33. ¿Quien dijo que deje de estarlo?

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Narra Amber: Aún recuerdo cuando encontré a Alex llorando después de que Cleo se fue a rehabilitación. Fue una visión que me rompió el corazón, pues Alex se esforzaba por esconderme su dolor y se empeñaba en librar sus batallas solo. Él quería que todos estuvieran en paz, mientras que él libraba guerras contra sí mismo en su cabeza, lo que le estaba afectando mucho.
Para nuestra suerte, estos años hemos trabajado en eso, así como yo aprendí a descargarme con el, el también aprendió a hacerlo conmigo, así que aquí estábamos, sentados en el sofá de su oficina, con Alex recostado en este, descansando su cabeza en mi regazo, mientras me cuenta las cosas que le gustaría mejorar y yo las anoto. Cuando las cosas están enumeradas, Alex se escribe una carta a sí mismo, diciéndose cuáles son las que puede resolver y las que no puede, explicándose a sí mismo porque no puede y se recuerda que está bien, pues no puedes cargar el peso del mundo entero y el tuyo a la vez.

—¿Algo más, marinero?— acaricié su cabello, besé su sien y él negó.
—Bien ¿Quieres empezar con tu carta?— pregunté, pasando a una hoja vacía, para que él pueda escribir.

—Mejor después, quiero irme de aquí ahora, pasemos por tu vestido— dijo el, levantándose del sofá, para después dirigirse a su escritorio. Tomó su mochila y después extendió su mano hacia mi. Me levanté de sofá, corrí hacia él y lo abracé.
Hay algo que he entendido estos años y es que la oscuridad puede seguirte, atormentarte y hasta atraparte, pero tú decides si te quedas ahí o te vas y yo estoy tratando de que ninguno de nosotros se quede ahí.

Salimos de la empresa, luego de despedirnos de Sebastian y de David. Le dije a Alex que maneje el, salteándome el hecho de que me había mareado hace un rato, ya que él es muy exagerado y es capaz de llevarme al hospital solo por eso.

—Si no estás de ánimo puedo pasar a buscar el vestido mañana, no te preocupes— dije, poniéndome el cinturón.

—No, amor, vamos ahora, estoy mejor— me sonrió.
Mi Alex.
Por momentos el es desastre, un tornado, capaz de destruirlo todo, incluso mi corazón que está en sus manos. Pero todo eso lo equilibra siendo calma, que me lleva a rastras a un mar profundo, a otro mundo, a nuestro mundo.
[...]
Los vestidos de novia siempre me resultaron agobiantes, pues recuerdo que cuando era pequeña mi abuela siempre me decía que debía conseguir un buen hombre, casarme por iglesia y debía elegir el vestido más hermoso, ya que mi hija debía admirarlo de tal forma que debía querer uno igual.
En su momento pensé que esa mujer estaba simplemente loca y que yo jamás iba a tener hijos. Hoy en día sigo pensando lo mismo.

Alex, ajeno a eso, husmeaba entre los vestidos y de vez en cuando me sugería alguno para el día de nuestra boda.
Tal vez podríamos hacer una boda de mentira, en el patio trasero de las casas de mis padres, Leo sería el cura y lo otro lo resolveríamos sobre la marcha.
Gracioso.

Lo deje que se quedé husmeando y fui hacia el mostrador. Saque mi celular para volver a ver el mensaje que Keila me había enviado con lo que le debía decir al vendedor.
Un amable chico me atendió, le repetí lo que decía en el mensaje y el me pidió el nombre de la novia.
—Keila Cabrera— respondí y una señora que estaba al lado mío me miró. Me resulta muy conocida, estoy segura de que la he visto antes y al parecer ella también me ha visto a mi.
El vendedor desapareció y la señora me miró sin descaro alguno, de pronto una sonrisa enorme se dibujó en su rostro.

—AMBER— exclamó ella y yo me di tal susto que grité.

—Amor ¿Qué pasa? ¿Estas bien?— preguntó Alex, acariciando mi mejilla.

—¡Alex Thompson! No lo puedo creer, ustedes dos, lo sabía desde que eran dos niños— dijo la señora y yo hice un esfuerzo por recordarla. Sus ojos me resultan conocidos y además su sonrisa amable también.

Alex (||)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora