Dee-Dee avanzó hacia el castillo siguiendo a la comitiva. Había tenido oportunidad de ver estas fortalezas en estado ruinoso allá en su tiempo. Esto no era una tomadura de pelo, era piedra auténtica, no cartón piedra, como en un set de rodaje.
Además, recordaba haber visto esta edificación en una página web, y desde luego, este no era el aspecto que presentaba en aquella foto.
Miró embobada alrededor, ¡Dios bendito, qué hombres! Esos... guerreros, pararon un momento al verla llegar y se dio cuenta de que su atuendo debía resultar muy peculiar.
Tocó el brazo de su prima para llamarla, y ésta se volvió a mirarla.
—¿Llevas mucho tiempo aquí?
—¿En este clan? Solo unos pocos meses. Antes estuve con los MacFergus.
Dee-Dee asintió en respuesta justo cuando entraban al castillo y el gran salón se extendió ante sus ojos en todo su esplendor. Cualquier imprecación que pudiera salir de su boca quedó ahogada ante tanta belleza, techos altos, muros forrados con ricos tapices y oloroso brezo repartido por el suelo de piedra. Era todo tan impresionante y tan... auténtico que cerró la boca al darse cuenta de que la tenía abierta como una imbécil.
Una vez habituada al interior del salón, se dedicó a estudiar al acompañante de su prima. Ese debía ser Janick, y era descomunal, más alto que Malcolm y con cara de pocos amigos. Le recordaba a los vikingos de las series de televisión.
—Ya que estamos todos acomodados —habían tomado asiento cerca de la gran chimenea—, haré las presentaciones. —Su prima Roberta estaba haciendo los honores—. Ella es mi prima Dee, su abuelo es hermano de mi abuela. Y no sé qué hace aquí, la verdad.
—Digamos que de casualidad atropellé a Malcolm — se defendió.
—En fin, Dee. Este es Malcolm, al que ya conoces... y que, por cierto, tiene mi anillo. Vamos, devuélvemelo —y ante su gesto impaciente, Malcolm se quitó el anillo y se lo entregó. Su prima se lo puso en el dedo gordo, y puesto que corría el riesgo de perderlo, se lo entregó al otro escocés, que lo guardó en el bolsito que llevaba colgado de la cintura.
—Y este es Janick, mi prometido.
Dee-De ese atragantó con su propia saliva, y Malcolm le dio un golpe suave en la espalda que la hizo aclararse la garganta, aunque también estuvo a punto de tener una lesión en la columna vertebral.
—Tu prometido. No me lo puedo creer. No creía que fueses de las que se prometen tan jóvenes.
—Realmente no me conoces, no sabes nada de mí. Nunca fuimos cercanas —se defendió su prima como si ella hubiera querido ofenderla. Bueno, quizás un poco. Pero allí nadie se iba a poner de su parte, ella era la extraña, y su prima formaba parte de ese clan.
—Cierto. Lo siento. No pretendía ofenderte. Lo que ocurre es que estoy en shock, todo esto ha sucedido muy rápido para mí. Además, estoy cansada y me muero de sueño.
—¡Malcolm! ¡Grandísimo idiota! ¿Dónde has estado?
Dee-Dee se volvió para ver entrar al salón a un tipo muy atractivo, un agita-hormonas, como recién salido de un reportaje de fotos. Menudo maromo. Sus partes femeninas empezaron a clamar por atención masculina.
El recién llegado tardó un instante en reparar en ella, le dio un buen repaso de arriba abajo y se enfrentó a ella con la mano en el pomo de la espada, como si supusiera un problema su presencia.
—¿Y tú quién eres?
Bueno, estaba un poco acojonada, no le llegaba ni al hombro a ese salvaje y la presencia de su prima no le garantizaba seguridad.
—Dee-Dee —respondió con un hilo de voz.
—Basta, Connor. La estás asustando. —Malcolm intercedió por ella de palabra y de acción, se colocó entre los dos y fue una barrera muy eficaz. Se ocultó detrás de su recio cuerpo.
—¿Qué lleva puesto?
Dee-De ese miró, Malcolm también se volvió a mirarla. Pantalón vaquero, deportivas, una sudadera y una mochila.
—Su ropa. Lleva su ropa del futuro.
—¡Venga, hombre! —exclamó el tal Connor, que abandonó su postura agresiva y se alejó del grupo—. No sigáis por ese camino. Es absurdo. No es posible viajar al futuro.
Dee-Dee sacó el teléfono del bolsillo trasero de su pantalón e hizo una foto a Connor. Luego fue a enseñársela. Los tres guerreros miraron embobados la imagen en la pantalla.
—Es cosa del diablo.
—No, Connor —intervino Roberta, al fin—. Es tecnología. Ese aparato es un teléfono inteligente y te ha hecho una foto que es como un retrato, pero instantáneo.
—No puede ser. —Se dejó caer en uno de los taburetes y miró al grupo—. Creo que me estoy volviendo loco.
Más tarde, Robbie acompañó a su prima hasta una de las alcobas vacías. No estaba muy convencida de tenerla allí, nunca le había caído muy bien y le molestaba que hubiera llegado a meter las narices.
—De modo que estás prometida a ese gigante escocés.
—Así es. ¿Algún problema?
—Oh, no. Ningún problema. Solo que... me sorprende, nada más. Y dime, prima ¿Duermes con él?
Robbie se detuvo un instante en el pasillo y se volvió a mirarla.
—No sé de qué manera eso puede ser de tu incumbencia.
Siguió caminando y se detuvo junto a una puerta lejos de su propia alcoba (por si decidía pegar la oreja a la pared o a la puerta para chismosear).
—Aquí tienes un lugar donde dormir. Pero harías bien en regresar a tu casa.
—Querida Roberta, no olvides que para regresar necesito el anillo, y lo tienes tú. O bien me llevas o bien voy sola, pero en ese caso, no podré devolverte el anillo.
Cierto. Ese era un gran inconveniente. Lo bueno era que parecía ser que las dos épocas iban de la mano, no había manera de perderse en el tiempo. Al menos, estos dos no se habían extraviado por el camino.
—Está bien. Ya hablaremos sobre eso. Ahora dime, ¿qué haces tú en Escocia?
Robbie se arrodilló frente al hogar y encendió un buen fuego para caldear la estancia.
—El tío Jamie se puso en contacto conmigo para que viniera a buscarte.
—Eso sí que es raro, ¿qué le importará a él dónde estoy y lo que hago?
—No tengo ni idea. No sé por qué no se lo pidió a alguno de sus hijos, tiene unos pocos, y también un buen puñado de nietos. Seguro que alguno habría estado dispuesto a venir, además, la mayoría viven aquí, en el país.
—Tío Jamie no da puntada sin hilo. Algo trama —concluyó Robbie mientras abría la ropa de capa para que se calentasen las sábanas—. ¿Vas a dormir un poco o prefieres dar una vuelta por ahí?
—Pues me gustaría ver esto. No todos los días se tiene la oportunidad de ver un castillo en ruinas en todo su esplendor. Además... —su estómago rugió—, también me entró hambre.
—Deja aquí tus cosas, nadie va a tocarlas, y sígueme. Te enseñaré lo que no viene en los libros de historia.
ESTÁS LEYENDO
Guerreras
General FictionRoberta vive en una época que no le corresponde. Ha dejado atrás todo lo que conoce para adentrarse en una realidad desconocida. ¿Cómo logrará salir adelante cuando ni siquiera en esta época las mujeres tienen libertad para decidir?