58. MIENTRAS TANTO... MALCOLM

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Mientras tanto... Malcolm deambulaba por el bosque, maravillado de que fuese tan similar al otro bosque. No podía estar seguro de los cambios, pero los había. Tampoco sabía qué podía esperar de este tiempo, no sabía qué había aquí que no hubiera allí.

Pero no podía conformarse con esto, solo bosque. Podría estar alucinando, necesitaba ver algo más. Simplemente, quería sorprenderse.

Salió del bosque y avanzó por la ladera hasta el sendero. Este era un extraño adoquinado para un camino, se agachó y tocó el material. Muy raro, muy desconocido para él, parecido a la argamasa que usaban para fijar las piedras, pero sin serlo.

Se incorporó y miró en ambas direcciones, ni un alma a la vista. Eligió una de ellas, hacia el oeste.

Habían pasado ya varias horas y estaba hambriento, ni se le había ocurrido echarse algo de comer al morral. Claro, tampoco pensaba que iba a viajar en el tiempo, de haberlo sabido, se hubiera preparado bien. Además, echaba de menos a su caballo, con el que ya habría llegado a alguna parte.

Empezaba a dudar de que este fuese otro tiempo, como había creído. Desde luego, había desaparecido de la vista de Janick, igual que su amigo lo había hecho antes. Si no estaba en otro tiempo... sin duda debía estar en otro lugar. Pero el bosque era igual.

—Todos los bosques son iguales— dijo en voz alta, pero sonrió y negó con la cabeza—. Conozco ese bosque como la palma de mi mano, y es el mismo bosque, solo que... cambiado.

El caso es que estaba tan despoblado como en el otro tiempo. Decidió concederse otra hora más de camino, antes de que oscureciera, porque el sol estaba justo sobre su cabeza. Si no encontraba nada digno de ver, se volvería y regresaría al bosque y a casa.



Dee-Dee aún no le había tomado el truco a conducir por la izquierda de la calzada. Estos británicos lo hacían todo más difícil, sobre todo para la gente como ella, que odiaba conducir y solo lo hacía cuando no tenían más remedio.

—Bueno, aquí no hay ni un alma. ¿Quién se va a enterar? —De modo que se pasó al lado derecho, el normal, el de toda la vida, el del resto de los mortales.

Era una carretera de dos sentidos, pero bastante estrecha, sin arcén apenas, vamos, lo menos que daban por carretera. Ella solía circular en bicicleta. Y este Land Rover que había alquilado era del año la polca y ocupaba más de media carretera. El vehículo era un cruce entre tractor y tanque, de suspensión andaba regular, con cada bache, sonaban todas las piezas metálicas y a ella le crujía el esqueleto.

—¿Quién me mandaría hacerme cargo? Soy la tonta de los favores.

Dee-Dee se maravillaba de lo magníficamente estúpida que era. Siempre la pillaban para todo, ¿le habían visto cara de tonta? Probablemente.

Roberta Connelly llevaba un año desaparecida, o quizás más. Nadie lo sabía a ciencia cierta. Había heredado una cabaña en la linde del bosque, allí donde Cristo dio las siete voces. Vamos, en el quinto carajo. El caso es que nadie la había echado de menos hasta hace un mes, en que un vecino de la aldea se llegó a hacer una visita. Allí no había ni rastro de su prima.

No es que la chica le cayese bien, ni siquiera le caía mal. Tenían una edad similar, imaginaba, tampoco es que la conociera, solo se habían visto las caras en una o dos ocasiones. Y el hecho de que la bisabuela Kendra McTavish le hubiera legado algo ya la distinguía del resto.

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