62. UN NUEVO MUNDO

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Malcolm abrió los ojos y descubrió un nuevo mundo. Fue a incorporarse, pero lo sacudió el más atroz de los mareos. Cerró los ojos enseguida porque todo daba vueltas a su alrededor.

Notó algo muy frío a un lado de su cara, llevó hasta allí la mano y agarró un paño que envolvía alguna cosa tan fría como la nieve. Eran unos trozos de hielo metidos en una extraña bolsa de un material desconocido. Se concentró en este objeto un momento y ya luego, paseó la mirada por el entorno. Se encontraba bajo techo, en una cabaña como nunca había visto otra, acostado sobre un mullido jergón y caldeado por un extraño hogar. En esta época todo se podría calificar como extraño, no dejaba de sorprenderse por cada pequeña cosa... como esa luz que había a su lado y que brillaba sin llama.

Hizo un segundo intento de incorporarse y esta vez, sí lo logró. Se puso en pie y comprobó que estaba estable, así que quiso deambular por la estancia.

A un lado, había una ventana que no estaba cubierta con ninguna piel para preservar el calor interior. Veía a través de ella, la tocó y estaba fría al tacto.

La pequeña dama entró del exterior y una ráfaga de viento lo hizo estremecer.

—Ey, estás en pie. ¿Cómo te encuentras?

—Eee... ¿bien?

—Oh, vaya. Me alegro.

La chica se quitó la ropa de abrigo y fue al otro lado de la estancia, donde accionó algún tipo de mecanismo y se prendió la luz.

—¿Tienes hambre?

—Mm... sí. —precisamente, su estómago eligió ese instante para rugir como un animal salvaje.

—Ven, siéntate.

Le indicó un asiento y él se acomodó. El olor a comida apetitosa inundó sus fosas nasales y le hizo lagrimear.

—Así que te llamas Malcolm noséqué.

—MacCunn, Malcolm MacCunn, a tus pies —dijo poniéndose en pie.

—Vale, dejémonos de formalismos. Yo soy Dee-Dee McTavish. —Y le tendió la mano como hacían los hombres. Él miró esa mano pequeña sin saber qué hacer, en el último momento, la tomó y le hizo un amago de beso en el dorso.

Ella lo miró con desconcierto, ¿acaso la gente de esta época no tenía modales? Después la vio hacer una mueca despectiva y se giró para servir la comida.

—¿Café?

—¿Qué?

—Que si te sirvo café.

Café... ¿Qué demonios sería eso?

—Sí, gracias.

La bella Dee-Dee le sirvió un líquido negro, caliente y muy aromático. Jamás en su vida había olido nada igual.

—Lo siento, aquí no hay cerveza, ni coca cola. De modo que será café o agua.

—No importa —respondió Malcolm sin saber de qué estaba hablando.

La observó mientras terminaba de servir la comida, tenía soltura en manejar los útiles de cocina, pero no la imaginaba como doncella de servicio.

—Disculpa el menú, no soy muy buena en las labores culinarias. La verdad es que como cualquier cosa que no requiera mucha preparación. Aunque ahora que no tengo trabajo, tendré más tiempo libre. —Esto último lo había dicho como si se lo estuviera reprochando a sí misma.

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