3. UNA CIRUGÍA MUY PARTICULAR. VAMOS, COMO COSER Y CANTAR

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-Alcohol, por favor. -pidió a nadie en particular, tenía claro que era la manera de desinfectar el instrumental, echó un buen chorreón en la herida pero el grandullón ni se inmutó.

Sabía que los puntos debían ser individuales, los había sufrido en propia carne, no era cuestión de hacerle un pespunte como el de los sacos de patatas del supermercado, de esos de tirar de un extremo y deshacer la costura entera.

-Un cuchillo.

Malcolm puso a su disposición una enorme daga pero Connor se la quitó de las manos y en su lugar le proporcionó un pequeño puñal que ella ya conocía era un sgian dubh. El arma estaba muy afilada y ella se apresuró a sumergirla en alcohol.

Alguien había traido un candil y tenía una visión clara del área de trabajo, se lavó las manos también con alcohol y se dispuso a comenzar. Notó que el círculo a su alrededor se estrechaba, agobiándola. Levantó la cabeza, irritada y miró a Connor, éste tenía toda la pinta de ser obedecido.

-Si no os importa, creo que con Malcolm y conmigo tiene más que suficiente.

Obedecieron al instante, Angus, Liam y Erin retrocedieron mientras ella se ponía con la tarea.

-«Quién me manda a mi» -rumió en su idioma cuando tomó un pliegue de piel y procedió a clavar la aguja.

Dios santo, eso no tenía nombre, era una sensación extraña ésta de manipular la piel. Nunca había hecho algo similar, un estudiante de medicina hubiera estado acostumbrado. ¡Pero ella era de letras! Con una sana predisposición para las matemáticas. De modo que comezó a recitar todos los números primos que recordaba para no perder el control de sus emociones.

-Uno, dos, tres, cinco, siete, once, trece...

-¿Qué cuentas, muchacha?

Robbie se sobresaltó y estuvo a punto de liar la de dios, miró enfurecida a Malcolm y éste reculó sonriendo.

-¿Te importa? Estoy trabajando.

A Connor le resultaba curiosa la manera de concentrarse la muchcacha. Tenía un aire que le era familiar pero no lograba ubicarla, luego recordó y estuvo a punto de carcajearse. Ella era el muchacho imberbe que había maniatado a Janick, ahí estaba la marca de su puño. Podría haber sido peor, de modo que debiera sentirse afortunada, lo malo era que esa costura le iba a dejar marca. Esperaba que no lo hubiera cosido ella misma.

-Ya. -la oyó decir.

La chica se incorporó y se arqueó hacia atrás con las manos en la parte baja de la espalda. Connor se acercó a ver el trabajo, en un tajo de dos dedos de ancho, había una serie de pequeñas puntadas muy parejas entre sí y bastante delicadas.

-El vendaje es cosa vuestra -fue lo último que dijo antes de caer desplomada al suelo. Malcolm la interceptó a tiempo y la mantuvo acunada entre sus brazos mientras admiraba la labor.

-Sí que es hábil con la aguja. Como sea igual con la espada, vamos arreglados.

Y Connor comenzó a reir ante la cara pasmada de su amigo.

Cuando Robbie despertó, le sorprendió no encontrarse en su cama, bueno, en el jergón junto a la chimenea donde solía dormir en los últimos tiempos. Francamente, echaba de menos su colchón de muelles y látex, y ya puestos, su ducha con agua caliente a discrección.

Abrió los ojos y comprobó que se encontraba en el salón

-¿Qué ha ocurrido?

El otro guerrero, el llamado Malcolm, ese que parecía estar siempre sonriendo, la tenía sentada en su regazo. Se deshizo de sus fuertes brazos y se puso en pie, pero estuvo a punto de caer de nuevo. Connor la sujetó por el codo hasta que comprobó que podía mantenerse erguida por sí misma.

Notó fuertes punzadas en la parte posterior de la cabeza, justo donde se había golpeado contra el suelo. El laid MacCunn se presentó, besó su mano con delicadeza y le dedicó una sonrisa ladeada.

-Mi nombre es Connor, señora.

-Roberta -correspodió a la presentación.

-Es un honor -continuó con su mano cogida. -Este es Malcolm y nuestro amigo inconsciente es Janick.

Robbie estaba abrumada por encontrarse sola con aquellos tres individuos, como si estuviera encerrada en una jaula con tres enormes tigres.

-Yo..., yo me voy a dormir ya.

Caminó hacia atrás un buen trecho, sin perder de vista a los MacCunn. Era ilógico, ellos no se iban a abalanzar sobre ella, además, acababa de tropezar con un banco y golpearse un tobillo con el travesaño.

Por otro lado, marcharse era lo mejor que podía hacer, antes de que apareciera Erin y le asignase otra tarea desagradable.

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