—¿Qué tal? —preguntó Dee-Dee esperanzada de no haber ocasionado un mayor destrozo. El escocés tenía el ceño muy fruncido y no estaba segura de si eso era algo bueno o malo.
Él se puso en pie y movió el brazo en todas las direcciones, entonces, desenfundó la enorme espada e hizo algunas fintas.
—Parece que funciona bien. Gracias.
—Bueno —respondió sonrojada—. No ha sido gran cosa.
Ver a ese desconocido atractivo usando la espada como si fuese un experto, le había despertado la libido. Qué pena que estuviera como un cencerro, porque, sin duda, era un lunático. En todo el rato que llevaban allí no había visto a nadie más vestido como él.
—¿Quieres que te lleve a alguna parte?
—Pues... —El hombre se rascó una ceja, parecía perplejo—. No sé, ¿a dónde me puedes llevar?
—Donde quieras. ¿Te llevo a casa? Sería bueno que te pusieras un poco de hielo en ese hombro.
—¿Qué casa?
—La tuya —respondió la chica, y Malcolm pensó en el anillo. Oh, vaya, por suerte, aún seguía encajado en su dedo. Mira que si lo llega a perder... Exactamente como le pasó a Roberta.
—No quiero molestarte más. No vivo muy lejos de aquí. Puedo ir a pie.
Tampoco se veía metiéndose en el vientre de ese artefacto. Quería ver cosas del futuro, pero Escocia parecía igual de despoblada que en su tiempo. O, a lo mejor, todo estaba igual en todas partes. Ni siquiera imaginaba qué esperaba, y además, todo su mundo se reducía a su aldea y a los alrededores.
—Fue un placer. —Hizo una reverencia y se dio la vuelta para marcharse. Oyó a la chica subir al carro y volvió a sonar el ruido más extraño que hubiera oído jamás.
Ahora, ya más calmado, observó la cosa esa pasar por su lado, sin tracción animal, sin poleas ni engranajes, movida como por magia. Y a continuación, le ocurrió algo de lo más raro en él, se derrumbó hacia delante, sin fuerzas para sostenerse, ni siquiera con el reflejo suficiente para amortiguar la caída con las manos. Su rostro se estrelló contra el suelo y el dolor más desagradable le estalló a un lado de la cara.
Dee-Dee suspiró aliviada en cuanto puso en marcha el vehículo. Sentía una extraña afinidad con ese tipo, a pesar de que era un desconocido, y parecía estar un poco loco. Pero había "algo" que la había impulsado a confiar.
Echó un último vistazo a través del espejo retrovisor, era un hombre extraordinario, incluso con falda. Le vio caminar un par de pasos...y desaparecer entre la hierba crecida. Pero no desparecido de ¡PLOFF!, sino de caerse al suelo cuan largo era. Lo que significaba que se había desmayado, o tropezado o... dios no lo quiera, muerto.
Frenó en seco y dio marcha atrás subiendo la loma hasta detenerse a escasos metros. Bajó del coche alarmada por segunda vez en el día y acudió al encuentro de la figura tirada en el suelo.
—Oh, dios. ¿Y ahora qué?
Estaba tumbado bocabajo y le dio la vuelta con cuidado. La experiencia fue como si intensase mover una montaña, pero consiguió ponerlo de cara al cielo. Se le estaba formando un buen moratón en el lado derecho de la cara, la parte alta del pómulo y la sien, justo en la protuberancia de la ceja.
Le tomó el pulso en el cuello, pero solo sentía su propio pulso en la yema de los dedos, de modo que pegó la oreja al recio pecho que olía a cuero y a...
—Puff, por favor, céntrate, Dee. Es posible que estés auscultando un cadáver, no es momento para fantasear —gimoteó
Suspiró aliviada al sentir los potentes latidos del corazón, descansó la cabeza en el pecho, al menos le latía el corazón. Olía tan bien...
—Dee —se amonestó y se enderezó, de rodillas al lado de ese gigante, se dio cuenta de que no podía dejarlo allí tirado, podría tener una conmoción cerebral o algo parecido. ¿Qué sabía ella sobre ese tema? Pues nada, una vez trató un hombro dislocado, pero eso no significaba que abarcara conocimiento y experiencia sobre todo un abanico de accidentes.
Vaya suerte la suya, ¿no? Joder. No podía abandonarlo, había que ser muy mala persona. Y si aquel paraje fuese medianamente transitado, podría dejarlo para que lo encontrase otra persona. O para echarle una mano y llevarlo al médico más cercano.
Le propinó un par de cachetadas, pero el tipo seguía inconsciente, y no sabía por cuánto tiempo más podría permanecer en ese estado.
—Joder —masculló cuando llegó a la conclusión de que no le quedaba de otra que subirlo ella sola al vehículo.
Así que hizo de tripas corazón y agradeció a la fuerza que había adquirido después de tantos años en su oficio. El mejor lugar para colocarlo era la parte trasera del coche, de modo que con gran esfuerzo y media hora después, había logrado su objetivo. Estaba exhausta y sofocada, pero había logrado acomodarlo lo mejor posible.
Se volvió a colocar tras el volante y cayó en la cuenta (este día estaba siendo muy lenta para llegar a conclusiones), de que no tenía a dónde ir. Excepto... la cabaña de la linde del bosque, el último paradero conocido de su prima Roberta.
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Guerreras
General FictionRoberta vive en una época que no le corresponde. Ha dejado atrás todo lo que conoce para adentrarse en una realidad desconocida. ¿Cómo logrará salir adelante cuando ni siquiera en esta época las mujeres tienen libertad para decidir?