Conforme avanzaba colina arriba, con la mano de Roberta bien sujeta, fue consciente del hecho de que iban a unirse en matrimonio.
Se le había metido en la cabeza que ella tenía que ser su esposa, tenía que ser suya. Pero no una posesión como una espada o un caballo...era otra cosa.
Estuvo claro en aquel momento, no pensaba irse de las tierras de los MacFergus sin la mujer guerrera larguirucha.
Los hombres que estaban ejercitándose cerca del castillo miraron a la mujer, extrañados como estaban de ver a su jefe acompañado.
Lo habían visto ir con una de las mujeres del clan, pero solo para desahogase, el resto del tiempo estaba solo.
Janick entró al castillo y allí por donde pasaba, todo el mundo se quedaba mirando, como si no tuvieran otra cosa que hacer. Gruñó y la gente volvió a sus quehaceres, pero sabía que seguían mirando de soslayo.
Roberta, pese que le molestaba ser arrastrada, todavía seguía aturdida por ese beso. No es que nunca hubiera sido besada, era solo que... Había sentido algo, como si su corazón se hubiera saltado un latido, y también la había puesto... cachonda.
Así, sin preliminares, espontáneo y solo por un beso. Porque no había probado bocado desde el día anterior, o hubiera pensado que le habían servido un afrodisíaco.
Ahora que pensaba en comida, sus tripas gruñeron en protesta. Un sonido audible, al menos para Janick, que estaba a su lado.
La miró y esbozó una sonrisa torcida que hizo a Robbie ruborizarse. Este guerrero no era tan gruñón y huraño como parecía.
-Después te alimentaré. Ahora veamos la alcoba.
Se detuvieron delante de una recia puerta de madera, con unas bisagras como puños, y que en su conjunto, había vivido tiempos mejores.
La estancia estaba apenas iluminada con el resplandor del fuego que ardía en la chimenea. Enseguida entró en calor, casi por primera vez en todo el tiempo que llevaba en esta época.
Janick tomó una vela y la encendió con la lumbre, luego la puso en alto para que ella apreciara su entorno.
No era un lugar demasiado grande, casi del tamaño de un dormitorio actual, quizás algo más amplio. Una cama junto a la pared, cerca de la chimenea, un arcón, una mesa y un taburete. Sobre el suelo, una mullida alfombra de pelo, y unos feos tapices cubriendo las paredes de piedra.
-¿Qué te parece? -preguntó Janick impaciente.
Había visto a Roberta girar para ver toda la alcoba, no parecía muy feliz, como si no estuviera impresionada. Él esperaba otra reacción. No había quién entendiera a las mujeres.
-No está mal.
Robbie se acercó a la cama y comprobó la firmeza del colchón.
-¿Es la cama de tu gusto?
Ella, pillada de improviso, se atragantó con su propia saliva. Comenzó a toser y Janick la golpeó en la espalda, se ve que era una costumbre mundial y atemporal. Huyó de su lado para ponerse a salvo, porque un manotazo de esos podía lastimarla de por vida.
Él la miró con cara de no comprender. Sin duda no se daba cuenta de la fuerza que aplicaba a las cosas pequeñas. Esto la llevó a pensar en el instante en que tuviesen sexo, semejante armatoste era capaz de empotrarla y dejarla incapacitada para los restos.
Y esto la llevó a sonrojarse de nuevo.
Janick la vio ruborizarse por tercera vez. Intuía que era una mujer distinta a todas las demás. Apenas estaba comprendiendo su extraña forma de hablar y actuar. Y el genio que se gastaba no casaba con tanto rubor. ¿Qué ideas se le estarían pasando por la cabeza para hacerla enrojecer de continuo?
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Guerreras
Ficción GeneralRoberta vive en una época que no le corresponde. Ha dejado atrás todo lo que conoce para adentrarse en una realidad desconocida. ¿Cómo logrará salir adelante cuando ni siquiera en esta época las mujeres tienen libertad para decidir?