43. AL AMANECER

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Robbie salió de su habitación, esto... alcoba, esa mañana y fue al gran salón a desayunar. Era bien temprano puesto que en esta época la gente se levantaba al amanecer, y si no andaba lista, no habría nada que llevarse a la boca.

Bien, siempre podría hacer una incursión a la cocina en cualquier momento, pero no quería ser la señorita aprovechada y perezosa.

Una vez el estómago lleno, salió al exterior y paseó por los alrededores. Como ya era habitual, agarró su espada y comenzó a ejecutar una serie de fintas y movimientos. Unos momentos después, estuvo practicando con su compañero de siempre.

Se alegraba de encajar entre los guerreros como uno más, aunque fuese una mujer, aunque fuese dos palmos más pequeña, y aunque fuese inexperta en comparación.

Después de un par de horas de duro ejercicio, se dio cuenta de que tenía público.

Rosslyn, la chica desdentada y Mariam, la guapa grandullona, estaban juntas, mirándola ejercitarse con los hombres. Mariam la saludó, y ella fue a su encuentro mientras se secaba el sudor de la frente con un viejo trapo.

—¿Qué tal, chicas?

Rosslyn miraba embobada a los guerreros, desde luego que eran un espectáculo digno de ver... en esta época y en cualquier otra. Empujó a Mariam para que hablase.

—¿Por qué no me preguntas tú directamente? Deja de hacer que Mariam hable por ti.

La mujer poco agraciada de rostro retorcía el manto entre sus delgadas manos.

—Nos gustaría aprender. A Mariam y a mí.

—¿A qué? —preguntó intrigada. En su siglo, ni siquiera hubiera dudado, pero ¿en esta época remota?

—Queremos aprender a luchar, como Milady.

Robbie sonrió, se avecinaba una revolución femenina, como en el otro clan. Esperaba que ello no implicase que más tarde se convirtiera en una molestia. Aunque, de todos modos, no es como si quisiera quedarse aquí de forma indefinida.

—¿Qué tal aprender a lanzar una daga? O aprender a manejar un arco, ... o quizás la espada.

—Un arco —dijo Rosslyn.

—Una daga —añadió Mariam.

Ambas estaban entusiasmadas con la idea de luchar de alguna manera, y quizás, de confraternizar con los guerreros. Que eran impresionantes, incluso el más pequeño de ellos.

Bien, ellas querían aprender, pues se iba a encargar de que las enseñaran. Esperaba que Janick, cuando regresara, no se enfadase con ella.

Hablando del gigante escocés, hacía varios días que se había marchado, y se encontraba pensando en él a cada momento.

Si entrenaba a esas dos mujeres, por lo menos se le harían más cortos y entretenidos los días de espera.


Connor llegó al patio y encontró a las tres mujeres practicando con los cuchillos. Una de ellas, la menos favorecida de rostro, tenía una autentica destreza en ese arte. Sonrió al preguntarse en qué momento las mujeres de su clan se habían interesado por el arte de la guerra. No parece que se les diera especialmente mal. Roberta debía ser el artífice de todo, como allá en el clan MacFergus, donde tenía a casi todas las muchachas jóvenes alborotadas.

—MI señor. —Brian se separó del grupo que se ejercitaba y acudió junto al laird—. Estas dos muchachas se han unido a milady para aprender a luchar.

Connor no sabía por qué la gente se empeñaba en creer que Roberta era una dama noble. Quizás por el hecho de ser tan distinta a las demás mujeres de la aldea, le atribuía ese aire de misterio, que seguro pensaban era característica de las mujeres nobles.

Bien, él no sabía si la prometida de Janick pertenecía a la nobleza, no sabía casi nada de ella. Lo dicho, era todo un misterio.

—¿Es correcto que sigan haciéndolo?

—Yo no tengo ningún problema con que aprendan a defenderse. ¿Tú sí?

—Oh, no. Señor. —Brian sonrió mientras miraba a las mujeres esforzarse para hacer lo que los guerreros hacían sin ninguna dificultad—. Es divertido verlas.

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