No paraba de sorprenderme, cada vez que iba, contemplaba esa enorme casa. Y me preguntaba, si no le daba miedo estar en semejante lugar, solo.
Color turquesa, de tres pisos.
En el primer piso: la cocina, el comedor, un bar con todo tipo de bebidas alcohólicas, la sala de estar, dos baños, cuartos para el servicio doméstico –vacío, porque no había sirvientas, Rodrigo desechaba a todas-, el jardín y cochera con espacio para cinco autos.
En el segundo piso: su cuarto, el de sus padres -cada uno con su propio baño, sobra decir-, un amplio gimnasio, un cuarto en el que solo habían papeles sobre un escritorio y dos cuartos para huéspedes.
El tercer piso: una sala de juegos con mesa de billar, un pequeño lugar para el boliche, videojuegos, etcétera; una gran terraza y una biblioteca –había enciclopedias de todos los temas, libros clásicos e historias famosas, siempre que no encontramos algo por internet lo buscábamos en su biblioteca-.
Pero lo más grandioso de esa casa, era su azotea. Ahí se encontraba una alberca enorme y había barandales de vidrio cubriendo el perímetro del área, con césped verde y tres camastros. Una mesa redonda de vidrio con cuatro sillas alrededor y tenía un aparato enorme para reproducir música, una parrilla para asar carne y una hielera grande. Sobre dos postes que se encontraban a esquinas opuestas, colgaba un alambre grueso, del cual se sujetaban varios focos de colores.
Siempre que íbamos a hacer tareas, subíamos cuando el atardecer estaba en su máximo punto y admirábamos el inmenso cielo. ¡La vista de verdad era formidable!
Al entrar, enseguida notabas que un adolescente vivía ahí. Había envolturas de chatarra y comida por todas partes, revistas de todo tipo, calcetines sucios y pequeñas capas de polvo en los muebles. Era obvio que Rodrigo no se esforzaba para conservar limpio el lugar.
-Soy un chico muy desorganizado-, dijo con una sonrisa tímida, cuando lo miramos con incredulidad.
-Fíjate, que curioso, ni lo habíamos notado-, contesto Esliana.
-Siéntense en donde puedan –repuso, encogiéndose de hombros-, este martes ya vendrá alguien a limpiar todo, me da flojera limpiar yo.
-Ventajas de ser un niño bien-, comento Daniel mientras nos acomodábamos en la sala.
-¿Y una persona puede limpiar todo en un día?-, pregunto Jefferson.
-No, necesito contratar a aproximadamente unas cuatro, y eso porque no dejo que toquen mi cuarto ni el de mis padres. Eso les aligera mucho la carga, de lo contrario, se necesitarían cinco personas.
-¿Les toma todo el día?-, repuso Brian.
-No, generalmente vienen aquí a las ocho de la mañana y se van a las cuatro, claro, si es que hacen limpieza profunda… ¡pero dejemos de hablar de mi casa!, empecemos con lo que de verdad importa, quiten todo lo que les estorbe, y pongan las cosas que se van a utilizar.
Hicimos lo que nos pidió. No puedo decir que trabajamos con seriedad –las bromas en el grupo nunca podían faltar-, pero sí puedo decir que cubrimos varios aspectos que sentíamos no estaban completos. Ensayamos todo lo que diríamos Jefferson y yo, enfrente de los demás para recibir críticas constructivas –o burlas de mierda, que nunca pueden faltar si estas con amigos de verdad-.
Todo esto nos tomó aproximadamente como dos horas, después de eso, estuvimos platicando de cosas insignificantes, prácticamente para conocernos más.
-Entonces, ¿esa es la famosa historia?, ¿Ustedes se conocieron en la biblioteca, insultándose?-, pregunto Daniel a Jefferson, con asombro.
-Si –intervine-, el me caía… me cae, muy mal, pero ahora lo tolero-, le dedique una sonrisa.
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Perspectiva de una estúpida adolescente.
RandomJane es una adolescente que se sigue por solo una regla: “Consigue todo a costa de todo”. Sin embargo, para lograr lo que uno desea, siempre se debe de pagar un precio muy alto. ¿Jane será capaz de pagarlo? Ella estaba segura de que así seria. Es...