55. EL NO TAN LEJANO SIGLO XX

280 30 3
                                    

Su corazón se saltó un latido y comenzó a brincar en su pecho. ¿Qué posibilidad remota había de que alguien de esta época pudiera haber conocido a su bisabuela? Ella habría nacido en algún momento dentro del siglo pasado. El no tan lejano siglo XX. No había manera de que hubiera sido contemporánea del tal Brendan.

—Sí, la conozco. ¿Por qué lo dices?

El hombre se relajó visiblemente y sonrió.

—Te pareces a ella, como si fueses su hermana. Kendra era así como tú, intrépida, distinta de todas las demás.

Bueno, Robbie no podía dar fe de ello, hacía muchos años que la vio por última vez y no había sido especialmente cariñosa como para hacerse amigas.

—¿De qué la conoces tú? —preguntó para ver en qué se metía.

De modo que Kendra también había hecho uso del anillo. No imaginaba por qué se lo había legado precisamente a ella, pero hubiera agradecido un manual de instrucciones.

—Kendra llegó al clan hace muchos años. Yo no había nacido aún. Mi padre era un muchacho, pero la recordaba bien. —Desvió la mirada como si navegara entre sus recuerdos. Sonrió un instante—. Mi padre decía que ella era indomable. Un buen día se marchó.

Robbie tardó un momento en asimilar la información.

—¿Y cómo sabes que nos parecemos? No llegaste a conocerla.

—Mi abuelo hizo un retrato. Él era viudo y trató de hacerla su esposa, sin embargo, ella no quería ataduras. Eso le dijo.

Pensó que lo mismo, su bisabuela estaba ya casada con el McTavish que le dio el apellido allá en el siglo XX.

—Kendra desaparecía durante semanas. Según mi padre, se marchaba a pie y nunca quiso que nadie la acompañara. Un día, simplemente, no regresó.

Claro, podía entenderlo, tal vez se vio abrumada por sus obligaciones en su vida actual y ya no pudo volver a aquella época. A lo mejor, perdió el anillo o algo parecido.

—¿Sabes si Kendra llevaba un anillo?

—¿El anillo Bradach?

No se hubiera sorprendido más si le hubiera dado un puñetazo en la nariz, su corazón se alborotó de nuevo.

—¿Lo conoces?

—Había un anillo como ese en la historia de mi familia. Mucho antes de que naciera mi abuelo, y he oído hablar de él desde siempre. Desapareció hace muchos años, bastante antes de que apareciera Kendra por aquí, portando un anillo con el mismo nombre.

Robbie se sentó en uno de los escalones de la entrada al castillo. De alguna manera, el famoso anillo se perdió y apareció en manos de su bisabuela, lo mismo ella lo heredó a su vez y lo estuvo usando para viajar en el tiempo.

Se frotó al frente, se le estaba formando un buen dolor de cabeza solo de pensar en ello. ¿Cómo funcionaba esto de los viajes en el tiempo? Evidentemente, no había posibilidad de que se encontrara con Kendra en esta misma época. Parecía ser que el tiempo avanzaba a la misma velocidad en ambos siglos. Eso explicaría que la incursión de su abuela hubiera ocurrido muchos años atrás se supone que cuando estaba casada con su querido bisabuelo McTavish, del que no recordaba ni el nombre.

—¿Te encuentras bien?

Abrió los ojos y lo miró, no se había dado cuenta de que los tenía cerrados. El incipiente dolor comenzaba a martillear dentro de su cabeza. Se cubrió el ojo afectado con la palma de la mano, el dolor estaba empezando a ser poco soportable.

—Creo que me voy a ir a dormir. Demasiada información para una noche. Si me disculpas...

Robbie se puso en pie y dio la vuelta para marcharse, pero al dar un par de pasos se tropezó con el recio cuerpo de Janick, que la atrapó antes de que diera con sus huesos en el suelo empedrado.

—Roberta. ¿Qué te ocurre?

—Nada.

Ante la mirada despiadada que su gigante escocés dedicó a Brendan, no tuvo más remedio que dar una breve explicación.

—Brendan y yo tenemos un conocido en común. —Se frotó el entrecejo para espantar la molesta punzada detrás del ojo derecho—. Perdonad —les dijo a ambos—. No me encuentro bien. Me voy a la cama.

Janick la tomó en brazos y la subió a la alcoba, se la veía pálida y extrañamente vulnerable. La echó sobre el lecho y fue a atizar las brasas de la chimenea, añadió un par de troncos y los hizo arder. Cuando se incorporó, se volvió y encontró a su mujercita en pie.

—¿Por qué no te acuestas un poco? Te sentirás mejor.

—No puedo. Nunca puedo estarme acostada cuando me pasa esto.

La vio quedarse sentada un instante, luego mecerse hacia los lados, los ojos cerrados y la tez pálida.

—¿Puedo ayudar en algo? ¿Qué puedo hacer para aliviar tu dolor?

—No lo sé, la verdad.

Ciertamente, hacía ya un montón de años que no sufría un dolor de cabeza de este tipo, y echaba mucho de menos la medicina moderna. De buena gana se arrancaría la cabeza.

—Le preguntaré a la curandera. —Se detuvo en la puerta—. ¿Vienes? —Ante su falta de respuesta, habló—: No tardo. —Fue y le dio un dulce beso antes de marcharse.

Después de un brebaje con sabor desagradable y un aromático aceite aplicado sobre la frente, unas cuantas horas más tarde, el dolor se retiró de repente. Tan rápido como había aparecido.

Mientras, se había mecido con Janick durante un largo baile lento, de esos de balada, que había durado dos o tres horas. Janick era genial, nunca había conocido a alguien como él, y no por el hecho de ser un guerrero de otro siglo.

—¿Cómo te sientes?

—Bien, pero cansada. Vamos a la cama.

—Creí que nunca me lo pedirías. Estoy muerto, pero me ha gustado ese baile de tu mundo. Aunque me ha parecido demasiado intimo para hacerlo con público, como tú dices.

GuerrerasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora