82. LA BELLA DEE-DEE

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Durante el banquete, y como los esposos habían desaparecido, Connor ocupó el lugar principal, como en cualquier otra comida. A un lado estaba Malcolm, y al otro, uno de sus soldados de más rango, ocupando el puesto de Janick.

La bella Dee-De ese encontraba algo más allá, enfrascada en una conversación con algunos de sus soldados más jóvenes. De vez en cuando le dedicaba alguna que otra mirada cuando creía que él no se daba cuenta.

Debiera sentirse celoso, con un patente sentimiento de propiedad hacia ella. Quizás debería recelar de cualquier hombre que se acercase a su pequeña dama. Pero nada más lejos de la realidad, le gustaba que ella tuviera la libertad de relacionarse con toda su gente, daba igual que fuese hombre o mujer, anciano, joven o niño.

Tenía la intención de que Dee-De ese convirtiera en la señora del clan. Solo si ella estaba dispuesta a aceptarlo como esposo.

¿Estaba yendo muy rápido? Lo mismo, en la época de Dee-Dee, estas cosas iban más lentas. Y esta idea del matrimonio era algo que había estado rondando por su cabeza en las últimas horas.

—Se te ve risueño —comentó Malcolm, tan alcahuete como siempre.

—Jamás pensé que Janick encontrase esposa. Estoy agradablemente sorprendido por la buena pareja que hacen.

—Pronto celebraremos otro casamiento.

—Amigo Malcolm, ¿tú? ¿Qué me has estado ocultando?

—¿Yo? —preguntó el aludido con espanto—. Oh, no. Nada de eso. No hay mujer que me haya atrapado aún. De momento, prefiero no desilusionar a mis compañeras de lecho.

Connor sonrió, su amigo era un mujeriego declarado y calentaba el lecho de algunas viudas de buen ver del clan. Era bastante discreto al respecto, por lo que estaba bien para ellas en el caso de que volvieran a contraer matrimonio.

—De todos modos, supongo que sería interesante conseguirme una mujer del futuro. Solo en el caso de que quisiera sentar cabeza.

La sonrisa no abandonó el rostro de Connor mientras escuchaba los argumentos de Malcolm, porque había atrapado la mirada de la bella dama, y ella andaba toda sonrojada.

Como buen anfitrión, no abandonó el salón hasta que todos se levantaron de la mesa y fueron a hacer sus respectivas tareas antes de ir a dormir.

Su pequeña dama permaneció sentada, realmente, eran los únicos que todavía no se habían movido de su sitio. Incluso Malcolm se había marchado para dormir caliente, como bien le había confesado.

Aquella situación era extraña incluso para ella. Todos habían abandonado su lugar en la mesa y ahora mismo solo estaban ella y Connor, separados por, al menos, cinco o seis metros. En toda la velada, el guerrero no había dejado de sonreírle cada vez que sus miradas habían coincidido. Y esa mirada clara le había producido tal cosquilleo, como si la hubiera rozado con sus dedos.

Sabiendo que estaba perdida, abandonó su lugar a salvo de su alcance y caminó hacia la perdición de su cuerpo y alma. Se sentó a su lado, se acodó sobre la mesa apoyando la barbilla en la mano y lo enfrentó.

—¿Y bien? —le preguntó sabiendo que lo descolocaba con este tipo de expresiones tan de su época pero que aquí no se entendían muy bien.

—¿Y bien?

—¿Qué me vas a hacer? —Para sus adentros se dijo que era una locura, ella era muy boquillas de puertas para afuera, pero en su interior seguía siendo una chiquilla tímida, tirando para remilgada.

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