Capítulo 62
LA CUENTA PENDIENTE
Resguardados en una propiedad frente al mar, los siete fugitivos se recuperaban de su travesía aérea. Algunos fumando frente al balcón, observando el paisaje marino, otros devorando la comida que les dieron, como si acumularan grasa para un largo invierno, otros... bueno, otros simplemente se miraban con desdén mientras sus mentes maquinaban el siguiente paso...
Elías sumamente quieto en el inmenso sofá reclinable, continuaba, como siempre jugueteando con el filo de su navaja portátil. Abstraído en su mundo, insondable. Gerson con la vista en todos lados, esperando las palabras de Infierno, con un catálogo de preguntas, y una lista de razones para marcharse. El ambiente relajado fue interrumpido. El inmenso gordo que los rescató, atravesó la puerta, con nuevos planes.
Infierno asumió el liderazgo al comunicar a su grupo el destino trazado. Salir del país era el objetivo principal, contando con los servicios logísticos de la mole que lo acompañaba:
-Estamos en Cumana señores, a muy corta distancia del paraíso. Debemos llegar a Trinidad. Otro país cercano. – Su mirada se desvió instintivamente a Gerson, que torció la boca, con una molestia fácilmente detectable. Continuó hablando, haciendo caso omiso de lo que vio. – Para ser libres tenemos que abandonar Venezuela.
-¿Y cómo vamos a llegar a Trinidad? ¿Otro vuelo? – Grillo, que aún sostenía un trozo de pan, comenzaba a entusiasmarse con la idea.
-En barco los controles son menores. Deben saber que con esas fachas esta operación está condenada al fracaso. Hay que cambiarlo todo, nombres, imagen, lo que haya que cambiar para que no levantemos sospechas. Nuestro nuevo amigo aquí presente les ayudara a realizar el cambio, cuenta con las herramientas necesarias.- con esta introducción presentó formalmente al gigante que comenzó a dar sus propias pautas.
-Gracias, mi bien apreciado Simón. Mi nombre es Joaquín, y he venido a formarlos... - Mientras el inmenso hombre tostado al sol, se presentaba con actitud afable, Gerson se escurrió entre el pequeño reguero para llegar a Infierno, apenas lo tocó hizo un ademan para hablar en otro sitio. Ya estaba harto de fingir que se alinearía con el escuadrón cuando su mente le exigía partir hacia Caracas.
Infierno entendió sus intenciones y juntos se alejaron para no interrumpir al orador de turno. Elías, vigilante observó cómo salían de la habitación para tratar sus propios asuntos. Si Gerson se iba, el camino quedaría libre para figurar.
-¿Y esos dos? ¿Qué se traen? – se dirigió Mocho en voz baja a Carlitos.
Carlitos Se volteó un momento para ver a quienes se refería Mocho. Respondió, sin perder el hilo de las palabras de Joaquín:
-¡Al catire no lo manda nadie!
Ya en el pasillo, sin tanto ruido y menos gente era el instante que tanto había esperado Gerson.
-Me voy.- Afirmó sin dudas en la voz.
-Lo sé.- Respondió resignado Infierno.
-El gordo te llamó Simón...Que buena vaina... así que ese es tu nombre...
-¡Qué va! Joaquín me empezó a llamar así porque la gente hacia lo que les pedía. Es un simple juego de palabras. – El extraño comentario extrajo una sonrisa de su rostro.
-Pero... ¿Tienes o no tienes nombre? – Insistió Gerson.
-Simón está bien. Puedes llamarme así, si gustas.
Caminaron hasta la puerta principal y continuaron con la despedida. Infierno sacó un arma de su pantalón, unos cuantos billetes y se los entregó a Gerson con discreción.
-Un hombre tiene que seguir su camino. Ten cuidado, no des tregua para que regreses con nosotros. – Infierno le palmeó la espalda.
