Capitulo 11.

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-¿Y cómo reaccionan los demás?

-Tan solo presta atención a tu alrededor, mira cómo se comportan los enamorados de tu mundo.

-Hoy en día, ya no hay mucha gente enamorada-, conteste fríamente.

Agarre la pizza, la lleve a la mesa, con Jefferson detrás de mí y nos volvimos a sentar.

-En tu mundo, no, pero en el mío, sí -repuso-. Vivo entre libros, se lo que es el amor, porque en mis historias lo pasan siempre. Con los libros he amado sin amar, he odiado sin odiar, he experimentado aliento y desesperanza, he saboreado victoria y derrota. He tenido emociones que ni siquiera sabía que existían.

-Eso es en los libros. No es un sentimiento real-, conteste con indignación-, tu sientes lo que estás leyendo, pero no te está pasando.

-¿Quienes escriben los libros?

-Los escritores, creo que es una pregunta muy obvia-, conteste y me volví a levantar, me había olvidado de los vasos, platos y el cuchillo.

-¡Exacto!-, grito desde la mesa -los escritores transmiten lo que sienten a través de palabras, supongo que sí han escrito historias de hermosas princesas y valientes caballeros que se aman es porque saben que ese sentimiento si existe. Saben que es poderoso y cambia hasta lo irreversible, no todos los escritores conocen el amor, lo sé, sin embargo se atreven a describirlo por lo que ven en el mundo, y al imaginárselo lo sienten. Saben que cuando experimentas ‘eso’ haces cualquier cosa.

-Eres tan profundo, de verdad, solo tú tienes una perspectiva como esa-, deje todo en la mesa y lo observe-, yo aún no me enamoro y no me imagino como será cuando pase, porque jamás pasara.

-Yo lo he sentido millones de veces a través de los personajes de mis libros, y no me da pena admitirlo. Supongo que voy a experimentar las mismas sensaciones que ellos cuando llegue la indicada.

-Estás loco-, conteste, tomando el cuchillo y partiendo la pizza en dos

-Los locos somos los mejores, de nosotros vienen las mejores ideas.

-Claro-, repuse y coloque los pedazos de pizza en platos-, si en este mundo no existiera la locura, el mundo no avanzaría.

-Vaya, vaya, juntarte conmigo te está haciendo bien, Cervantes.

-Cierra la boca y come-, le di un mordisco a mi pedazo de pizza.

Estuvimos comiendo en silencio. Acabamos rápido. Cuando terminamos, note que algo me había faltado.

-Mierda, el jugo-, dije mientras chasqueaba los dedos.

-¿Lo acabas de notar?-, soltó una leve carcajada-, ya olvídalo.

-Soy una idiota, lo siento.

-He notado, que tu vocabulario no es precisamente el de una dama.

-Bueno, es que yo no soy, precisamente, una dama-, dije tajante.

Se echó a reír, como si hubiera dicho lo más gracioso del mundo.

-Hace mucho que me di cuenta de ello-, respondió finalmente, dio un largo suspiro y después agrego- te veo después, Jane, tengo que irme.

Se puso de pie y camino hacia la puerta

-De acuerdo, déjame llevarte- me levante y fui tras él.

-No-, respondió y se detuvo-, me gusta caminar y mi casa no está lejos de aquí.

-¿De verdad?, ¿vives por aquí?- pregunte acercándome más.

-Perdón por no aparentar que también vivo en una calle privada.

-No quise decirlo así- sentí que me sonrojaba.

-Te veo luego, cuídate –dijo a modo de despedida y camino hacia la puerta.

-Nos vemos mañana-, no se me ocurrió decir otra cosa.

-De acuerdo -abrió la puerta y salió.

Me quede parada unos segundos, sabía que tenía tarea, y sabía que si regresaba tarde a casa, me desvelaría demasiado para poder hacerla. Pero eso no me detuvo.

Salí de la casa apresuradamente. Él ya se encontraba en la banqueta. Se detuvo, dio media vuelta y me miro incrédulo.

-¡Oye!, de verdad, yo te llevo -insistí y camine hacia él.

-Puedo caminar, está bien, gracias-, respondió con una sonrisa.

-Por eso… puedo llevarte… caminando.

-¡Esto es increíble!-, grito con deleite-, tú no quieres que me vaya -esbozo una sonrisa.

-¿Ya vas a empezar?-, pregunte con irritación, aunque sabía que tenía razón.

-Oye, solo dímelo. Y me quedo.

Razone un momento. Él se empezaba a comportar de una manera diferente, así que, llegue a la conclusión de que su compañía me iba bien.

-Quédate, por favor.

Sentía como el orgullo me exigía a gritos que lo dejara ir. Que no le pidiera que estuviera conmigo.

Sin embargo, ese día, por primera vez en mi vida, lo ignore. 

Perspectiva de una estúpida adolescente.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora