80. MATRIMONIO EXPRÉS

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A la mañana siguiente, la idea del matrimonio exprés no parecía ser posible. El padre Flanagan no estaba localizable por lo que no se sabía cuándo podría celebrarse el enlace.

Reunidos en la linde del bosque, Robbie, Janick y Connor, convinieron la mejor opción para la unión.

Acordaron que se haría una ceremonia simbólica al anochecer, dirigida por el laird y en presencia de los guerreros. Robbie necesitaba un vestido para la ocasión, de modo que acudió a Rosslyn, que tenía un tamaño aproximado al suyo, solo que un palmo más baja.

Reunidas en la cabaña de Rosslyn, Robbie y su prima, trataban de idear alguna manera de que el vestido más nuevo de la escocesa viniera bien en el delgado cuerpo.

—Ojalá se me diera bien la costura, prima. Pero me temo que no soy una gran ama de casa. Poca cosa sé hacer a parte de coser un botón.

—Pues estamos apañadas —comentó Robbie—. Yo tampoco sé hacer nada de esto.

Se miró el vestido que llevaba puesto, la verdad era que no se sentía cómoda con ese voluminoso ropaje, nunca había sido la típica niña que quería ser princesa. Le había atraído más el papel de príncipe, de cazador, el que corría las aventuras para salvar y conseguir a la virginal damisela.

Y ya de adulta, leyendo novela romántica, le había gustado el atípico personaje femenino que se salvaba a sí misma del peligro.

—Mi señora, vestíos con las ropas inglesas y usad el tartán con los colores del clan para envolverse. Estoy segura de lograremos crear una bonita combinación.

De ese modo, Rosslyn, Mariam y Meghan siguieron hasta el castillo a Robbie y a Dee-Dee.

Janick vio al grupo de mujeres dirigirse hasta la fortificación, subiendo la ladera de la colina. Se sentía emocionado con la idea del próximo enlace. ¿Quién diría que llegase el día en que se desposase con una mujer por amor? Reconocía que siempre había sido un hombre solo dedicado a la batalla, sin tiempo para, apenas, algún revolcón ocasional con Meghan.

Y ahora estaba entusiasmado con ese matrimonio, y no por lo que pudiera significar en circunstancias normales (esto es, el hecho de consumarlo, porque ya lo habían hecho), sino porque necesitaba ese vínculo con su amada mujer larguirucha. Su necesidad llegaba al nivel de desear grabarse su nombre a fuego en la espalda. Pero no iba a plantear tal idea porque lo iban a tildar de loco, y era suficiente combustible para que Malcolm se burlara de él durante años.


Connor, en las cocinas, daba las instrucciones necesarias a los sirvientes para el banquete de boda. No todos los días contraía nupcias un buen amigo. Janick aparentó siempre ser el guerrero aguerrido y fiero que no albergaba tiernos sentimientos salvo, quizás para su caballo. No quería decir esto que fuese un ser despiadado. Está bien, era un guerrero despiadado, pero solo con el enemigo y en mitad de una batalla.

Sin embargo, esta muchacha, Roberta, había supuesto el complemento perfecto para su mejor guerrero, y por supuesto, amigo. Y eso que el primer encuentro había sido bastante desastroso.

Al salir al salón, vio al grupo de mujeres cruzar la estancia y subir los escalones que llevaban a las recámaras. La pequeña Dee-Dee iba a la zaga de la comitiva y por ello lo vio y retrocedió. Fue a su encuentro.

—¿Qué hay? —preguntó ella, y él tuvo que morderse la lengua para no preguntar «qué había». Se daba cuenta de que era una de esas expresiones que usaba la gente de la vida «moderna», como ella misma decía. Ni siquiera había escuchado la palabra «moderna» antes de ahora.

—Estaba ultimando los detalles del banquete.

—Es bastante emocionante verse involucrado en este tipo de cosas, ¿no crees?

Connor sonrió ante la cercanía de la muchacha, algo nada común en esta época. Ella le había puesto la mano en el antebrazo, tenía la costumbre de tocarlo como si no se diera cuenta de que lo hacía. Ayer mismo, le quitó una ramita del cabello, otro día le había robado una pestaña caída en el pómulo. Allí, en la otra época, cuando estaba despertando del sueño inducido por aquellos «cirujanos», la pequeña dama le había tomado la mano, acariciado el rostro, apartado el cabello de la frente. Le había dado de comer con sus propias manos, ¿había algo más íntimo que eso?

Bien, sí, había algo más íntimo que todo lo anterior, y su miembro inflamado clamaba por ser liberado y enterrado hasta el fondo en ese cuerpo. ¡Dios!, podría matarla, era tan pequeña...

Llegado el momento, si es que llegara alguna vez a suceder, no sabía cómo iba a hacer para no lastimarla.

—¿Eh? —preguntó al darse cuenta de que ella había seguido hablando mientras él fantaseaba.

—Decía que..., da igual, se ve que no me estabas escuchado.

—Lo siento, estaba pensando... —pero ella ya se daba la vuelta para marcharse, con cara de enfado—... en ti.

Y Dee-De ese detuvo y volvió a encararlo, inclinó la cabeza hacia un lado y le dirigió esa mirada entre burlona y desafiante, si es que eso era posible.

—¿En mí?

—Por supuesto, en ti. No lo voy a negar. Pensaba en cuando fuimos a tu mundo y cuidaste de mí.

—¿En serio? —Ruborizada, negó con la cabeza—. No fue nada.

—Ah, ya. Lo harías por cualquiera —respondió él un poco abatido por sus palabras.

—Lo hice por ti —admitió Dee-Dee que se puso de puntillas, tiró de la pechera de la camisa de Connor y le dio un beso en los labios.

Entonces él le puso las manos en la cintura, la elevó a su altura y le correspondió ese beso. Al instante, ella le rodeó el torso con sus piernas y quedó allí encaramada y bien sujeta.

—Oh, pequeña... —gimió Connor en un suspiro—, me enloqueces.

Dee no sabía qué la había llevado a dar el primer paso. Este beso... Dios santo bendito, no se parecía a ningún beso de los que había disfrutado a lo largo de su vida.

Connor era diferente de cualquier hombre con el que se hubiera cruzado en toda su existencia. Y no se trataba de que pertenecieran a siglos distintos. Era un hombre sin dobleces, brutalmente sincero que no necesitaba de artimañas para conseguir lo que quisiera.

Después de ser besada a conciencia, Connor la dejó ir y se miraron atrapados en una extraño atracción.

—Será mejor que... —dijo ella señalando con el pulgar hacia el lugar por donde se habían marchado las otras mujeres.

—Te quiero en mi lecho esta noche.

¡Toma ya!. Este hombre no se andaba por las ramas, y ella notó cómo sus bragas se humedecían de inmediato. El corazón golpeaba contra su esternón como queriendo asomarse y decir «hola, qué tal, aquí estoy yo».

—En fin, yo... voy a ver qué están haciendo las chicas. —Caminó hacia atrás, sin querer perder de vista al escocés—. Ya si eso, esta noche concretamos lo del lecho. Eh... yo también mm..., yo..., en fin. Ya sabes... —soltó una risita ridícula y cursi, pero él estaba muy serio—. Hasta luego. —Finalmente se giró y se marchó corriendo.

Connor sonrió, se llevó la mano al cabello y se lo alisó hacia atrás.

—Diablos...

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