2. EL ENCUENTRO EN EL GRAN SALÓN

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Todo se había solucionado, para bien. El laird del clan MacFergus había reconocido a Connor MacCunn y por ello había sido más fácil salir del pequeño embrollo. Connor estaba encantado, hacía tiempo que no se lo pasaba tan bien, y estos MacFergus tenían fama de pacíficos y de poseer una hidromiel fabulosas. Además, sus mujeres eran muy guapas, aunque él no había visto ninguna joven, es como si se hubieran escondido.

Janick se acomodó en el gran salón, aclarado ya el malentendido, les habían invitado a compartir con ellos la cena. Estaban rodeados de guerreros y aldeanos por todas partes, pero ellos eran, con diferencia, los más grandes y feroces.

-Janick. Tienes mala cara. ¿Te encuentras bien?

-Perfectamente -le gruñó a Connor, su laird, pero no era del todo cierto. El arañazo del hombro le ardía como mil demonios y estaba deseando llegar a su hogar.

La muchacha que portaba las jarras de hidromiel se acercaba, y por alguna razón que no comprendía, parece que esquivaba su mirada.

-Roberta, querida. Los guerreros están esperando su hidromiel. No te entretengas.

Llevaba el cabello corto recogido con una especie de diadema, y cuando se volvió de frente a él, Janick reconoció al guerrero enclenque al que había golopeado en la cara. Lucía un buen morado acompañado de hinchazón allí donde tenía suturado el corte. ¡Era una chica! No se lo podía creer. ¿Por qué razón una mujer querría hacerse pasar por un hombre?¿Lo sabría el resto del clan?

Miró desconcertado a un lado y a otro, nadie parecía notar nada extraño. ¿Estaban ciegos o qué?

Cuando Erin la envió al salón con la hidromiel, ella había intentado escaquearse; en el momento en que esos guerreros le vieran la cara, se le iba a fastidiar la tapadera.

Ahora se moría de vergüenza al recordar el error que habían cometido, pero era demasiado cobarde para disculparse ante esos monstruosos guerreros.

-¿Os conozco?

Janick la sujetó por el brazo. Claro que la conocía, no podía equivocarse, y ante la duda allí estaba su marca, el golpe que le había dado. Tenía suerte de que no usara toda su fuerza, porque de haberse empleado a fondo, de seguro que le hubiera roto los huesos del pómulo.

Se puso en pié y comprobó que, para ser una mujer, era bastante alta, su frente quedaba a la altura de su boca.

-No os había visto en la vida.

Robbie se soltó de su agarre y volvió a la cocina con las jarras vacías, no pensaba regresar al salón, ya había tenido suficiente ración de neandenthal por el momento.

Janick esperó infructuosamente pero la chica larguirucha no volvió a aparecer, y con el paso de las horas, parecía que la bebida amenazaba con tumbarlo. Se puso en pie y notó que la estancia danzaba a su alrededor, no podía creer que estuviera ebrio.

-¿A dónde vas, Janick?

Miró a Connor de soslayo, ni se atrevía a hacer movimientos bruscos, por miedo a desplomarse delante de todo el clan MacFergus.

-Voy a tomar el aire.

Con esa cara de pocos amigos, ni a Connor se le ocurrió disentir. Cuando Janick fruncía el ceño y gruñía, era mejor quitarse de su camino.

-Roberta, querida. Lleva estos panes al salón.

Joder, qué mala suerte. Había estado a punto de desaparecer cuando fue interceptada por Erin. Era admirable la habilidad de esa mujer para encontrarla y asignarle una ocupación. Con fastidio, agarró la cesta del pan y salió al corredor, al entrar en el gran salon se topó de frente con el guerrero moreno.

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