77. LA MIRADA CURIOSA

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Aquella mañana bien temprano, Janick se ejercitaba a solas en la explanada del castillo ante la mirada curiosa de Malcolm. Había estado adiestrándose con él, pero su amigo parecía furioso y él ya se había cansado de parar una embestida tras otra, como si tuviera algo personal contra él.

Unos cuantos guerreros también estaban viéndolo luchar contra un enemigo invisible. Nadie se atrevía a prestarse para la tarea.

—¿Qué le ocurre a Janick? —preguntó su laird que había llegado en algún momento y se situaba a su lado mirando la furia desatada en forma de escocés gigante.

—No tengo ni idea, ¿problemas de alcoba? —Se encogió de hombros con desconocimiento. Ni siquiera se atrevía a conjeturar al respecto, con Janick nunca se sabía. Y no pensaba preguntar, a pesar de que le gustaba tomarle el pelo con frecuencia. Mejor esperar a Roberta.

Robbie no tardó en aparecer. Había despertado y a su lado no estaba su cálido gigante, le extrañaba tal evento puesto que ellos solían echar un polvete matutino.

Al salir de la alcoba, se encontró con D.D. que salía de la suya.

—Tienes mal aspecto —mencionó puesto que su prima lucía unas leves ojeras en su rostro, por lo general, resplandeciente.

—He dormido muy poco esta noche. Yo no tuve a un guerrero haciéndome el amor hasta casi caer rendida del agotamiento.

Robbie sonrió, ante eso no podía discutir. Estaba muy preocupada por el devenir, pero Janick era un experto en las artes amatorias, y luego, el calor de su cuerpo era un bálsamo para el cuerpo y el alma que la ayudaba a conciliar el sueño.

—Encontraremos alguna solución. Ya lo verás.

—Connor me ha propuesto matrimonio.

Robbie se detuvo en su caminata por el pasillo y se volvió a mirar a su prima.

—Repite eso. Me ha parecido escuchar una cosa rara. Debo estar alucinando.

—He dicho que Connor me ha propuesto matrimonio. Anoche estábamos a solas en el salón y me lo planteó.

—¿En serio? —Robbie sonrió—. Bueno, qué tontería, no sé para qué pregunto. Parece típico de estos hombres. Janick también me lo propuso así —chasquido de dedos—, de sopetón, sin venir a cuento.

—Y la idea no me parece nada mal. Eso es lo peor, que lo estoy considerando.

Ambas se dejaron caer en uno de los muros mirando hacia la pared de enfrente, casa una inmersa en sus pensamientos, que eran similares.

—Aquí el problema es el anillo. Eso está claro. No podemos entregarlo y no se me ocurre triquiñuela alguna para salir del apuro.

El tío Jamie les había prestado el dinero y conocía la utilidad del anillo. Se lo había exigido como cambio y ella no había tenido más remedio que aceptar. La vida de Connor corría peligro y no podían andarse con rodeos. Desde entonces, no había tenido ni un solo momento de paz mental, solo cuando... ejem, salvo cuando Janick entraba en acción.

—El tío Jamie no tiene manera de obligarte a entregar el anillo. No puede venir hasta aquí y quitártelo.

D.D tenía razón en esa parte, no había modo de que pudiera alcanzarla en esta época. Pero su tío era muy poderoso, estaba segura de que tenía maneras de obligarla. Para empezar, podría hacerle la vida imposible cuando necesitara acudir a su tiempo por cualquier eventualidad.

—¿Te dio algún plazo?

—Realmente, no hablamos de ningún plazo. Pero supongo que no está dispuesto a esperar eternamente.

—¿Y cómo te va a obligar a cumplir tu parte del trato?

Robbie se incorporó y reanudó la marcha.

—No tengo ni idea, y me da miedo imaginarlo.

Una vez en el exterior, las chicas encontraron el espectáculo que suponía ver a Janick en todo su esplendor.

Se había despojado de la camisa y sus músculos destacaban con cada movimiento que hacía. Una delicia para los sentidos. Su prima Roberta tenía mucha suerte de disfrutar de semejante hombre en su cama todas las noches.

—Wooo prima. Estoy emocionada. Menudo espectáculo el de tu chico.

Y su prima sonrió complacida. Entonces reparó en a presencia de Connor, él no la había visto aun y por ello pudo apreciarlo a placer. La verdad es que era un tipo muy atractivo y masculino, también parecía tener un toque de sensibilidad.

Ella tenía un bagaje emocional, había convivido con lo peor de cada clase. De modo que últimamente, en sus recientes relaciones, había prevalecido la brevedad. Relaciones cortas, y sexo más que sentimientos.

No sabía si hacía bien aceptando la propuesta de Connor, pero de seguro que pensaba darle una oportunidad al sexo con él. Quería ver de primera mano qué tal era estar con un guerrero escocés de las Tierras Altas.

—Las muchachas han llegado —anunció Malcolm llamando la atención de su laird.

Connor se volvió y comprobó que eran ciertas las palabras de su amigo. La pequeña dama con aspecto de duendecillo lo miraba con esos grandes ojos, casi sin pestañear. Él no pudo más que sonreír y ella secundó el gesto.

—Ahora que ha llegado milady, bien podría tener a bien decirnos qué diablos le ocurre al bueno de Janick.

—Supongo que está furioso —admitió Roberta encogiéndose de hombros—. Mi tío quiere que le entregue el anillo Bradach.

—¿Y por qué demonios ibas a hacer semejante disparate? —Malcolm, irritado, se puso en pie, y eso que era difícil hacer enfadar al más tranquilo de sus amigos.

—Hice un trato con él.

—¿Y cómo demonios se te ocurrió...?

La pregunta murió antes de ser completada ya que la hoja de una espada apareció ante sus ojos, y fue hábilmente colocada contra su garganta. Al otro lado de la letal arma se encontraba Janick, mortalmente serio mientras amenazaba a Malcolm.

—No puedo permitir que hables así a mi mujer.

Malcolm, rápido en su reacción, y seguramente, sin guardar rencor, se disculpó ante Roberta.

—Discúlpame, milady. No fue mi intención faltarte al respeto. Mis disculpas a los dos.

Apostaba a que la muchacha no se había sentido ofendida por el arranque de mal humor del bueno de Malcolm, al menos, teniendo en cuenta su rostro apacible y su postura relajada. Tenía aspecto de haberle dado ya muchas vueltas al mismo asunto y sentirse resignada ante el devenir.

—No te preocupes, Malcolm. No siento que me hayas faltado al respeto. Me siento idiota por haberme dejado envolver en este lío. Pero la situación exigía medidas desesperadas y esta ha sido la consecuencia natural.

Los cinco guardaron silencio, inmersos en sus pensamientos, Janick se acercó a Roberta, la agarró por la cintura y elevándola a su altura, le plantó un rudo beso en los labios.

—Puedo viajar hasta tu tiempo, encontrar a ese gusano y finiquitarlo de una estocada.

—Calma, muchacho. Encontraremos la manera —terció Connor para apaciguar a Janick—. Mientras tanto... —señaló a algún lugar detrás del grupo—, atendamos a nuestros visitantes.

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