Todo sucedió... De la manera más tonta.
Su abuela, la chiflada, de quien todo el mundo decía que estaba como un cencerro, esa, había fallecido.
Robbie estaba apenada, no la clase de pena de quien ha perdido a un ser querido, sino ese pesar leve de cuando te enteras de la muerte de un conocido al que no ves desde hace mucho y con quien apenas has cruzado dos palabras y dedicado tres pensamientos.
De modo que, cuando fue convocada a la lectura del testamento, no podía estar más sorprendida.
Recordaba vagamente haber veraneado en su casa en alguna ocasión, cuando su padre y su madre aún se soportaban. Y su abuela, no era exactamente su abuela, sino la abuela de su padre, que había tenido descendencia extraordinariamente joven. Y habia muerto un poco antes de cumplir los tres cuartos de siglo, con bisnietos y tataranietos nacidos.
Recordaba que era una mujer arisca, que no soportaba que tocasen sus cosas, de modo que ella se la pasaba todo el rato vagando por el caserón y por los alrededores, sin nada que hacer, mientras el tiempo pasaba muy lentamente.
Cierto día, recordó, fue sorprendida delante del tocador de su "abuela". Debía tener unos doce años, y sufrió un susto de muerte cuando la buena mujer le cerró el joyero sobre la mano, justo cuando ella intentaba coger una bonita caja plateada, pequeña y labrada con un intrincado diseño.
-No tienes edad para comprender algnas cosas -le había dicho. Ese día no lo comprendió, y ahora, una década después, seguía sin saber a qué se refería.
Volviendo a su presente, escuchó al abogado leer la última voluntad de la difunta, Kendra McTavish.
Éste fue enumerando una serie de propiedades y nombrando a los herederos afortunados: casa, terrenos, ciertos bonos negociables, ahorros considerables, joyas y vehículos. Incluso había alguien que había heredado un título nobiliario... Y hasta un perro. A estas alturas, apoyada contra la pared en el rincón más lejano, se preguntaba, nuevamente, qué pintaba ella en esa reunión.
Cuando el abogado pasó a nombrarla, la primera sorprendida fue ella. Según sus cálculos, no quedaba nada ya susceptible de ser legado.
-Para Roberta Connelly, según palabras textuales "dejo aquello por lo que sentía curiosidad, el anillo BRADACH".
No debía ser una joya de relevancia puesto que no escuchó expresiones de asombro ni sintió miradas asesinas.
Entre los presentes, a parte de su abuela paterna Isobel, no conocía a nadie más, aunque había sido presentada a los hermanos de ésta: Duncan, Jamie y Connor, que la habían mirado con cierto desprecio.
--"...además de la cabaña del bosque".
Ella, que andaba despistada estudiando a los presentes, y entusiasmada con el llamado "anillo Bradach", ni siquiera se dio cuenta de que acababa de heredar una propiedad. Solo cuando los buitres carroñeros volvieron la cabeza y la miraron con desdén, fue que su cerebro registró las últimas palabras del abogado.
-Un momento, ¿puede repetir?
-Kendra le ha legado el anillo Bradach y la cabaña del bosque.
-¿En serio?
El abogado asintió, esbozando una sonrisa que ella no supo cómo interpretar.
Aunque la palabra "cabaña" denotaba "casa cochambrosa que se cae a pedazos", la mirada asesina del clan McTavish y los murmullos indignados le daban a entender que no era tan terrible y ruinosa como temía.
Le venía de perlas y esperaba que no estuviese muy apartada de la civilización. Desde que había perdido el trabajo no tenía dónde caerse muerta, y no podía soportar pasar ni un minuto más en casa de su neurótica madre.
-¿Cuándo puedo... Instalarme? -preguntó esperanzada, viajaba ligera de equipaje ya que no tenía demasiadas posesiones.
Llevaba deambulando de un lado para otro desde pequeña (con mamá de lunes a viernes, con papá los fines de semana), lo que hacía que una persona subsistiera con lo básico.
-Puede instalarse cuando desee, a partir del instante en el que firme la documentación pertinente.
De modo que firmó una pila de papelajos, y a cambio recibió el bonito estuche labrado con el anillo, las llaves y escrituras de propiedad de su nuevo hogar, un billete de tren y dinero en efectivo para mantenerse durante un tiempo.
Al parecer, la propiedad no generaba gastos, pero sí unos pequeños beneficios del alquiler de los terrenos para el pasto de las ovejas.
Era mucho más de lo que había esperado recibir, que era nada. Porque desde que recibió el requerimiento para acudir a la lectura del testamento, junto con un billete de avión , no habia dejado de dar vueltas al asunto. Y, francamente, había creído que solo era un trámite, pero cuando vio que ella era el único miembro presente de la tercera generación McTavish, sí que ya no supo qué pensar de todo ello.
Esa noche, en la habitación del hostal más barato que pudo encontrar, se dispuso a echar un vistazo al anillo Bradach.
Dentro de la cajita plateada, sobre una mullida cama de terciopelo, y envuelto en un trocito de tela de algodón con trama descolorida encontró un bonito anillo de plata, labrado con un intrincado diseño de lazos y nudos celtas, un trazo único sin principio ni fin. Simbolo de longevidad, según google.
Echada en la incómoda cama, despues de estudiarlo con atención, descubrió una inscripción en el interior. Con la escasa luz solo alcanzaba a distinguir la primera palabra, escrita en gaélico. Pero no era una palabra que ella conociera, la verdad es que sabía bien poco de casi nada.
Parecía una alianza, pero era enorme para los dedos de su abuela. ¿Tuvo Kendra McTavish un amante?
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Guerreras
General FictionRoberta vive en una época que no le corresponde. Ha dejado atrás todo lo que conoce para adentrarse en una realidad desconocida. ¿Cómo logrará salir adelante cuando ni siquiera en esta época las mujeres tienen libertad para decidir?