Capítulo 27.

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— ¡Wow tú hiciste todo esto! — dice Gemma, emocionada ante el delicioso desayuno.

En la mesa hay desde fruta picada; hot cakes, huevos revueltos, tocino frito, hasta pan tostado con mermelada, mantequilla y queso.

Demasiado para que yo lo cocine.

— Lo hice yo solita, no es tan complicado. — miento.

Gemma toma un panqueque —: No lo sé, tú sueles quemar hasta el agua.

— Ja, ja muy graciosa — digo sarcásticamente, aunque sé que dice la verdad —. Anda disfrútalo, lo hice para ti.

Gemma asiente emocionada y comienza a derramar miel en su desayuno.

— Oye, ¿dónde fuiste ayer? — frunce el ceño — Vine a buscarte y no estabas, necesitaba que me ayudarás a comprar ropa.

— Sabes que salgo con Evan — le recuerdo — ¿Y para qué necesitas comprar? Sabes que yo puedo dártela.

— No quiero ropa gratis. — hace su plato a un lado —. No te lo había dicho por todo lo que estas pasando, pero tengo algunas cosas por hacer, y necesito que por ahora solo me apoyes a que no compre ropa de cientos de colores.

— ¿Y no me dirás esas cosas?

Niega —: Te lo diré cuánto esté segura, por ahora solo necesito que me acompañes a comprar ropa.

No hago más preguntas, sé que, aunque ruegue e implore Gemma no abrirá su boca.

— Esta bien, te ayudaré a elegir el color de tu ropa.

Sonríe —: ¡Démonos prisa y vayamos a los bazares!

Asiento y ambas desayunamos lo que hizo Evan que fingí hacer yo.

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Al terminar Gemma se ofrece a lavar los platos, mientras, corro a tomar una ducha. Cuando salgo del baño encuentro a Gemma tendiendo mi cama.

— Ya sabes que no es necesario que lo hagas.

— Descuida, no me molesta.

Voy con dirección a mi cuarto de ropa; tomo una camiseta suelta, unos jeans oscuros y por último una chaqueta.

— Déjame tomar mis lentes y nos va...

— ¡Evan hizo el desayuno! — grita con la nota en su mano.

¡Mierda la nota!

— Te lo iba a decir — titubeo —, es solo que quería sorprenderte.

— ¿Durmió aquí?

No respondo.

— ¡Lo hizo Halley Collins!

— ¡Lo hizo! — confieso —. Pero no ocurrió nada, lo juro.

Gemma entrecierra los ojos.

— Me compraras una bufanda — me apunta —. Una linda, grande y colorida bufanda.

— Todas las que quieras — corro tomándola por los hombros.

— Solo quiero una — frunce el ceño.

— De acuerdo, será solo una.

Guardo la nota en el fondo de mi bolsillo, solo para no perderla y guardarla para después.

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Después de caminar por cientos de tiendas Gemma solo ha comprado dos overoles, cuatro suéteres, un gorro color mostaza y muchas, muchas medias con figuras divertidas con olanes e incluso perlas.

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