❝ Dónde Jeongin es el hijo de Blancanieves, y HyunJin, el hijo de la Reina Malvada, lo corrompe. ❞
ㅤ☪︎⠀𖫲 HyunIn - Top HyunJin - Jeongin Bottom. Breve mención de otros ships
ㅤ☪︎⠀𖫲 Angst, NSFW, Temas delicados, Fantasía
ㅤ☪︎⠀𖫲 Historia...
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❝ Just make it die or you will turn it all. ❞
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Félix soltó un largo suspiro.
El Bosque Encantado estaba tranquilo aquella mañana, el silencio roto solo por el suave crujir de las hojas bajo los pasos del rubio mientras avanzaba con su canasta en el brazo. Las frutas brillaban con colores vivos bajo los rayos de sol que se filtraban a través del dosel de ramas, una escena engañosamente pacífica, porque dentro de él había un tumulto constante. Todo estaba saliendo como había planeado. Había logrado huir con HyunJin y los demás, había conseguido el Espejo Capturador, y Hyonin estaba al borde de perder su control absoluto. Pero el precio de su éxito aún pesaba en sus hombros. Traicionar a la Reina Malvada no era algo que pudiera hacer a la ligera, incluso para alguien tan resuelto como él. Pero HyunJin lo valía. Todo lo valía.
Mientras llenaba la canasta con frutas cuidadosamente escogidas —no quería sobrecargar a las haditas qué los ayudaban—, una sonrisa cruzó sus labios. HyunJin estaba a punto de ser suyo. Quizás aún no lo sabía, pero el hijo de la Reina Malvada pertenecía a él, no al estúpido cuento de hadas que seguía conectándolo con Jeongin. Félix lo había visto, la grieta que se había formado entre ellos, el resentimiento y la desconfianza que HyunJin albergaba hacia su antiguo amante. Y ahora que Jeongin había perdido su lugar, Félix estaba seguro de que el destino finalmente lo favorecería, que por fin tendría su romance definido a costa de los demás. Por una vez, sería él quien obtendría el final feliz.
Pero mientras se inclinaba para recoger otro durazno maduro, algo lo sacó de sus pensamientos. Un ruido sordo. Apenas tuvo tiempo de levantar la vista antes de que unas manos lo rodearan desde atrás, firmes y ásperas, cubriendo su boca para silenciar cualquier protesta. La canasta cayó al suelo, las frutas rodando entre las raíces de los árboles. Félix luchó instintivamente, su cuerpo tensándose contra el agarre, pero su atacante era más fuerte, más experimentado, un grito ahogado qué lo sacudió. Un intruso.
El forcejeo terminó tan rápido como comenzó. Las manos se apartaron de su boca, y Félix giró bruscamente, listo para defenderse, pero se detuvo al ver a la figura frente a él.
—¿Qué demonios…? —murmuró, su voz llena de incredulidad—. ¿Bangchan?
Su hermano mayor estaba allí, de pie entre los árboles, su pecho subiendo y bajando con respiraciones pesadas, como si hubiera corrido kilómetros —probablemente, el viaje a pie era agotador y exhausto—. Su rostro estaba cubierto de sudor y suciedad, sus ropas desgarradas en los bordes, y sus ojos, oscuros y penetrantes, estaban fijos en Félix. Pero lo que más llamó la atención de Félix fueron las manos de Bangchan: ásperas, lastimadas, con cortes que aún sangraban ligeramente.