C a p í t u l o 1 0 9

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||Muchachos... llegamos al último capítulo. Falta el epílogo y un par de cosas más, importantes, he de decir. No eliminen este libro de la biblioteca aún. Por favor.||

Sus manos están heladas y no precisamente por el frío que hace afuera. Lleva sus guantes blancos e incluso así, logra notar la forma en la que sus extremidades tiemblan. Vehementes, como si esa fuera la única manera de demostrar los nervios que trae encima.

Se abraza a sí mismo mientras atraviesa aquél bosque con apariencia otoñal, buscando contenerse a sí mismo, obligándose a actuar como la persona centrada que en algún momento clamó ser. No se percata de que esto, quizá ya no tenga mucho sentido a estas alturas.

Mordisquea su labio inferior, inquieto, rozando el miedo. No quiere enfrentarse con una realidad desfavorable, menos siendo consciente de que absolutamente todo se ha estado yendo al infierno.
Siente su lengua pegada a su paladar y tiene más presente de lo normal la velocidad con la que inhala y exhala.

Empuña su arma, por si acaso.

Llega.
Pisa el terreno de aquella casa de apariencia moderna y pulcra. Apenas ahora se da cuenta de que no imagina a su compañero viviendo en un lugar así; pálido, ordenado, como si perteneciera a una ciudad gigante.
No...
Quizá en un trozo de tierra flotante. Con una casita de madera. Más cálida, menos ostentosa. Mucho más increíble por la composición del ambiente y no por la casa en sí.

Él podría ayudarle a construirla.

La idea lo hace sonreír.
Pero sus pies aún distan de tocar ese sueño idílico, lo sabe porque su mano todavía tiembla cuando llama a la puerta principal.
Lo sabe porque se da cuenta de que en caso de que suceda algo, no va a tener la valentía de matar a Rubén con aquella hoja de diamante.

Dos minutos transcurren como una eternidad, mas en algún momento sucede.
La puerta de madera oscura es abierta.

ㅡMe dije que no iba a llorar, pero creo que no puedo no hacerlo.

La alegría de escuchar aquella voz alcanzó esa emoción que pudo sentir cuando estuvo en el underground, a punto de morir en manos de Mordisquitos.

Las sonrisas de ambos hombres aparecen casi por arte de magia, al tiempo en que sus ojos, cristalinos, captan el momento exacto en el cual las armas caen al suelo y sus brazos se extienden, para abrazarse.

ㅡTe extrañé tanto...ㅡ se dicen, sin poder definir correctamente quién habló primero.

ㅡLlevaba tiempo sin estar tan asustado.ㅡ admite el ojimoradoㅡ Cuando vi que también estabas metido en esto, yo...ㅡ entonces guarda silencio, negando con la cabeza. Ahora están mejor. Ambos. Sus brazos aprietan con fuerza el cuerpo del menor, temiendo estar en un sueño.

Oh, no lo es.

Al separarse, sus miradas, navegando en las pupilas ajenas, murmuran cosas silenciosas que ambos entienden pero a causa de la conmoción aún no son capaces de decir.
Cinco minutos después, tras haberse vuelto a abrazar, caen en cuenta de algo.

Algo importante.

El reencuentro ha sido menos impactante de lo que imaginaban, pero la situación apremia y ya es momento de ser sinceros con ellos mismos y con el resto del pueblo.

ㅡ¡Ostia, los chicos, Vegetta!

Ni siquiera hay tiempo para reprochar por groserías. Vegg envaina su espada y truena su cuello.

ㅡVale. Tú ve por Luzu y yo por Willy. Nos encontramos en... en- vamos a mi casa.

Que se les lía, que se les lía.

Ataraxia | Karmaland | TerminadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora