90 UN FANTÁSTICO SUEÑO DELIRANTE

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Entreabrió los ojos a la penumbra.

Por unos angustiosos segundos no supo dónde estaba. Todo había sido un sueño, un fantástico sueño delirante.

Estaba en casa, de vuelta a su rutinaria vida desprovista de emoción.

En su campo visual entró el rostro de una mujer de unos cincuenta años, de muy buen ver.

—Bebe esto —le dijo y le llevó un recipiente a los labios para que bebiera. Dejaba un regusto amargo aunque no tenía mal sabor—. Esto hará que te sientas mejor.

Entonces abrió bien los ojos, miró alrededor y comprobó que no estaba en su casa del siglo veintiuno.

Se relajó sobre el catre y recordó la cadena de acontecimientos que la habían llevado hasta ese preciso momento. Se incorporó con brusquedad y echó los pies descalzos al frío suelo, tenía que salir de allí lo antes posible.

Se puso en pie y acusó una tirantez en la cadera derecha, entonces recordó la parte en la que aquel guerrero la hería. Y luego él se había quitado la vida, con la espada que ella aún empuñaba. Se tapó la boca con las dos manos para detener el alarido que estaba por salir y se dejó caer en el catre con los ojos anegado en lágrimas. Ella jamás habría quitado una vida.

—¿Qué ocurre, mi niña?

La mujer amable se sentó a su lado y le echó un brazo por los hombros en un abrazo maternal, algo que ella nunca había conocido. Pero era incapaz de detener el llanto que la angustiaba. Ese hombre había muerto frente a sus ojos, y sonreía mientras lo hacía, y su espada era el arma que había usado. Era como si ella misma le hubiera arrebatado la vida.

Un rato después, cuando las lágrimas aun no se habían secado en su rostro, resolvió que no podía estar ni un segundo más bajo el techo de ese hombre que decía ser su tío. Se deshizo del brazo de la mujer y se puso en pie, pero al instante, un mareo mayúsculo la hizo sentarse de nuevo. Miró alrededor y se dio cuenta de que todo comenzaba a desdibujarse, finalmente, miró a la mujer que se acababa de poner en pie.

—Qué cojones...

—Lo siento, mi niña. No puedes marcharte.

Echó la cabeza sobre la rudimentaria almohada en un intento de que dejase de darle vueltas todo. Apenas pudo mantener los ojos abiertos.

—Maldita bruja... —consiguió murmurar antes de perderse en una bruma blanca.

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