Capítulo 31.

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— Cuéntanos Halley, ¿cuál es tu color favorito?

Azul.

— Rosa, mi color favorito es el rosa.

— ¿Qué actividad en tus tiempos libres te gusta hacer más?

Contar estrellas.

— Me encanta salir con mis amigas, disfruto mucho salir de compras.

Son las respuestas que me fueron asignadas para decir. Hubo una ocasión en la que verdaderamente dije lo que me gustaba, lo que a la verdadera Halley le gusta.
Fue cuando grabé mi primera película como protagonista, estaba tan entusiasmada por mi primera entrevista en televisión. Pero no resulto nada de lo que pensé.

— ¿Halley cuál es tu época del año favorita?

— Me gusta el otoño, el frío... — soy interrumpida.

— Frío, que raro — la conductora rasca su barbilla —. Qué te parecería si dices algo como el verano, a los jóvenes de tu edad les encanta la playa.

— Sí, pero...

McNally se acerca a mi lado.

— Querida Halley, has caso a lo que te piden. Lo hacen para que niñas como tú atrapen al público — aprieta mi hombro —. Además, el frío es melancólico, sin embargo, el verano va más de acuerdo a tu edad. Chicos, sol, arena.

Busco a Ro entre la gente que nos rodea, cuando la encuentro me lanza una mirada que perfectamente entiendo.

Debo hacer caso.

— Esta bien, lo haré mejor.

McNally froto mi cabeza y se hizo a un lado.

Desde ese día comprendí que no querían conocer a la Halley real, sino una imagen superficial de niña rica. Mis gustos eran simples, lo entendía; como los días fríos, el color azul e incluso una simple pasta con salsa.

Ellos no me querían conocer, no verdaderamente.

Cuando terminó la entrevista, fuimos directo a casa, en mi caso a la habitación que en ese entonces era mía. Y llore.
Lloré porque estaban conociendo una mentirosa, o en ese entonces así lo creía.

— ¿Puedo pasar?

No respondí, así que la puerta se abrió.

— No lo entiendo Ro, no entiendo que hay de malo con mis respuestas.

Ro se sentó conmigo en el suelo, sujeto mi cabeza poniéndola en su regazo.

— No hay nada de malo, es lo que te gusta. No podemos cambiarlo.

— ¿Significa que debo seguir mintiendo?

— No estás mintiendo, tú no — frota mi cabeza —. Ellos se pierden de conocerte.

Levanto mi cabeza de golpe —: ¿Lo crees?

— Por supuesto, déjalos creer lo que te piden. Solo los afortunados sabremos lo que verdaderamente te gusta.

Limpio mis mejillas.

— Tómalo como un papel más — dice.

Fruncí el ceño —: Lo haré, eso haré.

Ro se inclinó y nos abrazamos, hasta que susurre —: Ro, entonces supongo eres afortunada.

— Por supuesto que lo soy, mi Lei.

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Al pasar los años, capa tras capa fui formando a mi alrededor. Con el tiempo comprendí que no todos debían conocer a la Halley que pocos conocían.

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