-No hay regreso. Tú lo sabes... yo soy hombre muerto. – Sentenció el pirata rubio.
-Nada está escrito. Eres de los nuestros.- Buscó un bolígrafo en el bolsillo de su pantalón y le escribió un número telefónico en la mano a Gerson.- Apréndelo, y avísame si sobrevives.
-No tendré que decírtelo, seguramente saldrá en las noticias.- La puerta se abrió y el extenso camino se hizo infinito. Gerson comprendió cuan recóndita era la ubicación, y la distancia que tendría que transitar, solo para salir a la carretera. Infierno, leyó su mente y se encogió de hombros.
-No puedo resolver todos tus problemas. Es tuya la decisión de irte.
-Es cierto... es mi decisión. ¿Me puedes decir donde coño estamos?- resopló frustrado.
-Lejos de Caracas, en algún punto del Estado Sucre, lejos de todo y cerca de nada... resuelve. Esa será tu primera prueba. – Infierno disfrutó con la contrariedad de la situación, le picó un ojo, cerrando la puerta sin largas despedidas.
Bajo el sol, el recorrido sería insoportable. Un guardia fumaba un cigarrillo y miraba despreocupado a Gerson.
-¿No tendrás otro cigarrillo que te sobre?
Recibió tres como respuesta. Se los regaló. Y de premió extra unos lentes oscuros. El dadivoso hombre lo miró fijamente:
-Ponte los lentes y quítate ese parche. Así por lo menos levantas menos sospechas.- Fijó la vista en la carretera y le explicó la dirección –Sí continuas caminando en línea recta, llegaras a la encrucijada. Es la autopista y no hay pueblo cerca en muchos kilómetros. Con algo de suerte, quizás te den un aventón.
Gerson aceptó el consejo, se quitó el parche, lo guardó en su bolsillo, se colocó los lentes oscuros y caminó en línea recta. Tal como sus planes, sin desvíos.
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Joaquín, terminaba su clase magistral, cuando entró en el salón Infierno. Se produjo un silencio incomodo acompañado de miradas inquisitivas, la ausencia de Gerson fue evidente. Las preferencias eran demostraciones de debilidad. Cada uno dejó a un lado sus propios deseos para seguir al líder. Eso significaba todos. Si la totalidad representaba al equipo sin excepciones ¿Dónde estaba Gerson?
-Mi causa, ¿Dónde está el catire? ¿Lo dejaste ir?- Carlitos sabia de escalas, al jefe no se le acusaba directamente, se le preguntaba primero.
-Le asigné una misión. Cuando la cumpla volverá. – Infierno, se fue directo a la mesa donde estaban los alimentos. Se sirvió un sándwich y comenzó a comer.
-¿Qué misión? Sí se puede saber...– En su típica actitud sospechosa con las manos jugueteando con la navaja, Elías, lo miró incrédulo.
-Una que no te incumbe.- La mirada de Infierno se transformó en una sentencia de muerte.
-No se agiten. Es tiempo de renovar fuerzas. El que se fue no hace falta, los que estamos somos los que importan. – Joaquín calmó a los hombres y dirigió unas palabras a su segundo al mando. – Simón, cuando termines de comer, quiero que nos reunamos en privado, para afinar algunos puntos de la reunión. Te espero en mi oficina. – Se retiró con una falsa tranquilidad.
Simón Cazalis, había vuelto. Nada era producto de la casualidad, su supuesta debilidad por Gerson, tampoco lo era. Suspiró confiado y siguió comiendo, sin hablar con nadie, sonriendo por el curso inalterable de la historia.
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ENTRE EL AMOR Y EL ODIO (PRIMERA PARTE)
RomansaEn vísperas de sus dieciocho años, Vicente, un joven huérfano, sabe que tiene que abandonar la casa hogar y comenzar su vida como adulto. Una vez afuera de las cuatro paredes que protegieron su infancia, tiene acceso a un nuevo mundo, lleno de opo...