95. LEALES A ÉL

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Gavin se detuvo, junto a sus hombres, en un claro del bosque.

Cuando desencadenó a la muchacha y la cargó fuera de la mazmorra, los soldados que podrían haber dado la voz de alarma, todos, le eran leales a él antes que al laird.

Echó a la chica en el suelo, sobre uno de los tartanes del clan, y la envolvió con otro que le facilitó uno de los guerreros.

Encendieron una pequeña hoguera y algunos hombres se disponían a internarse en la espesura para vigilar el perímetro cuando él se puso en pie y llamó la atención de todos.

—No soy un hombre de discursos, solo soy un guerrero. —Cuando tuvo la atención del grupo, continuó—. Os agradezco vuestra lealtad y soy consciente del riesgo que corréis al poneros de mi lado. Si alguno lo ha pensado mejor y quiere volver, es libre de hacerlo y no le guardaré ningún rencor.

Como respuesta a su declaración, los guerreros asintieron y volvieron a sus quehaceres. Se veía que tampoco eran hombres de discursos.

—Janick me va a matar —murmuró cuando se arrodilló junto a la dama para atender sus heridas. Le limpió la sangre del rostro y la observó con atención. Ella podría ser su hija, debía tener menos de veinticinco años, la edad que tendría Ivy si hubiera sobrevivido a su nacimiento. Pero tanto el bebé como la madre habían fallecido poco después de ese momento.

Él tenía cuarenta y cinco años, treinta de los cuales llevaba al servicio del laird de los Campbell. Había sido un muchachillo grande y fuerte a esa edad tan temprana, cuando comenzó a adiestrarse con el resto de los guerreros.

Siempre pensó que más pronto que tarde llegaría el momento de retirarse y dejar sitio para los guerreros más jóvenes y ágiles.

El momento había llegado, y no se retiraba con honores, porque para los demás sería un traidor, pero su conciencia estaba tranquila, y eso era mucho más importante que su honor y su buen nombre.

La muchacha abrió los ojos un instante y miró alrededor, esperaba que al ver que estaba en el bosque la hiciera sentir tranquila y a salvo. Ella volvió a cerrar los ojos y siguió durmiendo.

—Oh, señor —murmuró Gavin—. Janick me va a matar.

Éste iba a ser su mantra mientras esperaba el temido encuentro.

—¿Qué vamos a hacer, mi señor?

Uno de los soldados más jóvenes se arrodilló junto al fuego y se dispuso a preparar algunas viandas.

—Al amanecer, si todo va bien, nos pondremos en camino hacia la tierra de los MacCunn.

Mientras tanto, Janick y sus hombres seguían apostados en el patio de los McTavish esperando a que el laird los honrara con su presencia.

Todos habían desmontado y sus caballos eran atendidos por los mozos de cuadras, pero aún seguían a su lado por si necesitaban de una rápida partida.

No quería pensar demasiado en cómo estaría Roberta, porque eso haría que se derrumbara y pudiera cometer cualquier error. De modo que se sustentaba con la rabia, que lo mantenía en guardia y a la defensiva, confiando en sus instintos de guerrero bien adiestrado.

Esta espera infructuosa a la que le estaba sometiendo el laird iba a terminar de una forma u otra.

Finalmente, después de unas pocas horas de agónica espera, Jamie McTavish salió de su madriguera acompañado de un malhumorado Ethan.

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