Capítulo 55.

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—¿Qué tan buena idea es que te acompañe?

—Es una idea horrible — Klein ríe al teléfono. — Pero eres importante para mí y necesito que estés ahí.

—Vaya... — susurra al teléfono — ¿Quién diría que hoy por la noche recibirás tu estrella?

—Tú también tendrás la tuya. — Le ánimo.

Klein suelta una respiración pesada.

—¿Recuerdas cuándo era un niño que rogaba atención y focos a su alrededor?

No contesto, pero sabe que lo recuerdo.

—Ahora sé que mereces más esta estrella que yo.

—Klein...

—Hoy iremos a celebrar en tu nombre, por la gran estrella Halley.

—Gracias por estar aquí. — digo sincera.

—Sabes que siempre lo estaré, no es como que te haya dejado de amar.

—Lo sé.

Mi timbre suena y sé que ha llegado mi equipo de trabajo.

—Klein debo colgar, pasaremos por ti a las siete, ¿de acuerdo?

—Espera... — silencio — Sé que dirás que estoy mintiendo, pero debo decirte que estoy seguro de que Evan te ama, y lo sé porque te mira como yo solía hacerlo, como tu solías mirarme. Así que sonríe mi bella Halley, que las estrellas apenas se están alineando.

Si era así sabía lo que ocurriría esta noche, se alinearan o no, al menos las mías lo harían.

Tenía un propósito, una meta. Había tomado una decisión.

—¿Sabes que de ahora en adelante eres mi mejor amigo?

No puedo evitar sonreír al teléfono.

—Eso no es lo que le gustaría escuchar a un ex. — Ríe —. Pero siendo nuestro caso, es lo más valioso que nos queda.

El timbre vuelve a sonar.

—Nos vemos esta noche, Klein Page.

—Hasta entonces, estrella Halley Collins.

Hoy era el día, era la noche.

La noche perfecta para ver estrellas verdaderas.

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El vestido que usare en la premiación es azul marino con detalles dorados. Estrellas lo rodean por toda la falda y pecho. El mismísimo cielo estrellado está plasmado en este vestido. Es precioso.

—¿Quieres que sujetemos tu cabello?

—Prefiero llevarlo suelto.

Esta noche aparecería tal y como yo soy.

—¡Estás lista! — anuncia Frank.

—¿Por qué lloras? — me giro a verlo y sus ojos se encuentran acuosos.

Frank sobre su nariz.

—Nuestra niña está creciendo.

—¡Oh, Frank!

Lo abrazo, pero no dura mucho porque Gemma entra interrumpiéndonos.

—La limosina está aquí.

—¡Wow! — exclamo.

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