Ni siquiera había subido dos peldaños de la escalera cuando cuatro pares de manos tiraron de ella hasta meterla en una recámara donde se almacenaban una serie de trastos. Vamos, lo que ella venía llamando "cuartucho para los burracos". Era un sitio pequeño, frío y oscuro, se golpeó el codo con algún objeto, pero salvo el dolor, no se asustó porque sabía que sus captoras eran las chicas.
-¡Dios mío, Roberta! Has estado en los brazos de ese fornido MacCunn.
Edith tenía aspecto de haber entrado en trance de solo pensar en ese hombre.
-He tenido que coser una herida -exclamó estremeciéndose de horror.
-Eres muy impresionable, Robbie. Nosotras ya hemos cosido algunas heridas.
Se apartó de ellas con brusquedad fue hacia la puerta.
-Pues no os he visto por el salón a la hora de la cena. Habría estado encantada de dejar que lo suturara una de vosotras.
-No te enojes.
Bridget acudió a su lado y la acompañó por el corredor hasta el portón de entrada. Con los brazos entrelazados, fueron hasta la cabaña que Roberta compartía con una mujer mayor que estaba ciega por las cataratas
Sus ojos, eternamente nublados, parecían mirarla siempre con comprensión, era la única que había querido hacerse cargo de la extranjera que había llegado a la aldea hacía varios meses.
-Roberta, compréndelo. Mi padre nos prohibió bajar al salón, no quería ser el hazmerreír. Que esos MacCunn se marcharan con la idea de que las mujeres nos metemos en asuntos de hombres
Robbie se adelantó un paso y enfrentó a su amiga, se dio cuenta de que las otras tres las seguían de cerca. Isobel estaba particularmente silenciosa.
-Teneis que tomar vuestras propias decisiones. El truco está en que parezca que ha sido decisión del hombre.
Despues de su alegato se despidió de las chicas y entró en la cabaña, la anciana Catriona estaba sentada junto al fuego fumando de su pipa. Sí, era una costumbre un tanto extraña, ¿pero qué sabía ella de las costumbres de las ancianas ciegas en las Tierras Altas de aquel tiempo?
-¿Qué tal te fue durante la cena?
Comenzó a desvestirse al calor del hogar.
-Creo que me han reconocido. Y además, Erin no para de mangonearme. Me tiene un poco agotada
Se cubrió los hombros con una toca de lana, y con el largo camisón y unos gruesos calcetines, se sentó en una silla incómoda junto al fuego.
-Daría lo que fuese por un sofá.
-¿Y para qué sirve un sofá?
Y se entretuvo en explicarle a Catriona qué era un sofá, una ducha y una lavadora. La pobre mujer pensaba que tenía una imaginación prodigiosa. Mejor eso a que creyera que estaba como un cencerro.
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Guerreras
General FictionRoberta vive en una época que no le corresponde. Ha dejado atrás todo lo que conoce para adentrarse en una realidad desconocida. ¿Cómo logrará salir adelante cuando ni siquiera en esta época las mujeres tienen libertad para decidir?