104. SANTA SEPULTURA

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Connor preparó la comitiva para ir a recoger a su buen amigo y darle santa sepultura en el lugar que le correspondía, en la tierra que le vio nacer.

Había reunido un pequeño grupo para viajar. Por supuesto, Lachlan se había ofrecido, también iban Brian e Ian, ambos bastante recuperados de sus heridas.

A pesar de necesitar que su bella Dee-Dee lo acompañase en tan duros momentos, había decidido dejarla en el castillo al cuidado del clan y protegida por el grueso de su ejército.

Subió a su montura y se abrigó con las gruesas pieles, a su lado, su mujercita esperaba para darle un beso de despedida. La izó hasta su altura y la sentó en su regazo, devoró su boca con urgencia mientras la abrazaba con necesidad.

—Te amo —le dijo sobre sus labios—. Te amaré toda la vida, pase lo que pase.

Dee-Dee le tomó el rostro con las dos manos y lo enfrentó.

—Vuelve pronto a casa, y trae a tu guerrero y a mi prima.

Finalmente, con desgana, la depositó en el suelo empedrado del patio.

Cuando tiró de las riendas para iniciar la marcha, vio entrar un guerrero con los colores del clan galopando con urgencia. Éste refrenó el caballo que se elevó sobre las patas traseras.

Niall.

—Señor —le hizo una leve reverencia.

—¿Qué ocurre? ¿Más malas noticias?

—La dama llegó sana y salva y acudió a ver a mi señor Janick. Me envió para comunicaros que ella va a buscar un milagro. Esas fueron sus palabras.

Connor miró al guerrero, confundido, sin entender realmente de qué estaba hablando.

—La dama hizo llevar al señor hasta el salón. Luego sucedió lo más extraño. —Niall bajó la vista, como si de repente se avergonzara de lo que estaba a punto de decir—. Después, ellos desaparecieron delante de nuestras propias narices. —Se aclaró la garganta y lo miró a los ojos—. Hizo magia, señor. No me lo vais a creer pero no miento. Lo vi con mis propios ojos.

Y en contra de todo pronóstico, Connor sonrió. Ahí estaba el milagro que Roberta buscaba: una oportunidad.

—El anillo —intervino su mujer.

—Está bien, Niall. Te creo y sé de lo que hablas. Ve a comer algo y descansar.

Entonces tomó una decisión: no había nada que pudiera hacer allí en las tierras de los McTavish.

—¡Nos quedamos en casa! —anunció a los hombres de la comitiva.

Desmontó y se volvió para abrazar a Dee-Dee que de un salto se encaramó a su cintura, abrazándolo con piernas y brazos.

—Ey, se ve que me has echado de menos en estos minutos —bromeó volviendo al confortable calor del salón de la fortaleza.

Solo había dado un par de pasos cuando escuchó el galope de otro jinete, se giró para ver de quién se trataba en esta ocasión. Cormac, el veloz mensajero que había enviado a ver al rey. Éste detuvo el caballo con más destreza y precisión que Niall y corrió hasta llegar a su altura, inclinó la cabeza y guardó silencio esperando a ser invitado a hablar.

—¿Qué noticias me traes de la corte?

—Su majestad os concede permiso para actuar como vuestro buen juicio os dicte.

Se detuvo, con su mujer aún abrazada a su cuerpo, descaradamente desvergonzada delante de toda su gente. A él no le importaba, no le hacía menos hombre ni un guerrero débil o peor líder.

—Cormac, me alegro de que hayas regresado a casa. Reúnete con tu familia y descansa.

El guerrero asintió y se perdió de vista, él, finalmente logró adentrarse en el salón y llegar hasta el sillón que ocupaba a la cabecera de una de las mesas. Su pequeña Dee-Dee quedó sentada en su regazo.

—Seamos optimistas —dijo a su mujer—, confiemos en los curanderos del futuro. Conmigo hicieron un buen trabajo.

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