61. DAGA EN MANO

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Tres fuertes golpes en la puerta los despertó del ligero sueño. Janick saltó del lecho, daga en mano, y corrió con sigilo hasta la recia puerta de madera.

—¡Soy Connor! —se escuchó decir del otro lado.

Janick volvió a por su plaid y se lo envolvió como buenamente pudo con las prisas por atender a su laird.

—Adelante, amigo —dijo cuando abrió la puerta. Su mujer estaba debidamente cubierta.

—Es Malcolm. Aún no hay noticias de él, nadie sabe nada.

Janick sopesó las opciones, ¿le decía a su laird que Malcolm había desaparecido en sus narices? No le iba a creer ni una sola palabra.

—Malcolm fue a ver a alguien —intervino Roberta desde su lugar en el lecho, sonrosada y cálida. Solo para él. No quería que su laird la mirase cuando ella estaba saciada y desnuda bajo las cobijas, pero ella no parecía en absoluto tímida con la situación.

—Mi señor, si nos disculpas un momento...

Dejó a Connor en el corredor y cerró la puerta.

—¿Vienes conmigo? —le preguntó a la chica, pero ella ya se estaba poniendo la ropa para acompañarlo.

Cinco minutos después, los tres estaban reunidos en el salón, junto al fuego de la enorme chimenea, en una noche especialmente helada.

Janick pensó que era su obligación contarle a Connor, aunque pareciese una locura. Roberta estaba de acuerdo, lo habían hablado brevemente mientras se vestían antes de reunirse en el salón. Se daba cuenta de que nunca había parecido el más listo del clan, él solo era un guerrero bruto y fiero que apenas hablaba dos palabras seguidas y quizás solo entendiera una. Posiblemente, tuvieran razón y había sido un zopenco durante toda su vida hasta que se cruzó con la espada de su mujercita. De modo que, si ahora le soltaba a su amigo y jefe todo lo que tenía que decir, además de todo lo anterior, iba a parecer un lunático.

—Mi señor, ni siquiera sé cómo empezar.

—¿Entonces sabes dónde está?

—Más o menos.

—Cada vez entiendo menos —manifestó Connor que se puso en pie y dio un par de pasos alejándose del grupo.

—Pues la verdad es que ni siquiera ha entrado en materia.

Miró a Roberta, el ceño fruncido, seguramente igual de confuso que un momento antes.

—¿Por qué no lo cuentas tú? —le propuso Janick a su mujer. Seguramente fuese la persona adecuada para explicar toda la situación, se la veía preparada. Las mujeres de su tiempo debían ser de armas tomar.

Robbie sonrió, de esta, la quemaban por bruja en la hoguera. ¿Ya lo practicaban en esta época? Ni siquiera sabía con exactitud en el año en el que se encontraba.

—Pues... la verdad es que... parece ser... que nuestro querido Malcolm puede estar aquí mismo... solo que en otro tiempo.

—¿Qué está aquí? ¿Escondido? ¿Por qué?

—No precisamente escondido. Compartimos espacio, pero no tiempo. Bueno, aún no lo tengo muy claro.

Janick la miró con los ojos entrecerrados, y ella supo que estaba haciendo un enredo mayor. Pero sabía que iba a sonar muy mal la verdad y no quería que Connor la tomara por loca, puesto que la trataba como a una dama, y eso era algo que la halagaba.

Pero se estaba metiendo en un terreno pantanoso si seguía dando rodeos.

—Lo cierto es que yo no pertenezco a este tiempo. Vengo del siglo veintiuno. —Reprimió una sonrisa porque se acordó de Doraemon, y no era buen momento para acordarse de unos dibujos animados—. Heredé un anillo —omitió lo de mágico— que me hizo viajar en el tiempo y aterrizar en esta época. Me tropecé con los MacKenzie que me robaron el anillo y luego encontré a los MacFergus. Ellos me acogieron en el clan y me enseñaron todo lo que sé, incluso el idioma. Luego llegasteis vosotros y el resto de la historia ya la conoces.

—¿Del siglo veintiuno?

Se ve que Connor aún estaba procesando la parte de Doraemon.

—Suena muy raro, lo sé. Pero es cierto.

Connor se quedó mirándola fijamente, pero en realidad, sabía que debía estar divagando.

—No logro comprender del todo lo que dices. ¿Has viajado doscientos o trescientos años en el tiempo hasta llegar aquí?

Robbie miró a Janick y asintió.

—Más o menos.

—La verdad es que me estáis tocando las narices con eso de más o menos. ¿Podemos rescatarlo? ¿Corre peligro?

—Solo hay una manera de ir y volver— admitió Robbie—. Con un anillo. Y ahora mismo lo tiene él. Espero que no lo pierda, de lo contrario...

—¿Qué puede ocurrir?

—Si lo pierde, jamás podrá volver a casa.

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