15. ENTRE SUS BRAZOS

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Robbie no hubo de caminar demasiado para verse metida de lleno en una sesión de entrenamiento. Decenas de guerreros enormes como colosos luchaban con espadas en una explanada a pié del castillo.

Y entre todos ellos, sus ojos fueron hacia el guerrero más feroz, el más grande y... atractivo. Se sorprendió de esa idea, porque hasta ahora solo había sentido un extraño temor de quedarse sola en su compañía.

Sólo tuvo que ser un despiste lo que hizo que Janick bajara la guardia un instante y consiguiera ser derribado por su oponente, un soldado bastante más joven. Y éste, más sorprendido que orgulloso, parecía temeroso de su reacción. En un instante se puso en pié sacudiendo su falda, confuso por esa falta de concentración. Entonces fue que registró en su mente ese cosquilleo en la nuca, como si estuviese siendo tocado suavemente.

Estaba siendo observado y se sentía incómodo con esta sensación, sobre todo cuando se dio cuenta de que era esa larguirucha mujer la que no le quitaba la vista de encima.

Caminó hacia ella y la vio encogerse, como si temiera ser golpeada, se obligó a comportarse, ahora era su prometida, le debía cierta... deferencia.

-¿Qué haces aquí, mujer?

-Me llamo Roberta.

-Bueno, sí -acertó a responder, no estaba acostumbrado a ser replicado, y mucho menos por una mujer. Debía reconocerle ese valor.

-Quería conocer la aldea.

-Este es un sitio peligroso. Puedes salir herida.

-¡Yo estoy acostumbrada... -Y antes de terminar de hablar, Janick la estrechó entre sus brazos y la protegió con su cuerpo cuando unos guerreros acabaron tan cerca de ellos, que chocaron contra él.

Los soldados se alejaron y Janick fue consciente de que todavía tenía a la chica entre sus brazos. Temió haberla apretado tanto que la hubiera dejado maltrecha, pero cuando abrió los brazos, la encontró acurrucada contra su torso.

-Ey, ¿estás bien?

Robbie pareció emerger de un sueño. Repentinamente, se había visto abrigada y protegida por esos brazos fuertes, que le habían evitado el golpe. Y se estaba tan bien allí que no le apetecía abandonar semejante refugio.

-Sí. Muchas gracias.

-¿Te das cuenta del peligro que corres?

La zarandeó y ella volvió a la realidad, ese hombre no tenía ni un gramo de tacto ni cortesía. El movimiento le había hecho entrechocar los dientes, a estas alturas del día temía ya por su dentadura.

Cuando Janick se giró para hablar con uno de los hombres, Robbie vio que una pequeña mancha de sangre pegaba su camisa al cuerpo a la altura de la cintura.

-Estás herido.

Pero él no la estaba escuchando.

Caminó llevándola casi a rastras colina abajo, ella trató de hacer que se detuviera pero ni siquiera prestaba atención a sus palabras.

-De verdad, Janick. No es necesario que me arrastres como a un mulo.

Sin embargo, él continuaba con su rápido paso, haciendo que todo el mundo la mirase y haciéndola sentir humillada.

El colmo fue cuando se cruzaron con la mujer que la había empujado, lucía un morado en el ojo, pero eso no le impedía esbozar una sonrisita burlona. Esto hizo que Robbie se plantara y empleara todas sus fuerzas para no ser arrastrada.

-¡Janick! -gritó cuando estuvo a punto de caer de rodillas, dio un fuerte tirón y logró soltarse de su férreo agarre. Cuando él la miró con aspecto de no comprender, tuvo que justificar sus acciones, aunque lo creía innecesario.- No quiero que me arrastres. No sé a dónde me quieres llevar pero es suficiente con que me lo digas y yo lo haré.

-Voy a llevarte a la cabaña y te quedarás allí hasta que yo te lo diga.

Robbie soltó una carcajada, sin poderse creer que ese hombre le estuviera dando una orden tan absurda.

-¿Qué? Estás de broma -consiguió decir con voz entrecortada por la risa, pero él la mirada de una forma extraña, como si no llegara a comprender por qué ella se reía sin parar.

-No estoy de broma. Has dicho que te diga lo que quiero y que vas a obedecer.

-Eso era antes de saber que me ibas a decir una tontería. -Respiró hondo para recuperarse del ataque de risa y esbozó una sonrisa torcida.- No pienso quedarme encerrada en una cabaña cochambrosa esperando a que tú decidas que puedo salir. Si ser tu prometida significa que me vas a mangonear y deberé obedecer órdenes estúpidas, prefiero romper nuestro compromiso.

Janick no podía creer que esa mujercilla larguirucha tuviera un comportamiento tan insolente delante de todos los aldeanos. Debiera sentirse enfadado y con deseos de castigarla con unos cuantos azotes, pero inexplicablemente... solo se veía tentado de besarla.

-No puedes romper el compromiso. Has dado tu palabra. -A ella se le borró la sonrisilla sesgada de la cara.- Te dije que te ayudaría con los bastardos MacKenzie y siempre cumplo mi palabra. -Acortó la distancia que los separaba.- Y ahora, por favor, vamos a la cabaña y cúrame el corte de la espalda antes de que me desangre.

No es que estuviera preocupado por la herida, solo era un arañazo sin importancia, pero de pronto, no había nada que deseara más en ese momento que sentir esas manos sobre su cuerpo.

-Podré salir cuando me de la gana, ¿verdad?

-¿Puedo impedirlo?

-No.

-Procura no meterte en líos.

Entonces Janick sonrió, y ella estuvo a punto de derretirse y resbalar hacia el suelo. Él la agarró de la mano, esta vez con más dulzura, y caminaron juntos, ya no siendo arrastrada.

Cuando entraron en la cabaña, ya no le pareció tan cochambrosa como hacía un rato. Él se deshizo de la camisa y mostró a su prometida el torso desnudo, el vendaje aún cubriendo la reciente herida suturada.

Robe se dio cuenta de que disponía de todo lo necesario para atender a Janick. De modo que se sentó en una banqueta y él se inclinó sobre la mesa a su lado. El corte no precisaba sutura, tan solo limpiar la herida que ya había dejado de sangrar. Pero esa piel tersa y esos músculos que se movían cada vez que él cambiaba de postura, la estaban poniendo al borde del infarto.
¿Dónde estaba ese temor hacia el gigante MacCunn? Y ahora no veía el momento de ser besada por ese hombre.

-Bien. Esto ya está.

Reprimió el impulso de darle un amistoso azote en el culo. Sin duda, se estaba extralimitando y perdiendo la perspectiva sobre su situación actual.

-Gracias, mujer -dijo volviéndose de frente a ella.

¿Eso era un sonrojo? ¿Ese hombretón escocés acababa de ruborizarse? Y el tono le sentaba de miedo, parecía un hombre distinto, estaba descubriendo que había muchas cosas en él que le gustaba.

-Roberta -volvió a corregirlo ella, tal vez en algún momento, ese guerrero inmenso aprendiera su nombre.
-Gracias, Roberta -soltó él a modo de ronroneo, tan cerca que a ella se le derritieron las piernas. ¿Cómo podía ser tan sensible a su nombre dicho por boca de ese hombre?- Y ahora, tengo que irme.

Él dio media vuelta y salió de la cabaña dejándola pasmada y con ganas de perderse en esa voz ronca y sensual.

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