Capítulo 31 - La propuesta en la playa

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Capitulo 31

LA PROPUESTA EN LA PLAYA

El sol destellante imprimía intensidad a los colores de la naturaleza, se apreciaban los tonos verdes, azulados y el contraste entre el mar profundo y los bancos de arena. Diego se divertía con el pequeño Raúl y jugaban en la improvisada piscina formada en el suelo fangoso. Vicente sacó los juguetes plásticos y se integró al grupo de los niños. Celeste, descansaba tumbada sobre la toalla que estiró sobre la arena, con la cara hacia abajo y la piel cubierta de bronceador.

Raúl aprovechó la calma para llevarse a su amada a caminar por la orilla. Vanesa, una mujer vanidosa de su cuerpo, vistió un blusón largo, unicolor, verde, en un intento desesperado por disfrazar su creciente vientre. La pareja en la distancia resaltaba por su tez morena y sus rasgos sensuales. Raúl, agraciado por la genética exhibía un torso musculoso, producto de su trabajo, alzando motores y objetos pesados, solo llevaba puesto un pantalón de rayón blanco, en el que guardaba el anillo que le entregaría a su pareja. Se alejaron lo suficiente para ser dos imágenes diminutas en el horizonte. Los amantes se abrazaron y de pronto el moreno sacó la caja y se arrodilló.

-Este es un momento memorable. Te sugiero que voltees y observes – Vicente se concentró en la escena lejana. Celeste se volteó y se colocó sus lentes de sol.

-¿Eso es lo que parece?- preguntó Celeste con una sonrisa en el rostro.

-Sí eso es lo que parece. Esa es la causa de este viaje – El joven mantenía la vista fija en los enamorados, con una expresión risueña.

Vanessa emitió un grito que superó la distancia, y se escuchó en todos los rincones de la playa. Raúl se levantó y se fundieron cuerpo con cuerpo, sus caras eran la demostración de la felicidad. Pronto se reunieron todos para reafirmar el compromiso frente a sus amigos. Diego, no entendía completamente la situación, Celeste le dijo algo en el oído y el pequeño empezó a saltar. Vicente alzó a su ahijado entre sus brazos y una vez reunidos Raúl compartió su alegría:

-¡Mi brother, la negra me dijo que sí, que sí, que sí!- al mismo tiempo Vanesa mostraba la mano con el anillo, como esperando que todos los visitantes de la playa se acercaran para verlo.

-¡No hay manera de decir que no mi negro!... ¡Te amo! – Vanesa gritó su amor a los cuatro vientos.

Celeste contemplaba con admiración la libertad con la que la gente se amaba en el mundo. Ahora veía con claridad el otro lado de la moneda, si existía, no era solo un mito, la felicidad era posible, y algunos seres estaban destinados a coincidir con su otra mitad. Diego preguntaba repetidamente a su madre "¿Qué pasa?", y esta respondía con calma "Se van a casar".

Ese viaje en su simplicidad contenía sabiduría callejera, escuela de vida, una paz que regresaba en las valijas y ocupaba la mente de las dos parejas. El recuerdo de aquella declaración los acompañaría por siempre.

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Era lunes, y la energía de los jóvenes en el taller estaba extinta. La jornada del fin de semana los agotó por completo. Con el bronceado a flor de piel y el sueño en los ojos, les contaron a Walter y al Señor José la novedad, en torno a la mesa plástica en la que siempre compartieron su almuerzo. Walter, fue el primero en felicitar al moreno y no dejó pasar la ocasión para emitir un comentario mordaz:

-Es buen momento para que eches raíces, te felicito mi pana, es el mejor regalo que le puedes dar a tus hijos, un hogar bendecido por Dios.

-¡Gracias hermano! yo creí que tú eras ateo...- Raúl explotó de risa tras pronunciar esa frase, Walter le contrapunteó.

-Yo creo en Dios, y soy temeroso de su poder- lo abrazó con el ceño fruncido. – No juegues con la fe de nadie.

El Señor José estaba callado y escuchaba la historia sin pronunciar palabra alguna. Vicente percibió el hermetismo de su jefe, y disimuló para no ponerlo en evidencia. Raúl no dejaba de hablar y ya planeaba la boda mentalmente. De repente el Señor José se levantó de la mesa, y se disculpó con los presentes, alegando un fuerte dolor de cabeza. Se encerró en la pequeña oficina. Walter que mantenía una relación de amistad cercana, tocó la puerta y ambos permanecieron toda la tarde en el interior.

Vicente angustiado por el gesto y la acción de su patrón, descartó la idea de ir a clases ese día. Tal vez su temor era infundado, pero tenía la necesidad primaria de saber si todo estaba bien con Doña Amelia, quien se encontraba nuevamente de viaje, en Nueva York.

-Ya es muy tarde para que estés en el taller- observó con arrogancia el Señor José, que ya se dirigía a su auto cuando detectó la presencia de Vicente.

-Lo esperaba, no quería interrumpirlo...- Respondió tranquilamente el joven, haciendo caso omiso de la autoridad de su interlocutor.

Desarmado por la humildad típica de Vicente, el desanimado hombre colocó su pequeño maletín sobre la mesa, dispuesto a responder sin parsimonia las inquietudes de angustiado joven.

-¿Qué te inquieta tanto, que dejaste de ir a clases? Mis problemas no son los tuyos, tenemos vidas distintas.-con este alegato El Señor José procuraba calmar la inquietante faz de Vicente.

-Tenemos un afecto común, Doña Amelia, su amiga, su socia, mi protectora, mi madre por derecho propio... -respondió con una convicción que dejaba aclarada cualquier duda.

-Yo no estoy así por ella, mi problema es otro y no te incumbe.

-Eso me tranquiliza, pero, Don José, no puede ser que yo sea el único que se dé cuenta de lo delgada que esta Doña Amelia, y me alegro que su preocupación no sea ella, pues significa que está bien. O es lo que nos quiere hacer creer...

Don José que también se había dado cuenta de la situación, tomó asiento en un pequeño taburete plástico.

-¿Le tienes miedo a la muerte hijo? Ella también es parte de la vida, y a todos nos tocará la puerta, no tiene sentido evadirla. ¿Temes por Amelia? Yo también, es mi amiga y sinceramente la aprecio, pero te juro que no tengo conocimiento de enfermedad alguna en ella.- El hombre hizo una pausa y sacó un cigarrillo de un cajetín que guardaba en el bolsillo de su pantalón. Lo prendió e inhaló con fuerza antes de continuar. – Yo también pienso que algo no está bien. Luce desencajada y ha perdido peso, pero entiende una cosa, es adulta y puede tomar sus propias decisiones.

-¿Por qué viaja tanto, especialmente a Nueva York? Todo el tiempo tiene algo que hacer allá - Vicente se cubrió el rostro antes de hacer su confesión – Tengo miedo, por fin tengo una familia y no quiero perderla.

-Nunca estarás solo Vicente, mira a tu alrededor, Raúl te quiere, el Padre Aurelio, Doña Amelia, incluso yo velaré por ti, de ser necesario. Yo sé lo que se siente estar solo... – El cigarrillo descansaba consumido en su mano, la ceniza se desprendió, Don José lanzó la colilla al piso y recogió su maletín. – Te llevo a tu casa. Vamos es tarde.

-¿Extraña a su hija?...

-Al igual que tú, extraño tener familia...ahora ustedes son mi familia, por esa razón levántate y vámonos de este lugar, que de noche es peligroso.- El Señor José llevó hasta su casa a Vicente, ninguno habló en el camino. Cada uno tenía su propia preocupación en la mente.

Cuando llegaron al domicilio de Vicente, Don José reanudó la conversación, aun en la camioneta Grand Blazer plateada:

-¿No tienes un amor? Hablo de una mujer buena y decente que te interese.

-¿No se ha dado cuenta patrón? Ya conocí a la mujer de mi vida –La calma en la voz de Vicente se transmitió acompañada de una gigante sonrisa – Tengo amor y estoy en paz.

-Me alegra chico que estés tan seguro de tus sentimientos. Yo voy a tener que buscarme una mujer para amar también. – El hombre se animó con la esperanza de un romance y se despidió con un semblante distinto, como si la compañía de su empleado le inyectará vida a su alma. 

ENTRE EL AMOR Y EL ODIO (PRIMERA PARTE)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora