Breve mención de otros ships
ㅤ☪︎⠀𖫲 Angst, NSFW, Temas delicados, Fantasía
ㅤ☪︎⠀𖫲 Historia...
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❝ Esta es la única vez que tendrás que arreglarme. Prometo ser fuerte. ❞
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Jeongin podría llegar a ser malo.
Mucho más malo que un antagonista, mucho más cruel que un villano, mucho más petulante que una Madrastra Malvada, mucho más podrido que una manzana envenenada. Pero tenía algo brillante que ningún otro malo de los más malos de todos los malos de Nunca Jamás podría tener:
Un destino perfecto.
Esa maldita palabra había estado revoloteando en la cabeza de Han Jisung —y de muchos— desde que tenía uso de razón, mientras miraba el reloj de su oficina, no pudo dejar de pensar en lo que alguna vez pudo haber sido, en lo que no iba a hacer y en lo que debía haber sido. Crecer siendo el descendiente de Midas no era un destino para poder echarse a dormir esperando la hora, la historia de su linaje no estaba teñida de gloria ni de honor, como la de otros príncipes. No, lo suyo era una condena dorada, un destino maldito que lo perseguía a cada paso; la riqueza, el poder, la codicia que devoraba todo a su alrededor, una enfermedad que corroía su alma y su mente, un legado que nunca pidió. Y, sin embargo, allí estaba, siguiendo el camino que le había sido trazado mucho antes de nacer, cómo si las cadenas de su destino estuvieran firmemente sujetas a su cuello, obligándolo a caminar por un sendero del que no podía escapar.
«Tu destino es el oro, Jisung. Nada más, nada menos» le había dicho su padre cuando aún era un niño, después de todo, le debía su presencia a la madre de HyunJin, quien había quitado ese horrendo maleficio a su padre después de cumplir su destino. Pero todo comenzó con un espejo. El maldito espejo.
Jisung tenía unas manos muy inquietas, pero sabe que nunca debió robar un espejo al hijo heredero del trono de Nunca Jamás. Lo sabía, lo había sabido desde el momento en que sus dedos lo tocaron, fríos como el metal, reflejando su rostro con una perfección que le resultaba insoportable. Blancanieves no tardó en enterarse, claro. Nadie podía engañar al espejo durante mucho tiempo, más con aquella tecnología precisa. Y cuando el idiota de Jeongin, su precioso hijo, el príncipe más amado, descubrió lo que Jisung había hecho, la condena cayó sobre él como un martillo de hierro. Jisung podía recordar cada detalle del juicio. El rostro impasible de Blancanieves, su belleza inmortal casi insoportable de contemplar, y Jeongin, de pie junto a ella, mirando a Jisung como si fuera una especie de insecto que debía ser aplastado; no importaba lo que Jisung dijera, no importaba lo que hiciera, estaba condenado. Porque Jeongin era el príncipe perfecto, el hijo perfecto, y él... él era el ladrón, el villano de la historia —irónicamente—.
«Mereces ser castigado» fue lo último que Jeongin dijo antes de que lo llevaran.
Esa voz, ese tono de suficiencia qué solo un villano podría llevar —un villano muy príncipe, diría cualquiera—. Nunca lo había olvidado, su rostro, la expresión asqueada de un delicado rubio prepotente. El exilio fue tan ridículo cómo predecible entre sus leyes escritas y palabras difusas, cómo lo obligaron a vivir en el lado Royal, rodeado de aquellos que nunca lo aceptarían, aquellos que lo miraban al igual que cualquier criatura inferior, alguien que no merecía siquiera existir en el mismo espacio que ellos.