45. UN SUPLICIO PARA ELLA

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Después de oscurecer y comer con los demás en el salón, salió al patio envuelta en un manto grueso.

Hacía ya unos días que se esperaba al grupo, cada día transcurrido desde la partida había supuesto un suplicio para ella. No sabía en qué momento, Janick se había vuelto tan importante en su vida. ¿Cómo pensaba regresar a casa llegado el momento?

Oyó los cascos de los caballos antes de verlos llegar. Su corazón empezó a palpitar con tanta fuerza que se asustó. Los seis guerreros avanzaban a paso lento, pero había algo raro en todo el conjunto. Janick iba encorvado sobre su montura y no tenía buen... aspecto.

—¿Qué ocurre? —preguntó cuando llegó a la altura de su escocés. Tenía los ojos cerrados y estaba pálido como un cadáver. El estómago se le contrajo por el miedo.

—Sufrimos una emboscada.

Malcolm desmontó con rapidez, y junto a dos guerreros fue a bajar a Janick del caballo.

—Llevadlo dentro —ordenó y los hombres cargaron con el cuerpo laxo del gigante.

Robbie siguió al grupo al interior, e insistió en que llevasen a Janick a su alcoba, en lugar de atenderlo en el salón, como indicaba Malcolm.

La curandera, una mujer de mediana edad, llegó enseguida, cargada con un gran canasto con remedios curativos. Ella se apartó un poco, supuso que sería de poca ayuda e iba a estorbar más que otra cosa.

El laird entró en ese instante y se colocó junto a Malcolm, ambos observaban a la mujer que atendía a su amigo. Uno de los guerreros, Cameron, giró de espaldas a Janick y Robbie pudo ver la quemadura en el costado, cercana a la cintura. No entendía mucho del tema, pero supuso que habían cauterizado la herida para detener la hemorragia. Había visto muchas películas y sabía que era una práctica de último recurso.

—Muchachos, sujetad al joven —ordenó la curandera, que con un cuchillo se dispuso a rajar la carne quemada.

—¿No sería mejor desinfectar el cuchillo? —intervino Robbie, que abandonó la pared donde estaba apartada y se acercó al grupo.

—¿Desinfectar? —inquirió la mujer, que se había detenido en el proceso.

—Sí, claro. Limpiar la hoja con alcohol, para que no se infecte la herida.

—Qué disparate —protestó la otra, pero hizo caso de sus palabras y derramó una buena cantidad de whisky tanto en la herida como en la afilada hoja. Le dedicó una mirada de suficiencia y procedió a abrir la herida, poco después, Robbie reculó hasta apoyarse contra una de las paredes de piedra. Unos segundos después, su conciencia se marchó de paseo.

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