Capitulo 48
LA DAMA ENFERMA
Los desastres de la vida. La imagen de aquella mujer, elegante, alta, esbelta, de carácter recatado y recio, con un hermoso cabello sano, largo, oculto en el severo peinado señorial, de tez blanca, lozana como vajilla de porcelana, terminaciones perfectas en su pronunciación, comportamiento digno, en la dicha o en la desgracia, femineidad a flor de piel, sutil en el trato, cuando la confianza lo permite, el retrato de la belleza en la madurez... ya no estaba.
El escabroso camino, que visualmente separaba a Vicente de su bien amada madre adoptiva, le permitió comprobar, conforme avanzaba, el deteriorado aspecto de Doña Amelia Angarita. Sus ojos, que se amoldaban a las imágenes borrosas de los pasajeros que atravesaban el umbral entre el desembarque y el acceso principal, no conseguían relacionar la figura que lo saludaba, con la fotografía mental. Por la puerta, ya bien cerca, la delgada silueta de la dama confirmó sus más oscuros temores. Este reflejo débil y esquelético, se sostenía con dificultad, y luchaba por mantenerse erguida en su trayecto al auto. La cara perturbada, entre terror y asombro, del galante hombre, era testimonio fiel de su desconocimiento en torno a la enfermedad que azotaba a Doña Amelia. Además de un abrazo lleno de inseguridad, algunas palabras afectuosas y un choque de miradas desoladoras, estos dos seres carecían de valor para ahondar en lo que era evidente. En el camino que separaba al Aeropuerto de la ciudad de Caracas, había suficiente tiempo para conversar ampliamente, en la acostumbrada cola que se formaba en la autopista, se podían sumar minutos a esa conversación. Y por primera vez, ninguno sabia como iniciar el dialogo. Los ojos de Vicente se concentraron en la carretera, y los de Doña Amelia, en algún punto ciego del estampado floral de su blusa.
El ingreso al hogar, fue bueno para ambos. Vicente se desplomó en el mueble con la misma energía que liberó las maletas al llegar. Sus manos hallaron rápidamente su cara, y consiguió cubrirla para evitar que Doña Amelia lo viera llorar. Ese esfuerzo innecesario por sostener una falsa calma, ante la fatídica realidad, su primer familiar literalmente hablando, desfilaba desahuciada ante sus ojos. Doña Amelia, intentó consolar a su protegido, sentándose a su lado, y abrazándolo mientras el joven se hundía en un interminable llanto que aumentaba sin dar muestra alguna de sosiego. Entre sollozos, por fin, la pregunta atascada vio la luz "¿Por qué?", no había quejas, ni regaños, solo una inquietud atorada entre el corazón y la mente.
Doña Amelia, enternecida, se unió a ese inmenso dolor que agobiaba a Vicente. Juntos lloraron por un tiempo infinito, sentados en el glamoroso sofá de cuero. Donde las palabras sobraban, y se perdían, ahogadas en un mar de lágrimas amargas.
Algunas horas más tarde. Acompañaban su tristeza con un café bien cargado. Nadie sintió hambre o cansancio. Las respuestas eran requeridas, sin presión, por supuesto. El descubrimiento asolaba la sala de estar. En aquellos meses de ausencia, en los que Vicente se esforzó al máximo por figurar como el primero de la clase, y ganar el distinguido honor de ser el orador designado para el acto de graduación, todo para enorgullecer a Doña Amelia, su invitada especial. Era molesto para Vicente admitir que en sus innumerables llamadas telefónicas, el tema a tratar no fue precisamente el estado de salud de Doña Amelia, si bien era cierto, que en una época mostró signos de decaimiento, también era cierto que se recuperó milagrosamente, y partió rozagante. Era tema común, la desdichada historia de amor de la insoportable hija de Don José, aquel viaje que no cosechó fruto alguno, en el cual un arrogante pretendiente, por fin se apersonaba al encuentro con la reducida familia de su novia. Ya Vicente estaba al tanto de la cercanía de la madrina sobre protectora y la ahijada todopoderosa. De lo que poco o nada conocía, eran los famosos negocios de Doña Amelia, y era allí donde se excusó para permanecer indefinidamente en Estados Unidos, cuando en realidad, experimentaba un tratamiento nuevo, en su lucha por erradicar un cáncer que en dosis lenta iba matando a su portadora. Este mal, ya cansado de vivir en las sombras sacó sus garras y en la batalla estaba resultando el vencedor. Esas eran las declaraciones de la dama enferma. Ella hablaba de su lucha silenciosa, de su encuentro con la muerte, de su pronta partida impostergable y Vicente escuchaba con resignación, como la vida le marcaba la pauta para un nuevo cambio. Definitivamente, el amor le era esquivo en sus diferentes versiones.
-¿Por qué volvió? Si estaba recibiendo tratamiento, debió quedarse para cumplir con las indicaciones médicas.- De pronto, el letargo en el que se había sumido Vicente, desapareció.
-Mi cuerpo no está reaccionando como se espera. Ya no me motiva permanecer más tiempo lejos de mi familia, sin resultados satisfactorios...-Doña Amelia completaba su intervención, cuando Vicente la interrumpió.
-¡Diga la verdad! ¿Es mi Acto de Graduación, la causa de su regreso? - Su ceño se frunció.
-En parte, sí.
Cuanta culpa recayó en esa frase. El joven apretó sus puños conteniendo la impotencia. Ella regresó en mal estado, para verlo recibir su título académico. Lógicamente, era su presencia el motor que impulsaba la excelencia en él.
-¡No lo acepto!- Con una energía devastadora Vicente, derribó el pequeño adorno de cristal en forma de cenicero, que tenía en la mesa, justo frente a él. La conmoción del ruido de la pieza cayendo, y los trozos de vidrios esparcidos, causó nervios. - ¡Que torpe soy, carajo!...
-Ya, no luches con tus emociones... Es mi decisión. Voy a vivir en paz, los días que me quedan.- Doña Amelia, buscó la escoba en el lavadero, mientras Vicente recogía los cristales rotos de mayor tamaño. Cuando recibió la escoba y se incorporó, la dama tomó su rostro, y con la misma calma de siempre continuó explicando sus razones, sin inmutarse – Yo soy como ese adorno que se partió. Hay partes que ya no se unirán. Es imposible reconstruir algo que está roto. Déjame disfrutar de las pequeñas cosas que me hacen feliz.
Vicente, barrió el desastre, arrojando los diminutos escombros al cesto de basura. Su mente maquinaba a gran velocidad, destellos de conversaciones huecas, situaciones inconclusas que mágicamente hallaban su lugar en el rompecabezas de su memoria. Ahora todo tenía sentido.
-¿El Padre Aurelio y Don José, sabían de su enfermedad?- Retomó de nuevo su puesto en el comedor. Y se preparó para escuchar lo que en el fondo ya sabía.
-Por supuesto que lo saben. Ya tengo algunos años enferma, este mal no tiene tres días conmigo. El Padre Aurelio me ha preparado para estar en paz con Dios, y José representa a mi familia en este mundo de soledad. En mis viajes, mi ahijada me ha cuidado. Y se está encargando de la parte legal. Sus estudios de Derecho han sido fundamentales para organizar el destino de mis bienes. Tengo un buen abogado y un grupo de asesores que deben actuar según mi voluntad...
-¡Basta! por ahora no estoy preparado para escuchar sus planes póstumos. Está claro que tiene todo listo...yo era su asunto pendiente...- Vicente, asimilaba lentamente el panorama. Sintió un sabor amargo en la boca.
Como en otras ocasiones, Vicente se refugió en los cigarrillos, observando la negra noche en el mirador. Desde donde Caracas, era un juego de luces centellantes. Ya no quería llorar, tenía los ojos secos, como el alma. A pocos días de su gran momento, su cuadro familiar se desmoronaba. El fantasma invisible de la soledad que acostumbraba llevarse lejos a las personas que lograban despertar su afecto, volvía a hacer de las suyas. Esa noche, después de despedirse de Doña Amelia, por primera vez, tuvo una idea diferente del destino de sus padres. Quizás no fue el hijo de una madre sin corazón. ¿Sería posible? ¿Ese fantasma invisible pudo haberse llevado a sus padres? Cuantas cosas extrañas transitan la mente de un hombre en depresión. El recóndito espacio de calma se transformó en una cueva de lobos. Tomó su teléfono celular y llamó a Celeste, "Quiero verte ahora. Te necesito".
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ENTRE EL AMOR Y EL ODIO (PRIMERA PARTE)
RomanceEn vísperas de sus dieciocho años, Vicente, un joven huérfano, sabe que tiene que abandonar la casa hogar y comenzar su vida como adulto. Una vez afuera de las cuatro paredes que protegieron su infancia, tiene acceso a un nuevo mundo, lleno de opo...