Capitulo 23.

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No paraba de sorprenderme, cada vez que iba, contemplaba esa enorme casa. Y me preguntaba, si no le daba miedo estar en semejante lugar, solo.

Color turquesa, de tres pisos.

En el primer piso: la cocina, el comedor, un bar con todo tipo de bebidas alcohólicas, la sala de estar, dos baños, cuartos para el servicio doméstico –vacío, porque no había sirvientas, Rodrigo desechaba a todas-, el jardín y cochera con espacio para cinco autos.

En el segundo piso: su cuarto, el de sus padres -cada uno con su propio baño, sobra decir-, un amplio gimnasio, un cuarto en el que solo habían papeles sobre un escritorio y dos cuartos para huéspedes.

El tercer piso: una sala de juegos con mesa de billar, un pequeño lugar para el boliche, videojuegos, etcétera; una gran terraza  y una biblioteca –había enciclopedias de todos los temas, libros clásicos e historias famosas, siempre que no encontramos algo por internet lo buscábamos en su biblioteca-.

Pero lo más grandioso de esa casa, era su azotea. Ahí se encontraba una alberca enorme y había barandales de vidrio cubriendo el perímetro del área, con césped verde y tres camastros. Una mesa redonda de vidrio con cuatro sillas alrededor y tenía un aparato enorme para reproducir música, una parrilla para asar carne y una hielera grande. Sobre dos postes que se encontraban a esquinas opuestas, colgaba un alambre grueso, del cual se sujetaban varios focos de colores.

Siempre que íbamos a hacer tareas, subíamos cuando el atardecer estaba en su máximo punto y admirábamos el inmenso cielo. ¡La vista de verdad era formidable!

Al entrar, enseguida notabas que un adolescente vivía ahí. Había envolturas de chatarra y comida por todas partes, revistas de todo tipo, calcetines sucios y pequeñas capas de polvo en los muebles. Era obvio que Rodrigo no se esforzaba para conservar limpio el lugar.

-Soy un chico muy desorganizado-, dijo con una sonrisa tímida, cuando lo miramos con incredulidad.

-Fíjate, que curioso, ni lo habíamos notado-, contesto Esliana.

-Siéntense en donde puedan –repuso, encogiéndose de hombros-, este martes ya vendrá alguien a limpiar todo, me da flojera limpiar yo.

-Ventajas de ser un niño bien-, comento Daniel mientras nos acomodábamos en la sala.

-¿Y una persona puede limpiar todo en un día?-, pregunto Jefferson.

-No, necesito contratar a aproximadamente unas cuatro, y eso porque no dejo que toquen mi cuarto ni el de mis padres. Eso les aligera mucho la carga, de lo contrario, se necesitarían cinco personas.

-¿Les toma todo el día?-, repuso Brian.

-No, generalmente vienen aquí a las ocho de la mañana y se van a las cuatro, claro, si es que hacen limpieza profunda… ¡pero dejemos de hablar de mi casa!, empecemos con lo que de verdad importa, quiten todo lo que les estorbe, y pongan las cosas que se van a utilizar.

Hicimos lo que nos pidió. No puedo decir que trabajamos con seriedad –las bromas en el grupo nunca podían faltar-, pero sí puedo decir que cubrimos varios aspectos que sentíamos no estaban completos. Ensayamos todo lo que diríamos Jefferson y yo, enfrente de los demás para recibir críticas constructivas –o burlas de mierda, que nunca pueden faltar si estas con amigos de verdad-.

Todo esto nos tomó aproximadamente como dos horas, después de eso, estuvimos platicando de cosas insignificantes, prácticamente para conocernos más.

-Entonces, ¿esa es la famosa historia?, ¿Ustedes se conocieron en la biblioteca, insultándose?-, pregunto Daniel a Jefferson, con asombro.

-Si –intervine-, el me caía… me cae, muy mal, pero ahora lo tolero-, le dedique una sonrisa.

Perspectiva de una estúpida adolescente.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora