Capítulo 68
LA VISITA
Punto siguiente en la lista, "Visitar a Doña Amelia"... "¿Será buena idea la entrevista directa? ¿Sin Vicente entre las dos? Celeste salió de la peluquería renovada, con la impresión de ser más hermosa que antes. Sintiéndose a ratos una novia. Quizás la dama enferma la reconocería como la mujer que su protegido amaría. Llevaba un vestido azul claro, con el largo adecuado, y sin escote profundo, el cabello suelto, solo retenido en el frente por un discreto cintillo azul, el zapato de tacón medio, cerrado. Una imagen discreta, mojigata, en fin, optando para el puesto de esposa ejemplar, como si la aprobación de Doña Amelia lo era todo, y lo era.
En el departamento de Doña Amelia Angarita, solo había el personal mínimo necesario. La enfermera que cuidaba sus signos vitales y la señora de servicio, no de las que viven con los patrones, sino de las que cumplen horario, de 8:00 a.m. a 5:00 p.m., a solicitud de la dueña de casa, "Una pareja necesita intimidad", alegaba con propiedad, mientras su esposo estaba con vida. "Antonio, no quiero gente extraña a nosotros viviendo en nuestro hogar, deambulando por las noches a pocos pasos de nuestro cuarto". Antonio Jiménez, que era fuerte como un roble y atractivo, pese a su renuencia típica, para adaptarse al estilo de su esposa, declinaba con otra idea, menos elegante, "Tu eres una mujer celosa, no quieres competencia. ¿Crees que comiendo lomito, voy a buscar hueso? Pero la realidad era esa. Antonio consumió mucho hueso por culpa de su indiferente esposa, que se concentró en sus negocios al no conquistar la maternidad. ¿Y quién sabe?, era posible que algún ser humano llevara su sangre, producto de sus infidelidades. Pero el difunto Jiménez, firmó un acuerdo prenupcial, renunciando a sus derechos patrimoniales, y la aparición de un hijo natural no cambiaría nada. En cuanto a la mujer de servicio, era de confianza, casada y mayor como su jefa. Disciplinada, como le gustaba a Doña Amelia.
-Hoy recibo visita. Quiero café y croissants, unos dulces secos, jugo de naranja y, por favor, necesito el vestido de corte sastre en color rojo, planchado y listo. Me lo pondré. – Ni en la adversidad se daba el lujo de renunciar a su imagen pulcra. Doña Amelia, recuperaba su peculiar don de mando, instruyendo a Clara, su fiel trabajadora desde hacía más de veinte años.
La enfermera la ayudó a bañar, colaboró para colocar el vestido algo incómodo para una enferma, y con el conocimiento de Clara arreglaron el severo moño que acostumbraba llevar como peinado la dama. Maquillaje delicado. Listo.
-Está usted muy hermosa mi señora. – proclamó la empleada, con un gesto sincero en su rostro.
-Gracias, Clara.
Alguien tocó la puerta, seguramente era Celeste. Con una puntualidad extrema. Sí era ella, con un ramo de flores blancas y amarillas, como símbolos de paz y amistad.
-¡Qué hermoso detalle! Pasa y siéntate querida. Hoy podemos hablar con calma. No tenemos a Vicente arbitrando nuestra conversación. – Doña Amelia disfrutaba de una oportunidad única para conocer a fondo a la misteriosa novia de Vicente.
-¿Y dónde está el? – preguntó algo insegura, la hermosa joven.
-Está haciendo diligencias con Raúl. No quería irse, pero lo animé. Ambas sabemos que hay mucho que contar. Espero que mis preguntas encuentren respuestas sinceras en ti.- Amelia Angarita no le dijo a Vicente que esperaba a Celeste.
-En realidad lo que sabe es lo que....-Celeste se replegó en el sillón, con la mirada esquiva.
-Claro que no mi pequeña. Tienes trayectoria. Yo no sé nada. Vicente te protege a capa y espada. Ha construido un muro tan alto en entre las dos que solo conozco tu hermosa cara y a tu guapo hijo.
Clara interrumpió el acoso directo de Doña Amelia. Se atravesó con la bandeja del café y luego regresó con los aperitivos que temprano solicitó la dama. Celeste aceptó un café con leche y comió una pasta seca, con la esperanza de mantener la boca llena y atragantarse.
-Para mí solo jugo de naranja natural.- Doña Amelia estudiaba a su invitada como un espécimen raro en una mesa de laboratorio. Después de una pausa para degustar los alimentos, la inquisición continuó - ¿Estas incomoda?
-Para nada, de hecho puede preguntar lo que quiera.- Actuar no era su fuerte, Celeste se esforzó por ser indiferente, sin éxito.
-Me intriga saber de tu infancia. Se fue rápido, porque diste a luz muy joven, un hijo de nueve años, con una madre de veintitrés, es algo que me sorprende. Le pregunté a Vicente y me respondió que al igual que él, tú no tienes historia... ¡Tonterías sin fundamento! El comenzó a vivir cuando salió de la Casa Hogar...pero tú...-La ironía en la voz de Doña Amelia fue repentinamente apaciguada.
-Sí yo comencé a vivir mucho antes. Dejé mi casa, que de hogar no tenía nada. Mi familia no fue el mejor ejemplo a seguir, por eso no los conoce, ni los conocerá. –Celeste transformó su miedo en valentía. Ella no era menos que su anfitriona. Respondió con serenidad. Recuperó el dominio de la situación sin saber cómo.
-Entonces no tienes trato con tus padres. No dejas de sorprenderme. – Doña Amelia se acomodó el cabello, controlando el disgusto por lo que oía.
-Algunos padres no se merecen el título. Los míos no se merecían nada. No se sorprenda- Celeste tomo otra pasta seca y comió con gusto.
-¿Y el padre de tu hijo? No, me digas... se desentendió de sus responsabilidades...imagino... -Doña Amelia también tomó una pasta. Se relajó un poco, solo un poco.
-Lo único bueno que hizo en esta vida fue Diego. De resto, tampoco se merece el título.
-Y Diego... ¿Tiene contacto con él?
-No. – Celeste se volvió tan parca en sus respuestas como Vicente.
-La imagen paterna es importante para los hijos, tanto como la imagen materna. En mi opinión, los hijos no deben cargar con los errores de los padres.
Celeste, recordó la última paliza que Gerson le propinó, estando embarazada de casi nueve meses. Otras imágenes se pasearon por su mente como un caleidoscopio, en alguna había droga. Mentira, en casi todas había droga, o en la mesa, o dentro del rubio, que era adicto en esa época.
-Es por eso que mi hijo debe tener otra imagen paterna. Vicente, ha resultado una excelente influencia para Diego, y será mejor padre que el original...
-Eres algo dura.- Doña Amelia se compadeció en silencio. Saboreaba el amargo comienzo de su invitada sin siquiera conocer la historia que ocultaba.
-¡La vida es dura!... ¡Es por Vicente que ahora creo en el amor! – Celeste sonrió solo con nombrarlo.
-Vives entre dos sentimientos confusos, amas y odias...Espero que este matrimonio sea bendecido y te permita entender que hay que perdonar a los que nos ofenden. Es como la oración.
Celeste se mantuvo callada. Su intervención en la velada delataba antiguos rencores, heridas que no sanaron debidamente. Era cierto, ella no había perdonado a quien la ofendió en su adolescencia. Renegó de sus raíces y escapó, tampoco confrontó a Gerson y la absolución seguía como un asunto pendiente, una tarea sin terminar.
Doña Amelia no tuvo el valor de indagar a fondo. Desde la superficie se dio cuenta del dolor de Celeste. Una parte de ella seguía siendo cautelosa y vigilante de sus acciones y otra parte la consideraba una sobreviviente, bella por fuera, y hermosísima por dentro con asperezas, zonas duras, que requerían ser limadas, suavizadas con amor, ese que le inspiraba sonreír solo con pensarlo. Vicente era esa sonrisa y ese amor.
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ENTRE EL AMOR Y EL ODIO (PRIMERA PARTE)
RomanceEn vísperas de sus dieciocho años, Vicente, un joven huérfano, sabe que tiene que abandonar la casa hogar y comenzar su vida como adulto. Una vez afuera de las cuatro paredes que protegieron su infancia, tiene acceso a un nuevo mundo, lleno de opo...