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❝ And I don't care
if I'm
forgiven ❞

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Hyunjin contó tres pasos en su mente antes de caer por el espejo transportador que su madre le había regalado, el obsequio perfecto de su décimo cumpleaños para un niño que no le gustaba manejar su propia magia. Su cuerpo se sacudió abruptamente, el viaje entre el Gran Castillo Malvado y la escuela era agotador, cinco segundos entre el portal y el camino hicieron revolver su estómago, al abrir sus ojos se encontraba a unos metros del instituto.

El hijo de la Reina Malvada, menudo renombre se había llevado desde su mediocre nacimiento, estaba marcado para seguir el camino de su espantosa madre y ser la madrastra —o padrastro, nunca entendió bien— de Blancanieves, el enemigo de un final trágico, HyunJin pensaba que todo hubiera sido mejor si reencarnara en el hijo de un gnomo o la lagartija de Rapunzel. Finalmente era el año del destino, cómo el director Grimm le decía; era el momento más decisivo de un personaje de cuentos de hadas, tendría que levantarse en el altar, tomar la llave de su propio cuento y blah, blah, blah, ya había pasado una década desde que decidió ignorar los parloteos del hombre en sus aburridas clases de Preservación Mágica, pensar en su futuro era aterrador.

Nunca le desagradó su progenitora, cruel hasta el tuétano de sus huesos, había perdido su fé —si es que alguna vez la tuvo— en la moralidad inconclusa qué decretaban las haditas temerosas, nació para ser un villano y nada detendría ello, pues carecía de algún sentimiento de justicia o cariño innecesario, HyunJin era malvado, tal cómo su madre. ¿Pero su madre había sentido miedo cuando era una adolescente? Con una mujer tan estricta, que miraba con repudio a su propio hijo y escupia veneno cada vez que podía, prefería morir asfixiado antes de afirmarle a ella que sentía miedo, el problema no era envenenar a un principito con una manzana, todo radicaba en los siguientes párrafos de la historia moderna de Blancanieves —al menos ya no usaba una capa y una nariz de bruja—, la tortura que venía por sus actos.

Hablar de ello le provocaba náuseas, así que levantó su mirada con firmeza, el instituto era enorme para poder habitar tantas criaturas molestas, la flora que crecía entre los murales de marfil era perfecto para causarle una alergia, había pasado varios años desde que entró por la puerta principal del Gran Castillo, un internado como esos no podía ser una pequeñita cabaña de los Tres Ositos, si no una majestuosa red de palacios para los reyes y reinas de los cuentos. Hyunjin era un príncipe, pero no de esos bonitos y radiantes amantes de los espejos, la puerta de oro solo contaba para los prestigiosos protagonistas de las historias, así que para los ojos de los demás, solo era un plebeyo con coronita de plástico.

Era un Evil, clasificación cliché en una historia quemada por el tiempo —ya no lo sorprendía nada—, desde que era un niño cursando en el Jardín de Aurora para poder aprender a escribir y utilizar una varita mágica era separado de la peste privilegiada de tacones de joyas y finales felices, la división duró los dieciséis años de su miserable vida en los que solo pudo convivir con villanos, personajes irrelevantes y locos que no dudaban en enterrarle un lápiz en el ojo si quisieran. En una parte de la escuela estaban los Royals y en la otra más olvidada —lugubre y en mal estado— estaban los Evils, vaya monada de sociedad, era un príncipe de mentiritas al lado de decenas de personas que lo acompañarían rumbo a la cárcel una vez hiciera su parte del cuento.

Erase una vez || HyunInDonde viven las historias. Descúbrelo ahora