Capitulo 12.

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-¿Qué me darás a cambio?

-¿Esto es enserio?, Jefferson, no eres un bebe como para pedir algo a cambio-, conteste con enfado.

-Era una broma, solo una broma. Cuando me conozcas mejor, sabrás diferenciar lo que te digo enserio y lo que te digo a juego.

-Entonces… ¿vas a entrar?-, quería cambiar de tema.

Me asustaba la idea de conocerlo mejor. Siempre suelo ser así, no me gusta conocer a la gente a fondo, luego separarse es mucho más difícil.

Nos encaminamos la puerta de nuevo.

Hicimos la tarea -ambos teníamos los mismos profesores-. Fue sencillo y más rápido de lo normal. Para cuando vi el reloj ya eran las cuatro de la tarde.

Mi madre usualmente llegaba a las siete y mi papá a las ocho. Aun me quedaban tres horas de soledad, así que convencí a Jefferson de ver una película.

-Cuando dijiste que íbamos a ver una película, no me imagine que te referías a esto –dijo, e imito una expresión de enojo.

-¿Qué?-, pregunte, reprimiendo la risa-, no hay mejor película que Alicia en el país de las maravillas.

-Eso es muy infantil, eres una bebe. Es mejor la película de Peter Pan.

-Iré a hacer las palomitas-, dije sonriente-, tu puedes ir poniendo la película.

-De acuerdo, pero sigues siendo muy infantil.

Tres minutos más tarde, regrese con dos recipientes completamente llenos de palomitas y dos refrescos -de un litro-.

Cuando Jefferson me miro, abrió los ojos de par en par.

-¡Dios santo, me encantas!-, dijo y lanzo una pequeña carcajada.

-¿Qué?-, dije con una amplia sonrisa-, si lo sumas, solo son: cuatro paquetes de palomitas y dos litros de refresco, no le hace daño a nadie.

Sobra decir, que ignore por completo lo que había dicho. Eso de que le encantaba.

-Creo, que se te olvido añadir un cuarto litro de salsa, sin ella las palomitas no tienen sabor.

-Tienes razón. Iré por ella.

Enseguida de que regrese, nos pusimos en marcha.

Comer. Ver película. Beber.

El tiempo se fue demasiado rápido. Minutos antes de que terminara la película, nosotros ya habíamos acabado con todo.

-Somos unas bestias-, comente, sintiendo una gran culpa.

-Más bien, somos unas bolas. ¿Crees que podamos rodar? –pregunto, y puso las manos sobre su estómago.

-No lo dudo, ¿rodamos juntos por el mundo?-, bromeé.

-Quiera o no, yo si tengo que rodar, es hora de irme.

-Bien. Te acompaño a la salida, campeón.

Nos levantamos y caminamos hasta la puerta. Al abrirla, encontré a una persona parada justo enfrente, entretenida, buscando sus llaves.

Era mi madre.

-Hola, mamá-, dije con nerviosismo.

Esto se debía, a que, los amigos que solía llevar a casa, por una razón u otra, los trataba horrible. Esliana fue la única que tuvo ‘el privilegio’ de ser aceptada. Por ende, nadie más que ella, pisaba mi casa –no, ni siquiera Rodrigo y Andrés-.

-Hola, ¿quién es él? -pregunto mientras señalaba a Jefferson con el ceño fruncido.

-Un amigo, me estaba ayudando a hacer… -vacile un momento, no quería que mi madre supiera nada sobre la presentación planeada-, un trabajo.

-Buenas tardes, señora, soy Jefferson Dequenes, un gusto-, él estrecho su mano, para saludar a mi mamá.

Como era de esperarse, mi madre no le dio la mano, solo lo miro de pies a cabeza y exhalo fuertemente, haciendo un gesto de rechazo.

Sentí que la furia corría por mis venas, siempre le decía que no tenía derecho a tratar a mis amigos así. Pero entonces lo recordé. Esa era, exactamente, la misma actitud que yo había tomado el primer día que conocí a Jefferson.

Me odie con todas las fuerzas, por haber hecho lo mismo que ella.

-Creí que aun estabas con Ricardo-, repuso mi madre y me miro con cara de molestia.

Esa siempre era una señal, que no avecinaba nada bueno.

-Mamá-, dije con la voz temblorosa a causa de tragarme el coraje-, aún sigo con él, pero no por el hecho de tener novio, voy a olvidarme de tener amigos.

-Bueno-, respondió al instante, lanzando un bufido de indignación-, no dan a entender que sean amigos estando solos a esta hora.

-No hicimos nada malo-, conteste, y esta vez, no me preocupe por disimular mi molestia-, un poco de confianza en mí no te hará daño, madre. Apenas son las seis y media, Jefferson ya se iba.

-No hagas cosas…

-No voy a pelear delante de él-, la interrumpí con irritación-, ahorita vuelvo.

-¿A dónde vas?-, pregunto con dureza.

-A un hotel barato, es que llegaste y frustraste los planes- conteste sarcástica, agarre a Jefferson del brazo y lo jale conmigo, haciendo a mi madre a un lado. No quería verla.

-Voy a hablar contigo en cuanto cruces de nuevo esta puerta -respondió mamá, mirando a Jefferson con repulsión.

Después de eso, entro a la casa, dejándonos solos, en el patio.

-¿De verdad iremos a un hotel barato?-, bromeo Jefferson.

-En tus sueños, solamente -dije, poniendo los ojos en blanco.

-¡Ah, descuida!-, contesto con descaro-, allá hemos ido como cincuenta veces y déjame decirte que somos clientes frecuentes.

-¡Jefferson! -lo solté con enfado y le di un golpe en el hombro.

-Si pegarme te hace sentir mejor…

-Ella es una maldición a mi vida -interrumpí con enojo.

-No digas eso, Jane-, repuso con completa seriedad-, tiene razón en…

-Me enoja que haga esos comentarios cuando ni siquiera sucedió nada entre nosotros -replique, aun cargada de coraje.

-Por desgracia, no-, fingió una expresión triste y dio un largo suspiro.

-No es momento para juegos -conteste, entrecerrando lo ojos en signo de molestia.

-Quiero que sonrías-, coloco sus manos en mis hombros-, no dejes que esto sea un motivo para arruinar tu día.

-Que tu madre no confié en ti, es un motivo muy bueno.

-Ella confía en ti, pero no en mí. Entiéndela, no me conoce, eso es todo.

-No eres al primero que trata así, ella solo tiene ojos para el idiota de… -me tape la boca con las dos manos.

-¿Para el que? -pregunto Jefferson, arqueando las cejas y sonriendo a la vez-, ¿acaso te ibas a referir a Ricardo, Jane?

-Es hora de irse -intente cambiar abruptamente de tema.

-Tu no lo quieres, acéptalo, preciosa-, contesto mientras una de sus manos acariciaba mi rostro.

-No me llames preciosa -respondí, quitando su mano- y largo, que aún me espera una pelea con ella-, señale hacia la casa, con el pulgar sobre mi hombro.

-No hay peor mentiroso, que el que se engaña a sí mismo. Te veo mañana, guapa-, dio media vuelta y se fue.

Me quede mirándolo, hasta que desapareció, doblando la esquina.

Segundo después, caí en la cuenta de que me esperaba una contienda con el ser más peligroso de todas las épocas: mi madre.

Perspectiva de una estúpida adolescente.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora