Capítulo 72

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Ya ha pasado una  semana y Brando aún no da señales de vida. En verdad estoy perdiendo las esperanzas, no puedo creer que aún no despierte, pensé que se iba a despertar pronto; pero se está tomando su tiempo en despertar. 

Como todas las mañanas estoy aquí sentada, sola, acariciando su mejilla, dándole pequeños besos en sus manos y contándole cómo estoy, cómo va creciendo de a poco la panza, cómo anda Toby; digamos que le cuento de lo cotidiano. Ya no estoy llorando tanto como antes, estoy más firme. Hablar con mi padre, me ayudó un montón, me pude terminar de ubicar en mi lugar, pero les digo que no es muy sencillo. Es fácil decirlo y pensarlo, hacerlo me cuesta.

Mi madre aún sigue aquí y mi padre pudo venir. El día que cortamos esa llamada, a la mañana siguiente ya estaba aquí en el hospital. Cuando lo vi, no lo dudé ni un segundo y me le tiré a sus brazos, estos me atraparon con mucha fuerza, nos fundimos en un gran abrazo. Ahí si que no pude controlar mis lágrimas, pero fueron más de emoción, ya que extrañaba mucho su cercanía.

-Cariño, por favor despierta. No sabes lo que te extraño -le digo mientras observo nuestras manos unidas- quiero que estés aquí conmigo cariño, quiero que me beses, quiero me celes, quiero tus abrazos, caricias. Quiero que regreses -siento como mis lágrimas se van acumulando, les dije que intento ser fuerte, pero tengo mis altas y bajas. Coloco mi frente sobre nuestras manos y pienso en todos nuestros momentos, en los buenos y en los malos. Hemos pasado muchas cosas, hermosas y otras no tanto, pero nuestro amor pudo afrontar todos los problemas. 

Así pasé casi toda la tarde, lo malo es que ya me debo ir. La hora de visitas terminó y debo irme. Así que poco a poco voy levantando mi cabeza y lo observo, sus tatuajes están hermosos. Su rostro ya está curado, está precioso como siempre. En coma y todo mi hombre es un jodido Dios griego. 

Antes de irme, deposito un suave beso en su frente. Siento como una pequeña lágrima se me cae y queda en su frente. Con mis dedos la corro suavemente, luego me dirijo a sus labios. Poco a poco me voy acercando y choco mis labios con los suyos. Están fríos, pero hay algo que me descoloca y pienso que estoy en un sueño. Siento presión por parte de sus labios, mis ojos se abren automáticamente, pero los suyos siguen cerrados. 

Seguramente, deseo tanto que despierte, que ya siento que me está besando. Automáticamente, esa ilusión se esfuma y vuelve la melancolía, la tristeza. Me quedo mirando un poco más, para comprobar lo que acaba de ocurrir. Pero nada, todo sigue igual. Con tristeza comienzo a alejarme de la camilla y me dirijo a la puerta. 

Mi padre me está esperando en la sala de espera. Apenas me ve, se levanta del asiento y me regala esa sonrisa que tanto me gusta y reconforta. 

-Princesa, ¿cómo te sientes? ¿Tienes hambre? -dice mi padre. En verdad no tengo hambre, pero debo comer algo, por los niños. 

-Podríamos comer algo, si tienes ganas -le digo mientras caminamos hacia la salida. 

-Entonces cariño, te voy a llevar a ti y a mis nietos favoritos a la mejor pastelería -dice mientras coloca su mano en mi espalda y me guía por las calles de esta hermosa ciudad. Es obvio y claro que los muchachos siguen cuidándonos, en el hospital están 4 hombres y en la calle 4 más. Carlos me sigue a todas partes, él se encarga de cuidarme. Me siento muy tranquila con él, le tomé un cariño importante. 

Luego de caminar unas cuadras más, llegamos a una hermosa cafetería. Es preciosa, un estilo bastante francés. El lugar está muy bien ambientado, las mesas están preciosas, las meseras tiene un uniforme muy acorde con el lugar, y ni hablemos de las tortas que están expuestas en las heladeras. Mi padre me guía hacia una mesa, me ayuda a sentarme y luego él se sienta. Nos sentamos enfrentados, le sonrío un poco y él me devuelve la sonrisa. En verdad mi padre es un señor muy fachero, por más que lo ame, tiene su encanto, no tiene ninguna cana. Su pelo sigue negro azabache, tiene la barba perfectamente cortada. La camiseta que tiene puesta le queda perfecta, le marca bien sus brazos tonificados y su torso. Mi padre entrena casi todos los días, tendrá sus años pero siempre tuvo la costumbre de entrenar su físico. Él dice que más allá de lo estético, lo importante es la salud, y en verdad tiene razón. 

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