Capítulo 22 - No me digas que no

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Capitulo 22

NO ME DIGAS QUE NO

Indefensa y confundida, esa era la descripción simple de los sentimientos de Jade, cuando vio a su grupo salir por la puerta. La desolación de su alma era comparable a la inhóspita circunstancia en la que se encontraba frente a la famosa Madame, una mujer imponente, voluptuosa, madura y aun apetecible para el género masculino. Su mirada fría y escrutadora se paseaba por las curvas firmes y delicadas de la joven joya. Lejos de criticar su atuendo, la mujer observaba su estampa, esa que la transformó en una delicia reservada solo para los paladares más finos. La mujer sin intercambiar palabras, tomo una caja blanca, con un lazo de satén dorado, que se encontraba sobre la mesa de la pequeña sala, y se lo entregó a su discípula, al tiempo que la guiaba nuevamente al cuarto, fue en este momento cuando por fin se expresó:

-Te cambiaras el atuendo. No es que tu vestido este mal, simplemente el patrón envió en esa caja la prenda con la que él desea verte, y a ese hombre nadie lo contraria.- entraron juntas en la habitación, donde la Madame, en persona ayudó a Jade a preparar su cambio de ropa.

Jade abrió la caja y vio frente a sí, un hermoso vestido blanco, largo y ligero, con detalles bordados delicadamente, con una espalda de escote profundo que despertaba la imaginación de cualquier espectador. Ciertamente, la joven no pensaba encontrar ese tipo de vestido para un baile erótico y privado, de nuevo nació la intriga en su interior.

-¡Vaya que es impredecible este hombre! Te quiere ver como un Angel, lo único que necesita el vestidito son alitas - soltó una ligera sonrisa sarcástica y buscó entre sus cosas un estuche de maquillaje.- Necesitar combinar con el vestido. Lávate la cara, yo te maquillaré.

La joven hizo caso a todas las indicaciones sin emitir comentario alguno. Se recogió el cabello para lucir su espalda desnuda y después de algunos arreglos quedó lista para ser llevada ante el cumpleañero, que especificó un lugar y una hora.

Antes de salir La Madame se tomó unos minutos para instruir una vez más a su joya más fina:

-Ya estuviste con este cliente antes, pero si solicita tus servicios nuevamente es porque realmente le gustaste. No te fíes.

-Ya conozco el protocolo Madame, es el ritual de costumbre – Jade pareció segura de sí misma al decir esas palabras.

-Este cliente es especial. Al parecer tuvo un mal día, procuremos que no tenga una mala noche. Olvida tus problemas. Me enteré de buena fuente que terminó una relación de varios años. Hoy más que nunca debes brillar- La intrépida mujer facilitó algunos datos adicionales para despertar alguna picardía especial en su bella discípula, pero lejos de animarla esta situación le causó algo de estrés.

___

Ya llevaban algunas horas tomando y riendo. María se acercaba lascivamente y de pronto se retraía, era el juego del gato y el ratón. La discoteca estaba tan atestada de gente que era imposible no chocar entre sí, por un rato fue un simple devaneo entre miradas, luego se transformó en hormonas que hervían en el calor del encierro nocturno. Una serie de cuerpos frenéticos buscando un desahogo. Vicente era torpe, no sabía bailar, a María le resultó sencillo seducir, se movía con gracia y sensualidad, esto despertó la virilidad dormida de su acompañante en la pista. Por fin María tenía el control de la situación.

Pasadas algunas horas más, Vicente hizo un gesto con la cabeza invitando a su pareja a salir del local, María tomó su mano y le escoltó hasta la salida del mismo. Una vez en la calle estiró el brazo para detener un taxi, el joven Vicente recordó que llevaba una moto, pero ya estaba en el interior del auto con María abarcando con sus labios cada rincón expuesto de su cuerpo. Estaba demasiado excitado para pensar con claridad. El alcohol era su dueño, su guía:

-No creo que estemos haciendo bien...-dijo entre beso y beso.

-Yo pienso que esto es lo mejor que me ha pasado... Por favor Vicente, esta noche no me digas que no- respondió la pelirroja entre susurros y jadeos.

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Era una habitación inmensa, con una decoración delicada y majestuosa. Irónicamente Jade combinaba perfectamente con cada rincón, y se mezclaba armónicamente con los colores y las telas, tal vez nada era casualidad, y estaba calculado a la perfección. Por breves instantes la joven se sintió relajada en ese lugar solitario y cálido, ajeno al ruido ensordecedor de la celebración y las multitudes agitadas. La habitación de colores pálidos y sábanas blancas con una cama de copete alto y mosquitero a la vieja usanza, le recordó escenas de antiguas películas en blanco y negro. Y en ese imponente espacio de relajación Jade se estremeció al comprobar que no estaba listo su baile, mucho más caliente y frívolo. Estaba todo fuera de contexto. Por suerte estaba sola ¿O no?

La hermosa mujer no percibió el momento en que su compañero entró. Era un cliente silencioso, acostumbrado a emboscar al enemigo, una treta usada con frecuencia para el desarrollo de actividades clandestinas, perfecto para el escape, o simplemente una encelada abierta, tal vez una venganza, o un ajuste de cuentas. Carlos Ignacio tenía un esmoquin blanco este color se perpetuaba hasta sus zapatos. Para el nada era casual, todo siempre estaba previamente organizado, incluso la forma en la que deseaba recibir su regalo de cumpleaños.

Los ojos de ambos se encontraron, los de ella se desviaron hasta el suelo, los de él seguían mirando en la misma dirección, contemplando el espectáculo de la belleza juvenil, de la plenitud del cuerpo firme y bien torneado, mimetizado a ratos por la tela del mosquitero que se alzaba con el viento. Una romántica brisa que llegaba desde el amplio balcón, y batía las telas y ocultaba débilmente los cuerpos.

El patrón, como le decían sus empleados, temían a esa misma mirada avasallante, el hombre que ahora se encontraba seducido por lo prohibido, horas antes fue protagonista exclusivo de un asesinato a sangre fría, y tranquilamente disfrutaba sin remordimiento alguno de lo que consideraba un premio a su estoica hazaña, defender su honor merecía un premio, esa joya era el trofeo. Y fue esa carga extra de testosterona la que lo animó a exigir sin contemplaciones a la hembra débil. Jade experimentó terror, y lo supo ocultar para generar placer a su cliente. A Carlos Ignacio Restrepo nadie se le negaba, y así lo hizo saber. 

ENTRE EL AMOR Y EL ODIO (PRIMERA PARTE)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora