102. AL CALOR DEL HOGAR

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En el otro lado, Lachlan llegaba a las tierras de los MacCunn, desmontó con celeridad, dejando al caballo vagando solo por el patio y entró al salón del castillo.

Había oscurecido y casi todos se encontraban reunidos allí, al calor del hogar, con la última comida del día.

Odiaba ser el portador de tan mala noticia, pero al menos la dama ya estaba informada.

Al verlo, Connor se puso en pie y fue a su encuentro.

Desde que Roberta se marchara antes del amanecer, no había dejado de darle vueltas a la cabeza. Solo sabía que se había llevado consigo a Malcolm y Gavin. Por ello, estaba un poco reconfortado respecto a su seguridad. Pero le hubiera gustado ser informado de la razón por la que el grupo había abandonado el clan a horas tan intempestivas.

—¿Lachlan?

—Mi señor. —El guerrero inclinó la cabeza respetuosamente—. Me temo que no traigo buenas noticias.

Ya por su gesto serio podía apostar que el mensaje no le iba a gustar.

—Janick ha resultado herido de gravedad. Cameron no augura un buen fin.

—Buen Dios —murmuró Connor sintiendo como si un puño lo golpeara en el pecho. Un dolor intenso que lo debilitó hasta el punto de tener que sentarse.

Ni siquiera se había dado cuenta de que el salón estaba en silencio y que alguien le había cedido el sitio. Notó el brazo de Dee-Dee en torno a su cuello, y la atrapó en un abrazo para acercarla más a él.

Janick.

Su hermano.

Su mejor guerrero. Siempre pensó que envejecerían juntos, ellos dos y Malcolm, los tres guerreros MacCunn, que más que amigos se tenían por hermanos.

—¿Qué ha ocurrido?

—No lo sé exactamente. Estaba luchando contra Jamie McTavish y éste desapareció ante nuestras propias narices. Más tarde, los hallamos a los dos en una de las alcobas. El viejo estaba muerto y Janick presentaba unas extrañas heridas. Cuando lo vi por última vez, pensé que disponía de pocas horas antes de ser llamado ante Dios.

Connor sintió las lágrimas escapar de sus ojos, ni siquiera se molestó en ocultarlas. No había nada indigno en llorar la pérdida de un hermano.

—Su dama... —insinuó cuando recordó la salida precipitada del grupo.

—La encontré a mitad de camino, escoltada por Malcolm y dos guerreros McTavish que no conozco. Les comuniqué las noticias y me enviaron hacia aquí.

—De acuerdo, muchacho. Come algo y ve a descansar.

Connor se volvió hacia su mujer y hundió el rostro en su estómago, ¿qué iba a hacer si Janick moría?

Nunca se planteó la posibilidad de que se fuese de esta manera, tan joven. Entonces hizo lo único posible, rezar por él y llorar en silencio mientras su dama lo abrazaba.

*

Janick abrió los ojos apenas unas rendijas y todo lo que vio le resultó extraño. Estaba rodeado de artilugios raros, percibía un olor fuerte y todo resplandecía, cegándolo.

Un individuo se asomó a su campo de visión y sonrió, le hablaba pero no logró comprender lo que le decía. Ni siquiera sabía dónde estaba, ¿esto era el infierno?

Quiso hablar y no pudo, quiso moverse y su cuerpo no respondía a la orden, su corazón comenzó a galopar dentro de su pecho con latidos tan fuertes que resultaban dolorosos. Estaba atrapado, como allá cuando los bastardos McKenzie lo sepultaron vivo. Y para más inri, algo a su lado emitía unos pitidos chillones que le estaban taladrando los oídos.

Al instante, vino la calma, poco a poco, su corazón se fue sosegando y el ruido intermitente fue espaciándose y bajando en intensidad. Los ojos se le cerraron lentamente.


Robbie despertó sobresaltada cuando Malcolm dijo su nombre.

—¿Qué?

Se enderezó acusando un molesto dolor en el cuello porque había dormido sobre el hombro del guerrero.

—La mujer quiere hablarte.

Delante de ella vio a la enfermera que esperaba pacientemente a que le prestara atención.

Se puso en pie, se tambaleó y Malcolm la ayudó a recuperar el equilibrio.

—El paciente está estable. Puede pasar un momento a verlo.

—Sí... gracias.

Se llevó la mano al pecho para apaciguar a su acelerado corazón y echó un vistazo a los cuatro guerreros, de repente, nerviosa.

—Ve —le indicó Malcolm haciendo un gesto con una mano y ella avanzó con presteza siguiendo a la enfermera.

Llevaban algo más de dos días en esa sala de espera, solamente había faltado el tiempo suficiente para ir al baño, porque la comida se la habían traído los guerreros. Malcolm parecía haber realizado un curso acelerado sobre cómo ser un hombre autónomo del siglo veintiuno. No se le daba nada mal.

Así que había subsistido a base de bocadillos, coca cola y café, de lo peorcito para el organismo y para la ansiedad crónica que se había instalado permanentemente en su cuerpo.

Después de colocarse el equipo estéril, se dejó guiar hasta la UCI.

Se llevó un puño a los labios cuando vio a Janick, tratando de reprimir un gemido.

Era enorme, apenas quedaba cama a ambos lados, y sus pies sobresalían del colchón. Estaba pálido pero ya no con el color de la muerte. Su cabello contrastaba con el blanco inmaculado de las sábanas.

Sus dedos hormiguearon con las ganas de tocarlo, de rozar su piel y comprobar que estaba cálido al tacto. Pero la enfermera la había aleccionado sobre lo que no podía hacer: cero contacto, solo un par de minutos y nada más.

—Janick —lo llamó, apenas un susurro, rogando para que el guerrero abriera los ojos un instante. Pero él parecía imperturbable, más allá de todo estimulo—. Janick —insistió por última vez, elevando un poco el tono pero sin llamar la atención de la enfermera.

Allí estaba. Un leve aleteo de sus preciosas pestañas. Él era un guerrero y ella estaba convencida de que estaba luchando con todas sus fuerzas para emerger a la superficie.

Al fin entreabrió los ojos, esos maravillosos ojos que pensó jamás vería de nuevo.

Y entonces las lágrimas le nublaron la vista y se las restregó con los puños nerviosamente. No podía perderse ese momento.

Él la miró, y apostaba su vida a que la había reconocido. Luego, volvió a sumirse en su sueño reparador y la enfermera la invitó a marcharse. Más tarde podría hacer otra visita cuando él estuviera más consciente.

No tardarían en retirarle la respiración asistida y hacer todo lo posible para que estuviera más cómodo. Robbie no quería ni pensar lo que sentiría Janick, cuando estuviera plenamente consciente y descubriera un catéter en su parte más noble. Sonrió solo de pensarlo.

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