Prefacio

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La lúgubre sombra que desprendían las gélidas lápidas del lugar empapaba mi cuerpo, mis mejillas húmedas y ojos enrojecidos eran lo único colorido visible en aquel sitio.

Sorbía mi nariz en la impotencia por no poder detener el llanto ante la imagen que presenciaba, los nombres de los dos seres que posiblemente más me amaron en este mundo y de los que no volvería a saber jamás. La flor que había recogido de camino ya se había marchitado de tanto apretarla entre mis sudorosas manos y mi vestido blanco ahora se teñía con la húmeda tierra mortífera bajo mis rodillas.

El silencio era ensordecedor y miles de palabras que he perdido la oportunidad de expresarles se acribillan en mis pensamientos. Miles de preguntas sobre lo que será de mi de ahora en adelante, sobre lo que será de ellos…sobre si tiene algún sentido seguir viviendo aún.

–¿Quiénes son?

La repentina melodía de esa voz resuena en el tétrico y acongojado ambiente haciendo que por instantes mi llanto cese ante la sorpresa, creía que no había nadie más aquí . El abuelo se había alejado unos minutos atrás para darme un momento a solas con ellos.

Paso mi antebrazo por mi cara en un vano intento de limpiar el salobre de mi piel, poco interesa si la he manchado de tierra en el intento, poco interesa lucir presentable ante ese extraño que se aproxima con cautela.

–¿Son tus padres?

Observo con detenimiento su presencia. Y me pregunto…
¿Qué hace un niño solo a estas horas de la noche en un cementerio tan alejado de la ciudad? 
Sus ojos oscuros y curiosos permanecen fijos en mis pupilas y su piel impoluta y nívea hace resaltar su cabello castaño que se mece desmesuradamente a pesar de la poca brisa que es capaz de penetrar por el concreto de estos muros.

Mi abuelo dice que no debemos ser descorteses con otras personas, debería responder su pregunta, pero temo a sollozar si intento mediar palabra. Así que con un asentimiento de cabeza confirmo su introspección.

–Lo siento mucho. Yo también perdí a mi abuelita.—Murmura mientras se sienta a mi lado—Allí está.

El niño señala una lápida adornada con margaritas a unos cuantos metros de nuestra distancia.

–He venido a verla también. ¿Cuántos años tienes?

–Di...diez — susurro para que no perciba mi voz quebrada y el leve hipo que la acompaña.

–¿Diez? ¡Yo también tengo diez!
—Dice mientras me sonríe con empatía—- ¿Cómo te llamas?

–Eun Mi…

–Tienes un nombre muy bonito.

–Gracias. —Sorbo mi nariz y desvío la vista en su dirección al ver que me tiende algo.

–Es chocolate, cuando estoy triste me hace sentir mejor comerlo.— Coloca los envoltorios platinados en mis manos y me dedica una sonrisa con la cual me percato de que las comisuras de sus labios contienen restos de chocolate…Supongo que eso quiere decir que también estaba triste.

–Estás triste, cómelos tú —le digo extendiéndole de nuevo los dulces.

–No, no, quiero dártelos a ti para que te sientas mejor.—Empuja mis manos a mi regazo nuevamente.

–¿Por qué?—Ladeo mi cabeza mientras lo observo con duda.

–Porque eso hacen los amigos, se cuidan ¿no?

–No lo sé, nunca he tenido uno.

–¿No tienes amigos en la escuela?—pregunta de forma incrédula.

Con un poco de vergüenza niego ante su pregunta. Nunca me he sabido relacionar muy bien con las personas o más bien no lo creía necesario. Mis padres eran suficiente compañía para mí, solo me concentraba en obtener una buena calificación en mis tareas para hacerlos sentir orgullosos. Tampoco es que los otros niños se me acercaran mucho, soy tímida y no sería capaz de entablar una conversación con alguien más si esa persona no da el primer paso justo como ahora.

–¿Y a quién le cuentas tus problemas, alegrías, cosas que te gustan...?
—comienza a enumerar con sus pequeños dedos de forma graciosa.

–A mi mamá, siempre le contaba todo…pero ahora ya no están…
—escucho cómo mi voz se va apagando a la espera del reinicio del llanto, hasta que habla nuevamente.

–Pues a partir de este momento seremos amigos. De ahora en adelante podrás contarme todo y yo también lo haré contigo. — Dice con entusiasmo poniendo en frente de mi nariz su dedo meñique, el cual con una media sonrisa entrelazo con el mío para sellar la promesa.

–¿Y qué pasará cuando no estés?
— La inquietud me invade por instantes, aun no estoy familiarizada con el concepto de la muerte puesto que no lo había vivido hasta el momento…y me aterra pensar que podría suceder de nuevo…sin embargo él no parece tomárselo en el mismo sentido que yo, puesto que coloca su mano en su mentón y frunce sus labios de forma pensativa.

–¡Ya sé! Mi mamá dice que la mejor confidente es la almohada…así que cuando te sientas mal o quieras decir algo…solo habla con tu almohada.

–Pero las almohadas no hablan…
— discutía con él sin haberme percatado de que por primera vez en toda la tarde había reído y la tensión de hace unos instantes se había disipado por momentos…

–¡Eun Mi! Ya debemos irnos. —Mi abuelo hace acto de presencia tras nosotros y me tiende su arrugada mano indicándome que es hora de partir.

–¿Por qué no vamos a jugar mañana al parque central? —pregunta el niño mientras se coloca de pie.

–¿Abuelo podemos ir?— Sujeto la mano de mi abuelo y este asiente con una sonrisa marcando las arrugas de sus ojos, mientras pasa su mano por el cabello del chico a modo de
saludo.

–¡Genial! Entonces mañana nos vemos en la tarde…—mi nuevo amigo se despide y corre en dirección a la lápida que había señalado hacía unos minutos, en la cual una mujer que esperaba lo recibe para luego tomarlo de la mano y alejarse junto a él, imagino que debe ser su madre.

–¿Quién era el chico? — pregunta mi abuelo mientras me encamina hacia la salida del cementerio.

–Es mi amigo. —le sonrío con orgullo.

Antes de que la lejanía fuese mayor, giré mi rostro por última vez en la dirección de aquella lápida donde tan familiares nombres permanecían grabados. Los extrañaré mucho…pero me esforzaré por hacer que donde quiera que estén permanezcan orgullosos de su hija.

 Los extrañaré mucho…pero me esforzaré por hacer que donde quiera que estén permanezcan orgullosos de su hija

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