57. ESFUMADO

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Malcolm desapareció de su vista como si fuese magia. Un momento antes estaba ahí y al siguiente instante, ya no estaba.

—¡Malcolm! —llamó, pero nadie le respondió, claro, se había esfumado. Ahora mismo debía estar en el otro lado, en el mundo de Roberta. ¿Cómo era posible todo esto?

Se sentó en el suelo y se apoyó contra el tronco de un árbol mientras esperaba a que su amigo regresara.

Era increíble todo lo que estaba pasando, su Roberta venía de otro lugar que también estaba aquí, pero a la vez no. ¿Tenía eso sentido?


Robbie estaba inquieta, había despertado sola. Después de desayunar, había bajado al patio a ver a Janick. Pero no había ni rastro de él, nadie lo había visto después de que se alejara con Malcolm. Desde que estaban juntos, él nunca dejaba pasar mucho tiempo sin hacerse ver, darle un beso, abrazarla. Solo la vez que se había ausentado yendo con Malcolm. Pero si esta ocasión fuese similar, Janick se lo hubiera dicho, o alguno otro de los guerreros.

No fue hasta que hubo oscurecido que decidió acudir a Connor para informarse, pero éste tampoco sabía nada, aunque tampoco se preocupó demasiado.


Janick se dio cuenta de que se había quedado dormido. Abrió los ojos y la oscuridad lo recibió, se puso en pie y miró alrededor, no había ni rastro de su amigo por ninguna parte.

—¡Malcolm! —gritó, pero el bosque le devolvió su llamada en forma de eco—. Maldición, hombre. ¿Dónde estás?

Temió que hubiera perdido el anillo y por ello no pudiese regresar... como Roberta. Entonces recordó a su mujercita que debía estar preocupada, porque había anochecido y él estaba desaparecido.


A la hora de la cena, agarró un trozo de pan y otro de queso y fue al patio a esperar a Janick. No tardó en verlo aparecer por la linde del bosque. Dejó caer lo que tenía en las manos y corrió todo lo rápido que le permitía el calzado y se encaramó al recio cuerpo, que la recibió y abrazó con la misma intensidad.

Después de un fuerte y prolongado abrazo, se besaron con descontrol, casi mordiéndose los labios. Las lágrimas de Robbie resbalaban por sus mejillas y se mezclaban con los besos.

—Tranquila, mujer. Estoy bien —le dijo Janick con ella abrazada a su cuello con los brazos y a su cintura con las piernas—. Tenemos que hablar.

Roberta se despegó del recio cuerpo y miró a Janick a los ojos.

—¿Qué ocurre?

—Antes de nada, quiero que sepas que tenía miedo de perderte. ¿Me perdonarás?

—No sé qué has hecho... y no sé qué perdonar.

—Verás... —Janick fue con ella en brazos hasta un poyete adosado a uno de los muros del castillo y se sentó manteniéndola muy próxima a él.

—¿Recuerdas el día que me hirieron? —No esperó a que ella respondiera, se acordaba perfectamente de esos días—. Los sucios MacKenzie nos tendieron una emboscada. Salimos victoriosos, a pesar de todo. Uno de ellos lucía un enorme anillo.

El corazón de Robbie comenzó a golpear con fuerza contra su esternón.

—El anillo Bradach.

—El mismo.

—¿Y dónde está el anillo?

Janick besó a Roberta en los labios y la dejó ir, imaginaba que, después de la confesión, no iba a querer verlo en la vida.

—Le arrebaté el anillo, pero después caí inconsciente al suelo. Cuando desperté en el lecho, aún llevaba el anillo en la mano.

Roberta se puso en pie y retrocedió un par de pasos.

—¿Dónde está el anillo?

—Lo he llevado en el morral todo este tiempo, buscando el momento adecuado para dártelo.

—¡Janick! —exclamó Roberta con voz lastimera—. Sabías lo importante que es ese anillo para mí. Te lo dije ¿recuerdas? Es mi única manera de volver a casa, ¿entiendes? La única manera.

—Sí, entiendo. —Demasiado—. De hecho, fui un egoísta al querer que te quedases aquí conmigo.

Roberta resopló, se pasó las manos por el cabello y pareció relajarse.

—Está bien. Lo entiendo yo también. Ahora, dame el anillo.

Janick se puso en pie. No había manera de hacer que la siguiente información fuese más fácil de decir.

—No lo tengo.

—¿¡Qué!? —gritó Roberta con cara de espanto. Fue hasta ella intentando aplacarla, le puso las manos en los hombros.

—Malcolm lo usó y no ha vuelto.

—¿¡Qué!? ¿Malcolm...? Qué...

El corazón de Robbie latía tan fuerte que le hacía daño. No podía asimilar la confesión de ese gigante escocés. ¿Cómo es que Malcolm usó el anillo?

—No lo entiendo. ¿Él sabe cómo funciona?

—Leímos la inscripción. Yo... aparecí en otro sitio, pero volví enseguida. Malcolm... lleva desaparecido desde esta mañana.

—No me lo puedo creer —masculló ella mientras paseaba de un lado a otro—. Espero que no pierda el anillo y pueda volver... porque de lo contrario... ¡Dios! —gritó desesperada. A continuación, se echó a llorar. ¿Cómo iba a volver a casa si el anillo estaba en otra época?

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