41. UN RELAJANTE MASAJE

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—Mañana partiré al alba con Malcolm y algunos hombres más.

Robbie, que en ese instante estaba bocabajo recibiendo un relajante masaje, levantó la cabeza para mirarlo.

—¿Te vas? —Apoyó los codos para poder verle mejor la cara, y no le gustó la seriedad que mostraba su rostro.

—Solo serán unos días, una semana todo lo más. Pero no debes preocuparte.

—Debo preocuparme, has guardado esta información durante todo el día. Quizás durante más tiempo.

—No te quejes, mujer. —Janick parecía contrariado, se levantó de la cama y caminó desnudo hacia la chimenea. Allí se acuclilló y atizó el fuego. Robbie admiró esa visión pecaminosa, pero se regañó a sí misma, no debía desviarse del tema que estaban discutiendo.

—No me quejo. Bueno, sí. Pensé que teníamos la confianza suficiente para hablar de cualquier cosa.

—Podría haber desaparecido por la mañana sin darte ningún tipo de explicación.

—No harías eso.

No. Janick debía reconocer que no hubiera hecho algo así.

Roberta se levantó y acudió a su lado, la envolvió con sus brazos y respiró su piel. No sabía de qué modo se la había ingeniado para que le resultase una necesidad tenerla consigo. Era una debilidad que antes no tenía.

—¿Será peligroso?

—No te preocupes. —Soltó una carcajada ante la preocupación que mostraba su mujercita. Lo mismo él le importaba lo suficiente—. Vamos al clan de los Sinclair. Hay algunos problemas con los bastardos MacKenzie, como siempre.

—Ten cuidado, ¿eh? No voy a estar allí para coser una herida.

—Mi hermosa curandera. —La tomó en brazos e hizo que ella le rodeara la cintura con las piernas. Su miembro rozaba la cálida entrada al placer, ella estaba excitada, de modo que la penetró.

Después de hacer el amor un par de veces más esa noche, llegó el alba. Se estaba muy bien en la cama, refugiada en el calor que había dejado Janick, pero quería estar allí para la despedida.

—No hace falta que te levantes. —La arropó bien, remetiendo las pieles y el lino en torno a su cuerpo para que no escapase ni un poco del calor.

—No, Janick. Quiero verte marchar.

—Pero hace frío —aseveró el escocés viendo cómo ella salía del lecho en toda su espléndida desnudez, y se vestía con la ropa inglesa de hombre.

La envolvió bien en un plaid con los colores del clan y la retuvo en sus brazos una vez más.

—Nunca me ha supuesto tanto esfuerzo abandonar la aldea. Eres una bruja que me tiene hechizado. —Beso en la frente, en la punta de la nariz, en los labios. Se relamió los suyos porque le encantaba el sabor que había dejado en ellos. Sonrió—. El elixir más exquisito. —La volvió a besar, bueno, mejor dicho, devoró su tentadora boca, con un hambre inusitado para un hombre que ya estaba saciado después de esa extraordinaria noche.

Fue a decirle que la amaba, las palabras acudieron a su boca, pero las retuvo, frunció el ceño al darse cuenta. ¿Realmente eso que sentía era amor? Por san Mungo que no tenía ni idea. Nunca había querido a nadie, jamás se había acercado tanto a alguien hasta el punto que le hiciera sentir cariño, ni mucho menos amor.

Apreciaba a su laird, y a su amigo Malcolm, pero... todo era muy confuso.

Por si acaso se equivocaba, calló sus palabras. También estaba el hecho de que Roberta se marcharía en cuanto encontrase eso que buscaba. Ella no parecía tener sentimientos muy profundos hacia él.

Se dio cuenta de que jamás había pensado en el tema amoroso, no era un buen momento para romperse la cabeza pensando en tales asuntos. Era una distracción que ahora mismo no necesitaba.

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