50. SU BELLA MUJERCITA

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Janick despertó de golpe, el crepitar del fuego en la chimenea le hizo abrir los ojos repentinamente. Estaba en la alcoba que compartía con Roberta, su bella mujercita estaba dormida a su lado, como debía ser. Se veía hermosa.

Miró alrededor mientras acudían a su memoria los recuerdos, le habían herido cuando volvían del clan Sinclair. Esos bastardos MacKenzie habían aparecido de la nada, y él... había visto ese anillo.

Aflojó su puño izquierdo y tanteó el aro de metal, levantó la mano para verlo mejor, era un enorme anillo de plata, bellamente labrado y con una inscripción en el interior que era incapaz de leer.

Este debía ser el anillo al que se refería Roberta, el que le habían robado los MacKenzie. El mapa para volver a casa.

En ese momento tenía en su mano la libertad de la muchacha. Si le daba el anillo, ella se marcharía para siempre y lo dejaría solo. Si no se lo daba, su mujercita permanecería a su lado... y él se convertiría en un ser despreciable.

Roberta se movió a su lado.

—Janick —murmuró y él cerró el puño ocultando el objeto. Ahora mismo no podía pensar qué hacer. Necesitaba tenerla a su lado un poco más, solo unos días más antes de dejarla marchar.

La arrimó más a su cuerpo y la sintió despertar, sus piernas se frotaron con las suyas.

—¿Cómo te sientes?

Roberta se incorporó y se arrodilló a su lado mientras tanteaba su frente y sus mejillas, una sonrisa iluminó su rostro.

—Ya no tienes fiebre— murmuró—. He pasado mucho miedo. —Lloró, sus lágrimas rodaron por sus mejillas, levantó la mano libre y le limpió la humedad.

—Estoy bien, mujer. No debes estar preocupada. Ven, échate a mi lado un rato más, necesito tu calor.

—¿Qué pasó?

—Los bastardos MacKenzie. Eso fue lo que pasó.

A Robbie se le hizo un nudo en el estómago, odiaba a esos MacKenzie, y cada vez que oía su nombre, sus tripas se retorcían.

—¿Les disteis su merecido?

—Aye —sonrió Janick, su gesto era de regocijo, sin duda, habían ajustado cuentas.

—¿Cuántos de esos renegados hay?

—No lo sé, pero te aseguro que cada vez hay menos.

Se relajó nuevamente contra el cálido cuerpo de Janick, lo iba a echar muchísimo de menos cuando fuese el momento de marcharse.

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