Debía estar amaneciendo puesto que una ligera claridad iluminaba un trozo alto del muro. Apenas veía su mano frente a ella.
Llevaba un rato despierta, había descubierto que la cadena era más larga de lo que creía, solo que tenía un leve enredo. Le dolía el culo de estar sentada en el suelo por lo que volvió a acostarse.
La ocasión le exigía estar asustada pero era como si fuese la protagonista de una novela romántica y supiera que, a pesar de lo que ocurriera, por muy malo que fuese, iba a salir victoriosa.
Habría intentado liberarse de las cadenas, pero no disponía de ningún útil adecuado para ello. Probó a tirar de la argolla que estaba fuertemente incrustada en la pared. En todo ese tiempo había tenido tiempo de probar todo lo que se le ocurrió.
Se armó de paciencia, ya llegaría el momento adecuado para escapar. De todos modos, la herida en la cadera le dolía y la hacía cojear lo poco que el largo de la cadena le había permitido caminar.
Oyó que se abría la puerta y se incorporó apresuradamente, la punzada de dolor le impidió ponerse de pie todo lo larga que era.
De repente atemorizada, trató de distinguir a su visita por la silueta que se recortaba contra la luz del pasillo.
—¿Ya has vuelto? No tengo el anillo y si lo tuviera tampoco te lo iba a dar.
Rápidamente se cubrió la cara con los brazos antes de ser abofeteada.
—Milady.
Esa voz ronca le era conocida. Apartó los brazos de su cara y miró al recién llegado, ahora apreció mejor su contorno. Era Gavin.
—No soy milady. Ese título no me corresponde —masculló sentándose en el suelo nuevamente. Su cadera se lo agradeció. Intuía que no iba a recibir ningún golpe de este guerrero.
Él se acomodó en el suelo frente a ella, era un tipo enorme, de la talla de Janick. Las cicatrices de su rostro le hacían parecer feroz y despiadado, pero también le añadían un extraño atractivo.
—Ayer, mientras estabais inconsciente, mencionasteis un nombre.
—No me hables con ese trato de cortesía. No soy una dama.
Pero él le señaló la piel y el rostro.
—Tenéis la piel de una dama, pero vuestras manos tienen los callos de un guerrero —le respondió cogiendo una de sus manos y observándola a la escasa claridad, le tocó la palma callosa y finalmente la soltó.
—Soy una mujer como cualquier otra del clan, pero me gusta manejar la espada y estoy aprendiendo a hacerlo.
—¿Quién os adiestra?
—El mejor —respondió poniéndose a la defensiva.
—Ya veo.
El tipo se puso en pie y se alejó de ella para caminar por la mazmorra.
—Realmente no sé por qué estáis aquí y qué quiere mi señor de vos. Solo estaba cumpliendo órdenes. No pensé que acabaríais prisionera.
Lo vio pisar algo que crujió bajo la suela de su bota. No quiso ni imaginar qué tipo de alimaña acababa de ser exterminada.
—Este no es un buen sitio para una mujer. Hablaré con mi señor y veré si puedo mejorar la situación.
—Tu señor es un hijo de puta y solo tiene una cosa en mente.
Gavin se volvió y la miró un instante, ella creyó vislumbrar una leve sonrisa.
—Esa insolencia solo os proporcionará más problemas. El laird no admite que nadie le falte al respeto. Si valoráis vuestro bienestar físico, tratad de no abrir la boca.
Salió de la celda y volvió a entrar con un hatillo de tela que desenvolvió y dejó al descubierto un trozo generoso de pan, queso, cecina y un pequeño odre.
—Comed para permanecer fuerte.
Se incorporó y ya en la puerta se volvió.
—Dijisteis un nombre. Janick.
Solo con oír ese nombre se le aceleró el corazón, no había otro lugar donde quisiera estar que entre los brazos de su guerrero.
—Es posible que dijera su nombre.
—¿Es el guerrero que os ha estado adiestrando?
—Sí —respondió antes de beber un trago de la hidromiel que contenía el odre—. También es mi esposo.
Cerró la puerta y corrió el cerrojo sin permitirse pensar en las últimas palabras de la prisionera.
Cuando hubo salido de la mazmorra, se detuvo y se reclinó contra el muro exterior. Si esta mujer era la esposa de Janick, entonces iba a correr la sangre si no la conseguía tener de vuelta. Y aunque la rescatara sana y salva, su laird, tal vez, podría ser pasado por la espada.
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Guerreras
Ficción GeneralRoberta vive en una época que no le corresponde. Ha dejado atrás todo lo que conoce para adentrarse en una realidad desconocida. ¿Cómo logrará salir adelante cuando ni siquiera en esta época las mujeres tienen libertad para decidir?