Capítulo 35.

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Estar evitando a Evan por días, no era de las mejores ideas que tenía. Mi vida volvió a su habitual rutina.

Echaba de menos el que pasara conmigo todas las tardes; el comer a su lado, el que soltara algún comentario tonto o incluso su simple presencia.

Su sonrisa la echaba de menos.

Mensajes llegaban, pero nunca hubo llamadas. Parte de mí, estaba decepcionada, pero en el fondo sabía que era lo mejor.

"¿Nos vemos hoy?"

"¿Comida china o mexicana?"

"Lo siento."

No respondí ninguno de sus mensajes.

Quería marcarle y decirle que quería comida mexicana, que lo disculpaba, pero no del todo.

No cuando él no estaba siendo sincero.

Arrojé mi celular a un lado y decidí ir a comer sola. No es como si tuviera opciones.

Las había, pensé, antes de salir por la puerta.

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El lugar es muy estilo mexicano, sombreros de charro adornan el lugar. Al igual que catrinas y artesanías de colores que dan ambiente al lugar.
Ya había visitado el restaurante junto con Evan, pero no fue la primera vez. Gemma también era amante de la comida mexicana tanto como yo.

Por otro lado, era un lugar que solíamos visitar.

Aquel día era caluroso y aunque lo era, no nos importó en pedir unas enchiladas. Las famosas tortillas bañadas en salsa, rellenas de alguna proteína y en la cima llevaban crema, queso y hasta pequeñas hierbas de sabor. Picaban, lo acepto, pero era imposible no seguir comiendo.

Después de que terminamos de comer y beber nuestra agua de horchata. Evan me jaló directo hacia la pista de baile.

Mis pies no se negaron.

El mariachi tocaba. Guitarras y trompetas aumentaban el frenesí del lugar con ese sutil sonido del violín.

Era espectacular.

Aunque el lugar siempre estaba abastecido, la pista de baile siempre parecía enorme con toda la gente en ella. Movíamos los pies y agitábamos el cuerpo al ritmo de la música. Poco después, una chica bajita de piel tostada paso a la pista repartiendo sombreros.

—Ten póntelo

—¿Se me verá también como aquella morena? — señale a la chica de enfrente mientras me colocaba el sombrero de charro en mi cabeza.

—Lo dudo — sujete la cuerda por debajo de mi barbilla —. Pero hagamos el intento.

Solté un golpe en su pecho y seguimos bailando. Pude sentir que mi piel se encontraba roja por todo el ajetreo. Sin embargo, no deje de bailar y de girar en los brazos de Evan.

Al día siguiente, aparecieron fotos de nosotros. Y cada que las miraba podía jurar que la chica de ahí sonriendo no era yo.

Llena de felicidad, energía, completamente brillaba como en una ocasión había dicho Evan, que en se momento no creí.

Era brillante, y abrumadora de ver.

Pero ahora...

Ahora volvía a ser sombría.

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