Se había dormido dentro de la tina. El agua se había enfriado un poco, aunque seguía estando tibia. Alcanzó una tosca toalla y se secó, echaba de menos la típica toalla mullida de su tiempo. Algunas cosas como esa, que se daban por sentadas en su época ahora serían tan preciadas. Y no el fino trapo con que se había secado y que raspaba más que el papel de lija.
Alguien había dejado una muda de ropa sobre el arcón, cosa que agradeció porque no llevaba mucho equipaje y apenas tenía otra ropa que ponerse. También echaba en falta la ropa interior del siglo XXI, vamos, sujetador y bragas, en su opinión, eran el mejor invento.
Una vez vestida, abrió la puerta y encontró a Janick sentado en el suelo, esperando. La falda estaba lo suficientemente subida como para que pudiera admirar sus piernas musculadas. ¡Virgen santa, menudas piernas!
Él se puso en pie y la miró como un adolescente con las hormonas alborotadas. Este hombre parecía totalmente distinto del que ella había conocido allá en el otro clan. Pero si le había parecido un tipo rudo y cavernícola…
—Estás muy hermosa.
Robbie sonrió ruborizada, no estaba acostumbrada a ese tipo de cumplidos. Siempre la habían llamado larguirucha, jirafa o bicho palo. La gente tenía mucha imaginación cuando se trataba de ofender. De modo que “hermosa” era un gran cambio.
Janick la tomó de la mano y tiró de ella.
—¿Dónde vamos?
—A cenar.
Llegaron al gran salón y se sentaron juntos en el mismo banquillo, cerca del laird. Mucha gente los miraba con descaro, no sabía si debido a que era una extraña, o debido al hecho de acompañar al guerrero gigante.
—Toma, come. —Janick pinchó un trozo de carne y lo puso sobre una gruesa rebanada de pan, y luego colocó un trozo de queso junto a su cuenco de gachas—. Para seguir con el adiestramiento hay que estar fuerte y poner un poco de carne en esos huesos.
—Qué romántico eres, Janick.
Robbie sonrió ante la ocurrencia de Malcolm, enseguida se vio inmersa en el gran revuelo que se formaba durante cada comida en todos los salones de los castillos, al menos era así con los MacFergus. Dejaron de prestarle atención y pudo relajarse y disfrutar de la comida, aunque no resultaba demasiado apetecible. La carne era fibrosa, por más que la masticaba lo único que podía hacer con ella era tragarla… o cortarla en trozos muy pequeños con un cuchillo que no tenía. El queso estaba muy curado, pero al menos era agradable de sabor, el pan no estaba mal, pero echaba de menos las baguettes que solía comprar. Y las gachas, pues… o estaban muy liquidas o demasiado espesas.
—Amigo Janick, ¿ya has llevado al catre a tu amada? —preguntó Malcolm y provocó que Robbie se atragantase con una cucharada de gachas. Para colmo, recibió un golpe en la espalda por parte del gigante escocés que hizo que se retirase de su lado por miedo a una lesión.
—Demonios, muchacho. Vas a romperle todos los huesos —exclamó con una risotada que siguió a esas palabras, aunque Janick le dedicó una mirada poco amistosa.
—¿Es de tu agrado la alcoba que se ha dispuesto para ti?
Robbie miró a Connor, que había hecho la pregunta, supuso que para cambiar de conversación. Ya se había dado cuenta de que éste era bastante cortés y comedido, no como Malcolm, que se la pasaba haciéndole bromas a Janick. Aunque no era el clásico chistoso tocapelotas, Janick tenía la mecha muy corta y se enfurecía en cuanto el otro abría la boca.
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Guerreras
Ficción GeneralRoberta vive en una época que no le corresponde. Ha dejado atrás todo lo que conoce para adentrarse en una realidad desconocida. ¿Cómo logrará salir adelante cuando ni siquiera en esta época las mujeres tienen libertad para decidir?