Capitulo 13.

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Abrí la puerta y no vi señal de ella. Asumí que estaría en su cuarto tomando una ducha, así que subí a mi alcoba, con toda la intención de encerrarme y no abrirle, para evitar una discusión.

Pero cuando llegue a mi habitación, vi que estaba completamente equivocada.

Mi madre estaba leyendo mi discurso.

-¡¿Qué haces en mi cuarto?!-, estalle, fui hacia ella y le arrebate la hoja.

-¡No seas grosera, Jane!, ¿Por qué escondes eso?, ¿Qué tiene de malo que lo lea?

-¡¿Qué tiene de malo?!-, respondí cargada de furia-, ¡Invades mi privacidad!, ¿acaso ya ni eso puedo tener?, nunca vienes a mi cuarto y cuando vienes te pones a esculcar mis cosas.

-¿Qué es eso?

-¡No te importa!... nunca te ha importado-, se quebró mi voz, y salieron lágrimas.

Lagrimas acompañada de rencor, ira, enojo, molestia. Odio.

-Te lo voy a preguntar solo una vez más -advirtió-, y cuidado con que…

-¡¿Con que, mamá?! ¡¿Cuidado con qué?! -grite, desgarrándome la garganta, como si eso fuera a librarme de todo lo que sentía-. Te lo repito, no te importa, y no te mortifiques en  preguntarme una y otra vez porque la respuesta siempre será la misma, ¡no te importa!

Había sobrepasado los límites, y a juzgar por la cachetada que recibí después de mi respuesta, mi madre lo había sabido también.

-¡Si no te saco la verdad a palabras, te la saco a golpes!-, grito, aun mucho más fuerte que yo-, ahora dime, ¡¿qué carajo es eso?!

-Mira, mamá-, conteste en voz baja y sollozando. Apenas era entendible lo que decía-, ya te dije que no te diré nada. Mátame a golpes si tú quieres, pero soy una persona, y tengo derecho a tener mis propios secretos. Seamos sinceras, en un principio no viniste a mi cuarto a fisgonear mis trabajos, nunca lo haces, más bien, viniste a ver cuándo malditos condones usados te encontrabas.

En respuesta a lo que dije, recibí otro par de bofetadas, luego, ella salió, sin siquiera mirarme.

Sentí que no aguantaba más, cerré la puerta de un trancazo y grite con todas las fuerzas que me fueron posibles. Me tire en la esquina del cuarto, me hice un ovillo y comencé a llorar como nunca en mi vida.

Odio. Rencor. Coraje. Reinaba de todo en mi mente.

Al final, después de mucho tiempo -ya había llegado mi papá, mi madre se había encargado de darle la noticia de mi berrinche a lujo de detalle-, termine de odiar al mundo y me arrastre hacia la cama, con ojos hinchados. Mi dolor de cabeza era horroroso, había llorado tanto, que parecía que no quedaban lágrimas que usar en todo el resto de mi vida. Aun así, mi cansancio pudo más. No supe cómo, pero me perdí en el sueño.

Al día siguiente, me encontraba en un dilema. Había decidido ayer -durante la noche, en medio de mi llanto-, no ir de nuevo la biblioteca.

Daremos a entender otra cosa, pensé. Me molestaba, pero sabía que mi madre tenía razón.

Solo que, él me hacía sentir tan bien, quería contarle lo que había pasado, necesitaba contárselo.

. Sabía que si le platicaba mis cosas, habría dos opciones, o me haría reír, o lloraría conmigo. Hiciera lo que hiciera, sabía que me sería bueno. Sin embargo, a última hora opte por dormir un poco más.

Dieron las seis de la mañana, me levante e hice la rutina que normalmente hago para irme a la escuela, sin entusiasmo alguno. Cuando baje a desayunar, mi papa ya estaba en la mesa -algo raro, él siempre se levanta después que yo-, sabía perfectamente la razón de que estuviera despierto más temprano. Iba a hablar conmigo.

Perspectiva de una estúpida adolescente.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora