Capítulo 8 - Las carencias de un dolor oculto

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Capítulo 8

LAS CARENCIAS DE UN DOLOR OCULTO

Doña Amelia se encargó de todo, y tal como lo había garantizado reinsertó en los estudios universitarios al solitario Vicente. Ella estuvo con el muchacho el día que presentó la prueba de admisión. También lo acompañó para realizar el trámite para inscribirse en la universidad. Mes a mes Vicente demostró su inteligencia aguda y su capacidad para aprender con facilidad, sin descuidar su trabajo. Ahora se retiraba más temprano del taller para asistir a sus clases universitarias. Raúl anhelaba zafarse de los estudios, pero Vanesa, su novia, estaba por ingresar a la educación superior. Ese suceso intimidó al descuidado moreno, que ingresó en un instituto de estudios para adultos, motivado por el miedo a perder a su sensual mulata. Raúl se apoyó en Vicente, que visitaba su casa constantemente, tanto para enseñarle, como para utilizar el computador para hacer los informes.

Al regresar de clases agotado, Vicente siempre enviaba un mensaje para avisar que había llegado sin problemas, el receptor era un secreto para todos. Jade desde otro sitio leía el mensaje recibido, su ansiedad se calmaba. No se habían vuelto a ver, pero se acostumbró a sus conversaciones telefónicas. Vicente esclareció el misterio del monasterio contándole su verdad, una verdad que ocultaba a sus compañeros de trabajo. Jade por su parte era reservada y evitaba contar sus experiencias pasadas. Aquel negocio corporal estaba condenado a la oscuridad por ahora.

Una tarde calurosa, Doña Amelia visitó la antigua iglesia que servía de refugio temporal al prometedor Vicente. Ella asistió a la misa del Padre Aurelio y aguardó con paciencia hasta que todos los feligreses abandonaron el recinto, cuando por fin se encontró vacío el templo, solicitó al padre una audiencia y se reunió con el ese mismo día:

-Doña Amelia, me sorprende un poco su visita. Usted no acostumbra venir al templo a esta hora.

-Pues tiene razón, no es una visita cualquiera- Doña Amelia, decidida y muy enfática no perdió tiempo en preámbulos.

-Padre Aurelio, sé que Vicente vive en una habitación de la iglesia. Quiero ver en qué condiciones vive.

-¿Por qué tanta curiosidad Doña Amelia?- El Padre Aurelio sintió desconfianza por la situación.

-No piense mal. Usted mejor que nadie sabe el vacío que dejó la muerte de mi esposo, y la enorme tristeza que traté de ocultar al nunca poder ser madre – La cara de la mujer se transformó, el sufrimiento regresaba de las tinieblas y se instalaba en su mirada.

-Doña Amelia siempre les recomendé que adoptaran. Yo tenía contacto con la Casa Hogar. Había tantos niños carentes de afecto y la situación económica de su familia era ideal...

-Sabe que mi esposo nunca me apoyó con esa idea, pero el ya no está, me dejó sola y seca. Vicente es un joven prometedor, bien educado, con tanto futuro. Yo lo veo como el hijo que la vida me negó...

-Ya Vicente es un hombre. Yo puedo entender sus buenos deseos, pero la sociedad la puede malinterpretar. No se ofenda, aprecio a Vicente, también deseo que tenga una mejor vida. ¿Por qué quiere ver el cuarto del joven?

-Porque seguramente no hay comodidades en ese pequeño cuarto. Ni un escritorio, ni una buena lámpara. Escuché que estudia en casa del otro joven que trabaja en el taller, Raúl.

El sacerdote dudó por un momento, pero entendía las preocupaciones

-Se lo mostrare rápidamente, sé que no es correcto, pero ciertamente es bien humilde – ambos recorrieron el pequeño corredor hasta llegar al recóndito cuarto del que tanto comentaban. El Padre Aurelio tenía una llave de emergencia que jamás usaba. Ahora le permitía a Doña Amelia conocer un espacio personal, sabiendo que violaba la norma.

-Salgamos de aquí, me siento incomodo invadiendo la privacidad de Vicente – Dijo con gran preocupación el Padre Aurelio.

-Sí, lo entiendo. Al ver este cuarto confirmo lo que pensaba. El muchacho necesita calidad de vida- salieron sin demora del diminuto espacio y conversaron durante el trayecto a la salida.

La mujer apelaba a la compasión y las buenas costumbres. Antes de despedirse reafirmó su posición y el papel que deseaba representar en la vida de Vicente:

-Padre, alguna vez tuve barreras para hacer lo que realmente deseaba. Tengo demasiado que dar y poca gente a quien darle. Si logro que este muchacho llegue a ser un profesional, me sentiré realizada. Ayúdeme, oriénteme y por favor no me abandone en el camino. La soledad es muy mala compañera.

-Doña Amelia, en verdad creo que ese joven tiene tanta suerte. Pero tenga cuidado, es aventurero. No lo dice. Yo lo veo en sus ojos, él se arriesga cuando algo le apasiona. Hay que controlar esa fuerza.

-Juntos lo llevaremos por buen camino. Tenga fe...

Esa visita cambiaria muchas cosas en la vida del joven Vicente, el desconocía los planes de Doña Amelia, sin embargo tenían sentimientos en común, carencias afectivas, soledad y el inmenso deseo de tener familia. 

ENTRE EL AMOR Y EL ODIO (PRIMERA PARTE)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora