Janick fue vagamente consciente de que regresaba a su tiempo, pero no se podía mover. Sí sabía que el viejo Jamie estaba con él puesto que lo sentía entre los brazos.
Enseguida se vio rodeado de sus hombres y de los McTavish, pero sus párpados pesaban y apenas podía mantener los ojos abiertos.
—Mi señor —ese debía ser Cameron, porque le quitó de encima al viejo y comenzó a parparle el cuerpo—. Oh, Dios mío —murmuró horrorizado.
¿Qué era esto tan terrible que había espantado a Cameron? Se preguntó sin recordar que estaba herido.
Ethan llegó junto al grupo que se hallaba reunido en la alcoba del segundo piso, en torno a los dos hombres caídos. Ordenó que se llevasen el cuerpo de su padre y les indicó a los MacCunn que acomodaran allí mismo al guerrero para tratar sus heridas.
Atisbó varias estocadas y no supo si necesitaría un curandero o un sacerdote.
Cameron descubrió las heridas de su señor y se quedó espantado, esas heridas no correspondían al filo de una espada. Había tratado más de una y sabía de lo que hablaba. La extraña herida del hombro y del brazo no revestía demasiada gravedad, pero la del abdomen era la que más le preocupaba. No había forma de que pudiera restañar tamaña herida. Superaba sus posibilidades como curandero.
Decidió atender las lesiones lo mejor posible y mandar a por la dama, puesto que no era probable que pudiera hacer nada más por su señor.
*
Robbie despertó sobresaltada a medio proferir un grito de angustia.
Algo iba mal, muy mal, rematadamente mal con Janick.
Ni siquiera había amanecido cuando saltó de la cama y se vistió a toda prisa con ropa limpia. Bajó al salón y buscó a Malcolm, finalmente lo encontró dormido cerca del hogar, envuelto en el tartán.
Le tocó el hombro.
—Malcolm, despierta.
En un solo movimiento, el grandullón rodó y se puso en guardia empuñando su daga.
Robbie retrocedió de un salto ante la reacción defensiva del guerrero.
—¿Qué ocurre, muchacha? ¿Cuál es la urgencia?
—Es Janick —respondió con el corazón desbocado—. Tengo que ir con él. Me necesita.
Malcolm ni siquiera vaciló, se guardó la daga en la bota, se compuso la ropa y agarró su espada.
En el camino hacia las cuadras, se les unieron Gavin y uno de sus hombres, sin mediar palabra y sin que nadie los hubiera ido a buscar. ¿Quizás intuían la fatalidad al igual que ella? ¿ O todos la seguían fielmente solo porque sí?
Como era una inútil con los caballos, uno de los guerreros preparó uno para ella y un rato después, todos iban al galope rumbo a las tierras de los McTavish.
A mitad de camino, se detuvieron en una granja a que descansaran los caballos. Allí, el granjero les proporcionó un poco de comida que, apenas despacharon, volvieron a galopar hacia su destino.
Unas horas más tarde, se encontraron con Lachlan, el jinete más veloz de los MacCunn.
A Robbie se le encogió el corazón cuando vislumbró el gesto de pesadumbre del muchacho. Sin duda, traía una mala noticia.
—Cameron me envía en busca de la dama. Janick no lo va a lograr.
A pesar de todo, no se derrumbó. Llevaba toda la noche sintiéndose inquieta, intuyendo que algo estaba mal con Janick.
—Está bien. Vamos —apremió a los guerreros, era inútil quedarse allí lamentándose—. Sigue tu camino e informa a Connor.
Ahí estaba ella dando órdenes como si tuviera algún tipo de autoridad sobre aquella gente. Pero Lachlan obedeció como si no fuese la primera vez, y sus acompañantes prosiguieron la marcha a su señal.
Debía ser medianoche cuando entraron al patio del castillo McTavish.
Niall se hallaba allí como si estuviera esperándola, aguardó a que desmontara y les mostró el camino. El nuevo laird había hecho instalar a Janick en una de las alcobas. Cameron estaba allí, junto a una mujer de unos cincuenta años, un instante después, la reconoció. Dio unos pasos apresurados y se interpuso entre ella y Janick.
—Aléjate de mi esposo. No me fio de ti.
La mujer parecía sorprendida de verla, se echó hacia atrás y se quedó en silencio. Claro que la conocía, era la curandera que le había hecho beber ese brebaje que la dejó fuera de combate.
—Demelza es buena en las artes curativas —dijo alguien desde un rincón. Su primo Ethan, el nuevo laird de los McTavish, estaba segura.
—Bueno, no lo discuto, pero no me fio de ella —respondió dedicando toda su atención a Janick.
El alma se le cayó a los pies, estaba tan pálido que parecía un cadáver, las heridas vendadas le daban un aspecto demasiado demacrado. El vendaje del abdomen mostraba una inquietante mancha de sangre.
Se inclinó sobre él y le rozó los labios con los suyos.
—Mi amor. Estoy aquí.
Pero Janick estaba más allá del mundo de los vivos. Respiraba aún, aunque parecía que de manera superficial. Se sentó a su lado sin dejar de mirarlo. Se sentía extrañamente tranquila, ¿resignada? No. No estaba resignada en absoluto, pero una calma bienvenida la inundó.
¿Qué se hacía en estos casos? ¿Esperar pacientemente la muerte? ¿Verlo apagarse poco a poco como un enfermo de cáncer que malvive sus últimas horas agonizando o sedado?
Llevada por una determinación, se levantó y se giró de frente a los presentes.
—¿Dónde está su sporran? —preguntó.
Ethan lo puso en sus manos y ella lo vació a un lado del lecho. Revolvió el contenido pero no encontró el anillo, entonces, su corazón se saltó un latido. La oportunidad más remota se le escapaba entre los dedos.
Los dedos...
Notó que nadie le quitaba ojo mientras ella se movía de nuevo hacia su guerrero, tomó la mano que mantenía cerrada en un puño y fue retirando los dedos uno a uno.
Y allí estaba el anillo Bradach, solo que... ese no era su anillo, era de una talla más pequeña.
¿Qué cojones...?
Miró su otra mano, que reposaba al otro lado de su cuerpo, junto a la cadera. El anillo Bradach, su anillo Bradach lucía en el dedo anular de la mano izquierda, como si perteneciera a ese lugar.
—Te amo, Janick —murmuró cuando fue consciente de que acababa de proporcionarle una oportunidad. Lo que iba a hacer, tendría que hacerlo allí delante de todos.
—Necesito que un par de hombres saquen a Janick al patio. Hay una pequeña posibilidad pero no puedo dar explicaciones.
Entre Malcolm, Cameron, Gavin y su guerrero, cargaron con él y lo llevaron hasta el salón.
—Aquí está bien —indicó—. ¿Cuento con vosotros para esto? —preguntó a los cuatros guerreros. Todos dieron su silencioso consentimiento.
Entonces dio las instrucciones oportunas y procedió. Como por arte de magia, desaparecieron del lugar dejando pasmados a Ethan, Demelza, Niall y unos cuantos espectadores más.
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Guerreras
General FictionRoberta vive en una época que no le corresponde. Ha dejado atrás todo lo que conoce para adentrarse en una realidad desconocida. ¿Cómo logrará salir adelante cuando ni siquiera en esta época las mujeres tienen libertad para decidir?