Capítulo 12

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Tocó la puerta de la casa, tierna y cálida casa, para ser recibida por la mirada penetrante del pelinegro, viéndole con ojos abiertos. Ella no imitó aquello, pese a las grandes ganas que tenía de lanzarse a sus brazos y reclamarle el no haberla ido a ver antes, su orgullo siempre lograba ganar.

–Déjame pasar, por favor –pidió, amablemente, pero con un semblante serio.

–Claro... –y dentro del pelinegro, había comenzado a llover a grandes gotas. Era doloroso sentir la indiferencia de su menor a su persona, el sentir su calor estaba volviéndose una jodida necesidad.

–Gracias.

Y pudiendo entrar una vez el pelinegro se hizo a un lado, le cerró la puerta. Mark suspiró, con un fuerte dolor en su pecho ¿Dónde estaba aquella dulce chica que le abrazaba y le decía que le amaba todo el tiempo? La estaba extrañando mucho.

La castaña entró sin decir una palabra, pasando por alto la presencia de Jae en el sofá rojo del salón. No dijo palabra alguna, simplemente mordió su labio con lágrimas silenciosas bajando por sus mejillas.

No negaba que la presencia del castaño se sentía como aquella primera vez que notó aquel dulce sentimiento a su mayor, sintiendo su corazón a mil y sus mejillas rojas. El estómago revuelto y las increíbles ganas de lanzarse a sus brazos, besarle todo su perfecto rostro. El sentimiento y sensaciones nunca habían desaparecido, es más, crecían con el tiempo. Pero una herida en su orgullo parecía ser más fuerte.

Limpió sus lágrimas con la manga de su suéter, suspirando y dibujando una sonrisa, que más que una sonrisa parecía una mueca, una dolorosa mueca.

Con lentitud sacó las cosas de las bolsas, llenando la despensa de su amiga. Había pedido que le dejara aquella labor por el día de hoy, pudiendo así despejar su mente. Kim no había permitido que su amiga buscara otro lugar donde quedarse durante el tiempo que tenga separado con Mark, diciendo que podía usar la habitación de huéspedes como si fuera propia. Agradecía mucho tener a Kim como su amiga.

Pronto su vista decayó, nublándose con más lágrimas, cayendo lentamente por sus mejillas y llegando a sus labios, abultados saboreando el salado de sus penas. Unos brazos la envolvieron de manera protectora, dándole suaves caricias en su cabello y dejándola llorar en silencio.

El aroma varonil del perfume le indicó quien era, aferrándose más al cuerpo que sostenía el propio en silencio, dejando que las lágrimas fueran secadas por el pulgar de Jaemin.

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Mark terminó de beber de su copa, dejándola nuevamente en la mesilla en el balcón, tomando de nuevo entre sus manos la guitarra, tocando melodiosamente las cuerdas, formando una dulce y melódica melodía, escuchando una vez más el audio de la canción que, a día de hoy, recuerda habérsela cantado a su menor en su primer año. Era simplemente perfecto.

Una silenciosa lagrima se deslizó por su mejilla, cerrando los ojos sonrió, había logrado tener la melodía perfecta.

Solo quedaba hacer unas pequeñas compras y todo estaría más que perfecto.

Poniéndose de pie y acabando su licor, salió del balcón, llevándose con él la guitarra y la botella vacía de cerveza. Guardó el romántico instrumento en su estuche, volviendo a dejarlo sobre el sofá del salón. Viendo el desastre que había en su departamento después de ya tres días sin ver a su menor, suspiró. Más le valía ordenar todo aquello.

No demoró mucho más, tomando entre sus manos una banda negra para poder apartar el cabello de su cara, la escoba y mucho, mucho perfume para sacar el aroma a cerveza y cigarrillos del departamento.

Quédate conmigo | Mark Lee | Libro#2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora