Capítulo 49.

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La resolana se filtra a través de las ventanas, mis párpados se rehúsan a abrirse, pero un ligero aleteo en mi barbilla me hace querer saber de qué se trata.

— Vuelve a dormir — susurra Evan en mi oído.

Me estiro girándome hacia él.

— ¿Y tú qué haces despierto?

— Solo quería verte babear — acaricia mi mentón.

— Sí, claro — río —. Ahora besar se llama observar.

— Bueno, eso también.

Evan se inclina y me besa. Como si fuera la cosa más normal del mundo, como si nosotros lo fuéramos.

— ¿Qué haremos hoy? — pregunto.

Me abraza acurrucándose entre mi cuello y hombro —: Podemos quedarnos a ver películas.

Comienzo a negar.

— ¿Por qué no? — murmura.

— Me lo prometiste, me prometiste un día de playa.

— ¿Aún lo recuerdas?

— Por supuesto, fue la primera vez que alguien me deja plantada.

Evan estira su mano, apartando el cabello de mi frente.

— Perdón por herir tu ego.

— ¡Fue mucho peor que eso! — gimo.

Evan se estira y patea las colchas —: Andando, mi chica quiere ir a la playa.

Su chica.

— ¡Andando!

Evan gruñe.

Me siento en el borde, pero Evan me jala devuelta a la cama. Tengo que levantarlo, si no de ningún modo iremos a la playa. Y quiero ese día perdido y muchos más.

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Extiendo la manta de pequeñas bananas sobre la arena. Evan deja a un lado la canasta improvisada que hicimos.

— Es un gran día de playa.

— Todos los días son un buen día para visitar la playa.

— Ahora lo son — contesta con una sonrisa en sus labios.

— ¡Vamos!

— ¿A dónde?

— A nadar.

Comienzo a quitarme las sandalias y mi vestido. Evan se queda completamente quieto, pero al verme correr con dirección al mar enseguida ya se encuentra viniendo detrás.

— ¡Está helada! — grita al sumergirse.

— No seas un bebé — salpico agua en su cara.

— ¿Bebé?

Evan se lanza hacia mí y me carga sobre su hombro dejándose caer. La sal del mar nos envuelve como si los días anteriores no hubieran existido, como si ahora solo fuéramos nosotros.

Solo él y yo.

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Poco después de jugar en el mar, nos tendimos sobre la manta, puse mi cabeza en su estómago y desde entonces no ha dejado de acariciar mi cabello.

— La próxima vez deberíamos traer bicicletas.

— Buena idea, también te ganaré — me levanto para tomar un gajo de mandarina.

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